Es asunto contencioso y complejo entender la inmensa paradoja política en que está sumida la resistencia venezolana en relación con el tema de las elecciones. Si intentara resumirla diría: solamente con elecciones será imposible lograr la salida del régimen y sin elecciones será imposible que el régimen salga.
El asunto va mucho más allá de ser una perogrullada porque sin resolver esta paradoja en una estrategia política viable es difícil imaginarse cómo se va a unificar la resistencia en su lucha contra la usurpación. Y tampoco cómo vamos a convencer a la comunidad internacional de la seriedad y consistencia de la política de la resistencia.
Lo primero es reconocer que la elección que está programada en la Constitución es la de la Asamblea Nacional. La posibilidad de tener una elección presidencial anticipada o de crear un gobierno de transición solamente puede surgir de la negociación con el régimen, la fuerza combinada de una coalición cívico-militar interna con apoyo internacional, o ambas. Lo segundo, es entender que sin garantías electorales, que incluyan al menos cuatro elementos: un nuevo CNE equilibrado, la depuración del registro electoral, el establecimiento de garantías adecuadas para que puedan votar los venezolanos residenciados en el exterior, y la supervisión internacional, es inaceptable acudir a proceso electoral alguno.
La comprensión de estos dos elementos abre la puerta para considerar el tercero: el régimen está debilitado internacionalmente y tiene una situación muy compleja al interior del país, pero es indudable que se ha recuperado de la precariedad de enero de 2019 y que ha tomado un segundo aire con la dolarización de la economía venezolana y un conjunto de medidas que han reducido la presión interna y creado la ilusión de que las cosas han mejorado. En otras palabras, y tal como están las cosas, el régimen no tiene ninguna razón para negociar nada, a menos que se escale la presión nacional e internacional. Es decir, el escenario para que se realice cualquier elección con garantías adecuadas no se va a presentar sin presión sobre el régimen, de allí la consistencia de afirmar que cualquier salida electoral implica presiones y medidas para construir y forzar esa salida a través de acciones internas con apoyo de la comunidad internacional. Esto último es otra manera de decir que los venezolanos no podremos salir solos de esta crisis porque nuestro país se ha transformado en un escenario geopolítico de perturbación regional donde actores como China, Rusia, Cuba, Irán y la guerrilla colombiana juegan un papel determinante en el mantenimiento del estado criminal y fallido en el que se ha convertido Venezuela.
Como están las cosas, no basta con exigir una acción militar internacional para impedir que el régimen haga trampas electorales. Sobre todo, porque está claro que los actores internacionales claves, Estados Unidos, el Grupo de Lima y la Unión Europea han expresado de manera inequívoca que favorecen una salida “negociada” a la crisis venezolana. Lo que esa negociación significa exactamente no está claro, porque depende de la dinámica de los acontecimientos y eso lo controla la dirigencia de la resistencia solamente de manera parcial, dado que, como diría nuestro inolvidable Pompeyo Márquez, “los rusos también juegan”.
De modo que para las fuerzas de la resistencia, tanto las dirigidas por el presidente encargado Juan Guaidó, como las que se consideran agentes con autonomía propia, no basta con denunciar la posibilidad de fraude, ni el control descarado que pretende el régimen del CNE, ni el hecho de que el registro está corrompido, ni la circunstancia de millones de venezolanos en el exterior que no tienen condiciones claras para votar. El hecho político duro y rudo es que la resistencia no puede dejarle el terreno de las elecciones al régimen, porque Maduro y su camarilla, con algún nivel de alianza en la oposición, repetirán la trampa de la elección de Maduro en 2018 y la elección de la Constituyente Cubana. Es decir, habrá elecciones y el régimen hará efectivos sus resultados y los presentará frente al mundo como un gesto de apertura democrática.
En presencia de una situación tan endiabladamente compleja no hay recetas mágicas. La resistencia debe exigir que se realicen tanto las elecciones presidenciales como las parlamentarias, lo cual es imposible sin intentar negociar un gobierno de transición. Pero si esta operación fracasa, a pesar de la presión interna cívico-militar y el apoyo internacional, entonces hay que tener una hoja de ruta transparente y con alternativas que no sea interpretada por la gente como una traición. Esto supone un grado de claridad brutal en el lenguaje y una unidad férrea de la dirigencia de la resistencia. Cosas que hasta ahora no hemos podido alcanzar. Las alternativas incluyen la realización de un referendo u obligar al régimen a que se evidencie un fraude en elecciones con masiva participación y presencia de la resistencia en cada una de las mesas.
Hay un hecho que es doloroso, pero que es imperativo admitir, especialmente para la psiquis del pelotón de fusilamiento de las inefables redes sociales. El régimen ha hecho todo lo posible por destruir la confianza de la población en el acto electoral, de eso no cabe duda. Pero igualmente cierto es que la resistencia es también culpable de minar y destruir esa confianza con sus propias acciones inconsistentes y de división interna, que se empezaron a evidenciar en las elecciones de Capriles-Maduro, luego, en la segunda elección de Maduro, la elección de la ANC Cubana, y las elecciones de gobernadores y alcaldes. El destruir la confianza en el voto fue un acto suicida, y ahora hay que asumirlo como una realidad y corregirlo. No hacerlo significa caer en la trampa perfecta de la dictadura: como la gente no cree en el voto y no va a votar porque está convencida de la trampa, entonces NO es necesario hacer trampa. Menudo dilema, pero es el que nos toca afrontar en este laberinto diabólico en que estamos navegando.