“No seré una mujer libre mientras
siga habiendo mujeres sometidas”
Audre Lorde
La actriz, escritura y activista feminista canadiense Sarah Polley ha hecho posible una excepcional película, no solo por sus logros cinematográficos, fundamentalmente por el realismo social que logra al convertirla en un canto de libertad asociada a la lucha de las mujeres del mundo.
Con un guion adaptado magistralmente de la novela del mismo nombre (Women Talking) de Mirian Toews, narra la historia de una comunidad religiosa católica protestante (menonita) de Canadá en el año 2010, en la que se cometió un atropello o vejamen a la condición feminista de sus mujeres: madres y adolescentes.
Las mujeres tuvieron 72 horas para debatir qué hacer frente al cotidiano y descarado abuso sexual del que eran objeto por los hombres de su comunidad. El diálogo entre ellas es tremendamente enriquecedor, al verse exigidas de resolver en medio del terror un destino distinto para sus vidas y la de sus hijos. Tres opciones anotaron en la pizarra con la ayuda del maestro August -hombre común que comprendía desde su dimensión humana el drama de las mujeres, y a la postre, el único que las respetaba-, la primera era quedarse, no hacer nada, olvidar y perdonarlos como se los pedía la jerarquía religiosa; la segunda, permanecer para luchar; y la tercera, escapar, irse de aquel infierno de violencia sexual incontrolada.
Protagonizada por un elenco femenino de alta calidad artística, la narrativa cinematográfica de Ellas hablan nos introduce a la profundidad existencial de dudar entre luchar o continuar sometidos. “¿Por qué el amor, la ausencia de amor, el fin del amor, la necesidad de amor, genera tanta violencia?”, se interroga una de aquellas mujeres; otra, encuentra desde la religión el argumento para la emancipación frente a tanto sufrimiento y humillación: “Perdonar es mandato de fe, tenemos que abandonar la colonia si no los perdonamos”.
Al final de la discusión que realizaron ocultas en un granero, acuerdan escaparse del martirio de sus hombres hambrientos de sexo violento. Huyen para no convertirse en animales, en asesinas, para no perdonar lo imperdonable. Se llevan en un amanecer, en caravana de carruajes, a todos sus niños, con la idea de que la educación les salvaguardará de no ser torturadores ni violadores probables en la adultez. Abandonan su colonia religiosa para en un acto de irreverencia frente a la brutalidad sexual machista afirmarse en su dignidad humana, con la ilusión de horizontes superadores del ultraje. El epílogo de esta magistral película lo resume una idea de fuerza de la mujer violada: “La esperanza en lo nuevo es buena, es mejor que el odio por lo conocido”.
Este breve texto se explica porque Ellas hablan me dejó una sensación de esperanza, optimismo y libertad, que refuerza el compromiso con la necesaria victoria de las mujeres del planeta contra la desigualdad, la discriminación, la violencia de género, los misóginos y los estereotipos contra ellas que buscan mantener la estupidez de la superioridad del hombre.
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