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Embajador Mario Guglielmelli, el hijo del sastre

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La partida de un buen amigo produce dolor y nostalgia. No son pocas las historias y las anécdotas que vamos construyendo con quienes compartimos  el recorrido de vida. Se nos fue Mario, un compañero de la diplomacia, un excelente diplomático y un apasionado de las Relaciones Internacionales. No estudiamos juntos, ni compartimos los mismos espacios de muchachos en esa Caracas maravillosa de los años setenta. Él de Sabana Grande y yo de Los Chorros. Nuestra amistad se hace en la Cancillería venezolana, el trabajo y la coincidencia temática nos acercaron. Mario y yo fuimos en una época apasionados por la política exterior de Venezuela hacia el Caribe. Ambos servimos en las islas de Barlovento, él estuvo varios años en Barbados, entendió perfectamente la importancia de esta región para Venezuela y la importancia de nuestra presencia. Fue un promotor de los Institutos Venezolanos para la Cultura y Cooperación, herramientas para el acercamiento y la promoción que Venezuela creó por los años ochenta y que estaban regados en casi todos los países del Caribe.

En 1992 regresó a Caracas después de terminar funciones en Grenada y se me designa jefe de la División del Caribe, en sustitución precisamente de Mario, a quien trasladaban a Barbados. Recuerdo que por muchos años le eché broma, pues cuando llegué a mi nuevo despacho, que había sido el suyo, me encontré con un cerro de carpetas con asuntos pendientes; y cuando se lo comenté me dijo: “Prepárate, pues el Caribe está en el centro de la agenda y todos los días piden algo desde el despacho del ministro”.

Mario se dedicó con disciplina a su profesión. Recorrió el camino de la diplomacia profesional y fue ascendido al rango de embajador. Sirvió como consejero en Bruselas, en donde se destacó junto con un grupo de profesionales que dirigían en aquel entonces Roberto Smith y posteriormente Luis Xavier Grisanti; compartía con excelentes funcionarios como lo fueron Maldonado Lira, Marisol Black, Yleana Gabaldón, Guadalupe Franco, Enzo Bitteto y Félix Plasencia. Estos dos últimos aún activos en el Servicio Exterior. En esa época me encontraba acreditado ante Naciones Unidas y la OMC, y mantenía un contacto permanente con Mario, quien nos apoyaba en los temas horizontales que correspondían a la Unión Europea y eran de nuestro interés. Años después volví a sustituir a Mario, esta vez como director general de Economía y Cooperación. Era el inicio del siglo XXI, año 2000. Con el sistema de rotación que teníamos en la Cancillería y bajo presión del tiempo me obligaba a recibirle el cargo sin mucho tiempo para ponerme al día, pues tenía Mario que posesionarse del Consulado General de Venezuela en Río de Janeiro. Jocosamente le decía: “Amigo, ¿me vuelves a dejar tantos papeles sobre el escritorio?”. Recuerdo que me afirmó: “Lo que te viene no es fácil”. Trabajar con coroneles y generales no es el mismo estilo al que estamos acostumbrados en esta diplomacia. Por esos días me contó que uno de los nuevos jerarcas, al conocer su estilo y buena presencia, le afirmó que seguramente pertenecía a la legión de venezolanos diplomáticos que eran reclutados en el Country Club de Caracas. Mario le respondió que después de tantos años en la Casa Amarilla no conocía a ningún funcionario de carrera del Country. “Por mi parte, nací en Caracas y me crié en Sabana Grande y mi padre fue un sastre de origen italiano”. Así fue, Mario era hijo de un gran sastre. En aquel entonces siempre se decía en los pasillos que los más elegantes funcionarios de la Cancillería eran Mario y el embajador Morreo, ambos hijos de reputados sastres caraqueños.

A pesar de su vocación por la diplomacia, alguna vez me confesó que su verdadera inspiración era el periodismo, que le hubiese encantado haber sido un comentarista deportivo. En ese tema no coincidíamos. Siempre me quedaba en silencio cuando hablaba de algún acontecimiento deportivo, especialmente beisbol o fútbol. En esas lides no lo podía acompañar. Sabía mucho de deporte y lo refería con pasión.

Mario y yo terminamos antes de tiempo nuestras carreras, más o menos en las mismas fechas. No fueron pocas las veces que nos reuníamos para hablar sobre el futuro del país, la diplomacia, la familia y hacer conjeturas sobre el futuro. El Mesón de Andrés y la pastelería Las Nieves fueron testigos de buenas tertulias. Intentamos crear una consultora internacional que no prosperó. Dedicó Mario sus últimos años a la familia, sus amigos y la buena conversa.

Su padre, don Claudio Aurelio Guglielmelli, nacido en Potenza, Italia, llegó a Venezuela al igual que miles de jóvenes italianos a trabajar y hacer familia en este país. Se casó con una tachirense, Carmen Alicia Vera, con quien tuvo sus cinco hijos: José Nicolás, Claudio, Luis Fernando, Ricardo Simón y Mario. En la calle Acueducto de Sabana Grande se crió Mario. Recordaba con nostalgia siempre su casa de familia; me dice Fernando, su hermano, que aún está parada y aguanta los avatares de la modernidad.

Quiero dejarles dos testimonios sobre Mario de colegas apreciados, la embajadora Marisol Black y el embajador Pedro Camacho. Marisol nos dice: “De Mario tengo muchos recuerdos, todos gratos, pues fuimos compañeros en la universidad. Siempre fue un caballero, cordial, educadísimo, sencillo y amable. Muy buenmozo y él le sabía sacar partido a su buen físico en el buen sentido de la palabra. Le encantaba estar siempre muy bien vestido con elegancia nata. Como profesional, excelente diplomático”. Por su parte, Pedro, quien en alguna oportunidad fue su jefe, lo recuerda en los siguientes términos: “Nuestro contacto fue sincero, fluido, sin un ápice de perturbación. Un profesional hábil y conciliador. Un amigo entrañable y grato”.

No fueron pocas las manifestaciones de afecto de sus compañeros de la Cancillería cuando se supo de su muerte. Quise verlo antes de la partida, me dio un último cifrado para evitar el encuentro. Estaba maltratado por una injusta enfermedad. Decidió una partida sin mayores manifestaciones, solo en unión de su familia. Apoyado en su travesía por su esposa e hijas, murió al lado de su hermano Fernando, viendo un partido de fútbol. Seguramente en su mente, que aún lo dejaba dar señales de vida, narraba en silencio ese espectáculo deportivo que tenía frente a sus ojos. Los cerró cuando decidió meterle un gol a la vida e irse adonde seguramente se va la gente buena, como Mario.

Un amigo que extraño, que al igual que lo fue en la Cancillería, será una de los elegantes del cielo y seguramente en el encuentro con don Claudio Aurelio le dará los toques finales de gran sastre a su apariencia. A Xiomara Teresa (Caco), su compañera de vida; sus hijas Gabriela Teresa y Mariana Teresa; a sus hermanos, el afecto y nuestro sentido pésame por tan irreparable pérdida.

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