Estamos a 100 horas del final de las elecciones estadounidenses que decidirán el presidente de ese país para el período 2025-2029, cuando habrá una serie de situaciones políticas importantes y se definirá el destino del planeta, a corto y mediano plazo, sin la menor de las dudas.
En el caso de la Unión Europea, todos los partidos políticos de la izquierda, especialmente el PSOE, cuyo líder fundamental es Pedro Sánchez (presidente de la Internacional Socialista, que asumió a Kamala Harris como su candidato), están haciendo un esfuerzo nada disimulado por apoyar a la candidata demócrata, no solo por el temor de que una victoria de Trump relance a todos los partidos políticos europeos de derecha y ultraderecha, sino que al asumir una cruzada mundial contra el socialismo en cualquiera de sus versiones políticas, cree una nueva referencia política e ideológica muy superior a la época de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, con la diferencia notable de que se puede desatar una cacería mundial de brujas, que deje en “pañales” a la persecución de los comunistas durante el macartismo, puesto que los enemigos reales o simbólicos del trumpismo están muy bien definidos, desde los denominados “globalistas y conspiradores”, hasta empresarios que violan las reglas del Libre Comercio en Asia.
Igualmente, no deja de ser menor la expectativa de dichas elecciones en Ucrania, donde la mayoría de los analistas políticos predicen el fin de la guerra con una victoria de Trump, ya que tiene el poder de cerrar los suministros militares y el financiamiento a la administración pública ucraniana, de forma inmediata, sino acepta un acuerdo inmediato de paz negociado entre rusos y estadounidenses, dejando a Zelensky por fuera de la misma manera que Kruchev negoció con Kennedy sin consultar a Fidel Castro en la crisis de los cohetes de Cuba y dejó al mismo organizando protestas contra el premier soviético en La Habana, donde gritaban ¡Nikita mariquita¡…
De la misma manera, la OTAN como organización se vería obligada a cumplir con el compromiso inexorable de llevar sus gastos de defensa al 2% del PIB para evitar caer en la ira de los estadounidenses, lo cual va a ser traumático para los gobiernos de algunos países como España, que tendrían que realizar un gran ajuste, que seguramente serán rechazados por los grupos de izquierda de su coalición política.
En Europa, en conclusión, los efectos políticos y militares del triunfo de un candidato u otro tienen una gran importancia directa, puesto que afectarán todo el cuadro político y de seguridad regional, puesto que la continuación de la guerra de Ucrania hasta su final, no imaginable para muchos de una derrota militar rusa, implica también una visión sobre la autopercepción política de los europeos como polo de influencia mundial.
Así como la administración Biden decidió retirarse de Afganistán sin coordinar con sus aliados, ni retirar a tiempo a sus aliados internos, mucho menos importarles si los talibanes recuperarían el poder y aplastarían a las mujeres de forma mucho más represiva que en el pasado, puesto que lo único que importaba era sacar a dicho país de la agenda política nacional estadounidense y del presupuesto anual de operaciones militares del Pentágono, dejando públicamente a los europeos humillados como aliados sin importancia a la hora de tomar decisiones.
Lo mismo ocurriría en forma más sutil, cuando el mismo gobierno de Biden le metió el “freno de emergencia” a la industria gasífera estadounidense en pleno auge de las exportaciones, producto de la reducción de las exportaciones de gas ruso a Europa Occidental, ante la sorpresa de los gobiernos europeos, apoyado con el argumento “indiscutible” de que necesitaba ganar los votos y apoyo de los grupos ecologistas estadounidenses, en la actual campaña electoral, aun por encima de los intereses económicos y estratégicos de sus aliados.
En Asia, no cabe la menor duda de que la preocupación del gobierno de la República Popular China debe ser muy grande, puesto que ambos candidatos, tanto Trump como Harris, han determinado claramente que el adversario militar, tecnológico y económico de Estados Unidos en el siglo XXI es China, por lo cual solo difieren en cuanto al tratamiento que se le debe dar a dicho país, para el manejo de dicha amenaza, con lo cual el presidente Xi está obligado a tomar una decisión trascendental, que no tiene vuelta atrás en el próximo periodo presidencial estadounidense, como es la decisión de invadir Taiwán y recuperar por la fuerza dicho territorio.
Dicha decisión, que puede llevar a una guerra abierta con Estados Unidos, que no es precisamente Ucrania, puede terminar en una guerra convencional total, que busque la liquidación política del Gobierno del Partido Comunista de China, en el poder desde 1949, en el caso de fracasar la invasión y perder la guerra, pues ello, implicaría la pérdida del proyecto de la Franja y la Ruta a nivel global, ante el cierre de muchísimos mercados comerciales, dado que la mayoría de los gobiernos, no desean verse envueltos en una guerra entre grandes potencias de este nivel tecnológico y militar.
En este dilema, se encuentra igualmente el gobierno de la Republica Democrática Popular de Corea, ya que un acuerdo entre los gobiernos de Putin-Trump, puede dejar al próximo gobierno estadounidense las manos libres para un ataque militar total con Japón y Corea, para solventar la amenaza nuclear de la península coreana de manera definitiva.
En el Medio Oriente, no cabe duda de que una victoria de Donald Trump será celebrada en Israel, de una forma mucho más entusiasta que en cualquier otro país del mundo, ya que encaminaría al mundo árabe a concluir los acuerdos de Abraham y llevar a un acuerdo de paz o modus vivendi, entre todos los gobiernos árabes, con el Estado de Israel, dejando la causa palestina, en el sótano de la política, tal como ocurre con los partidarios de la independencia de la República Saháraui, quienes fueron negociados por los reinos de España y Marruecos, dejándolos solos con el apoyo de Argelia, ya prácticamente sin esperanzas de tener una nación propia.
En América Latina, los cambios en el discurso político y reajustes diplomáticos pueden llegar a ser colosales, pero las condiciones políticas y jurídicas, exigen dejar para otro día dicho análisis.