El Rey con el «periodismo que despierta conciencias». Sánchez poniéndole coto. Canarias abarrotada de emigrantes africanos. UEFA defensor de Gibraltar, la última colonia
Los españoles, desde el siglo XVI, hemos sido emigrantes a las Américas. Más recientemente a media Europa. Sabemos bien lo que da y quita emigrar. Sobre todo, a quien le tocó dejar su patria siendo un niño. ¿Cómo no entender y sentir lo que padecen esos menores sin compañía de sus padres que llegan a las Canarias? La compasión es un sentimiento que arraiga en el alma española desde la Escuela de Salamanca. Pero si esa protección a niños africanos es ineludible, no soluciona por sí misma el problema mundial de las corrientes migratorias indetenibles, ni parece que quienes tienen la autoridad y obligación de poner soluciones estén por la labor.
Esta invasión de inmigrantes no se soluciona solamente con alojar y redistribuir a los menores por España en 17 Comunidades Autónomas. Los emigrantes españoles de épocas recientes siempre viajaron con una documentación reglamentaria, tanto la de aquí, como la que exigían las autoridades de los países receptores. Y, por supuesto, ningún menor se trasladó solo sin sus padres.
Parece razonable que quienes gobiernan en España y en la UE ordenen esa incesante corriente de emigrantes auspiciada por las mafias de trata de personas. Cuya puerta de entrada se ha desplazado mayormente a Canarias. Un plan, un orden legal es indispensable para quienes quieran entrar a España, que es Europa. Una garantía a nuestra sociedad, para que esos extranjeros se asimilen a nuestra cultura muy diversa a la de ellos.
La política del «que vengan y ya veremos» es irresponsable por fácil y porque responde a intereses supranacionales. Miren a Inglaterra, Alemania, Francia, Holanda, Suecia donde sus niveles de conflicto social se han desbordado. Esta Europa multipolar, integradora de razas e idiomas, aunque plagada de burócratas contentos y bien pagados, cegados por lo buenos que somos; con un armiño democrático, que oculta su verdadera piel racista, creen que recibir a esa ola emigrante sin orden ni concierto va ayudarles a contabilizar votos futuros. Sin miras a largo plazo condenan el experimento europeo a desaparecer.
Carlos Pérez-Ariza es doctor en Periodismo por la Universidad de Málaga.
Artículo publicado en el diario La Razón de España