De una parte, una comunidad universitaria entusiasmada, voluntariosa, derrochando ganas de participar en las elecciones para elegir democráticamente a sus autoridades. De la otra, un equipo organizador, una Comisión Electoral, incapaz de asegurarle a esa comunidad entusiasmada la posibilidad de ejercer el derecho al voto.
Así podría resumirse lo que ocurrió el pasado 26 de mayo en la Universidad Central de Venezuela, el día cuando se suponía que la más antigua institución universitaria del país iba a recuperar parte de su autonomía confiscada por el régimen militarista.
Por eso he titulado este escrito “esperanza, frustración y aprendizaje”. Esperanza, porque ha quedado suficientemente claro que existe una comunidad que, pese a la persecución, acoso y chantaje ejercido sistemáticamente durante más de dos décadas por el “socialismo del siglo XXI”, ha conservado intacta su fe y su vocación democrática.
Frustración, porque esa voluntad democrática no pudo expresarse en las urnas por responsabilidades internas que aún parecieran no haber sido suficientemente investigadas, claramente explicadas y transparentemente asumidas.
Y aprendizaje, porque obviamente ante lo ocurrido debemos tomar lecciones necesarias para enfrentar con éxito lo que podría suceder en próximas elecciones, ya en otras universidades públicas o, muy especialmente, en aquella terra incognita a la que nos enfrentaremos si llegan a realizarse las primarias propuestas por una parte importante de la oposición democrática.
Aunque es evidente que ha habido errores extremos en la preparación de las elecciones, lo que ha ocurrido no podemos interpretarlo solo como un mero accidente, producto de la improvisación y mala gerencia de un equipo. Pienso que no es solo un error, o un acto con implicaciones oscuras que aún no han sido develadas, porque en la era democrática, incluso al comienzo del régimen chavista, la UCV era una institución en la que prácticamente todos los años se realizaba con absoluta transparencia y credibilidad alguna consulta electoral. Ya fuese de centros de estudiantes, asociaciones de empleados y profesores, representantes en el cogobierno o, periódicamente, las autoridades rectorales.
Para ser más preciso, la UCV, como la mayoría de la universidades públicas, era una institución autónoma que tenía acumulada una experiencia y un conocimiento técnico sobre cómo gestionar su vida democrática interna a través de elecciones libres y transparentes. Pero esa tradición democrática, esa experiencia que era prácticamente “natural”, se vio interrumpida por la mano interventora del gobierno rojo que, a través de ardides jurídicos, impidió durante catorce años que las autoridades se renovaran como ordenan sus leyes internas.
Los cuerpos sociales, igual que nuestros propios cuerpos físicos individuales, también se oxidan. Pierden dinamismo. Como le ocurre a la deportista o al bailarín que cuando deja de entrenar pierde habilidades. Y, probablemente, estoy especulando —no estoy justificando, no tengo razones para hacerlo—, parte de lo ocurrido el pasado 26 de mayo tiene que ver con una comunidad que desde hace largos años no ejercía su derecho al voto y ahora, cuando logra recuperarlo, está fuera de training. Su Comisión Electoral desentrenada ha perdido sus habilidades para gestionar algo en otros tiempos tan sencillo como convocar y realizar unas elecciones internas.
Y esa es la parte del aprendizaje que, sugiero, debemos extraer de esta experiencia. La democracia, lo sabemos ahora que la hemos perdido, no solo es un entusiasmo o un derecho. Es también un sistema operativo que requiere de instituciones, ética, responsabilidades y capacidad de gerencia. Lo que antes nos resultaba casi invisible, todo el aparataje que hay detrás de una elección —un árbitro neutral, registros confiables, identificaciones precisas, procesos de inscripción de candidatos, formas de cuidado del voto, impresión de boletas o uso de máquinas, selección de ciudadanos que gestionen cada mesa, equipos de observación— ahora se nos hace evidente cuando tenemos más dificultades para realizarlas.
El militarismo chavista fue dinamitando la democracia y los mecanismos institucionales para ejercerla. Con el nombramiento de un militante del PSUV, Jorge Rodríguez, como presidente del Consejo Nacional Electoral, se rompió con una tradición democrática compartida por todos: quien dirigiera esa institución no debía ser militante activo de ninguna de las fuerzas que concurrían a la contienda.
La farsa se comprobó cuando, apenas dejó el cargo de árbitro, el otrora presidente del CNE comenzó a jugar con el equipo ganador en tantos cargos como se pueda imaginar: alcalde, ministro, vicepresidente, parlamentario. Luego vino una dama llamada Tibisay Lucena y convirtió en tradición –en algo normal– la figura del árbitro electoral que no es neutral sino miembro activo de uno de los equipos. El grupo en el poder perdió todo pudor y la pornografía del ventajismo se hizo norma en nuestro sistema electoral.
En todos estos temas debemos pensar al momento de imaginar unas elecciones primarias para ir con un candidato unitario a las presidenciales del 2024. ¿Cómo haremos para garantizar un equipo técnico capaz de conducirlas? El CNE hoy lo preside un militante del PSUV que, incluso, ha sido ministro del gobierno militarista, si ellos conducen técnicamente el proceso ¿cómo haremos para protegerlo? ¿En verdad está asegurado la protección de la identidad de los electores? ¿Cómo lograr que nuestros electores nacionales tengan el mismo entusiasmo democrático de la comunidad ucevista? ¿Cómo haremos para no defraudarlos y garantizar que ejerzan su derecho al voto? Son preguntas que luego del acto fallido de la UCV se hace cada vez más imperioso responderlas.
Por ahora, solo esperamos que este viernes 9 de junio, fecha fijada para las nuevas elecciones, la comunidad ucevista haya logrado renovar sus autoridades, libremente, sin interferencia del gobierno ni de las fuerzas internas en la que algunos han comenzado a desconfiar. Es un triunfo que nos merecemos, no solo los universitarios, sino todos los ciudadanos demócratas que desde hace mucho tiempo solo conocemos la derrota nacida del ventajismo oficialista y del poder de facto ejercido no por los votos sino con las armas de la guardia pretoriana en la que convirtieron la institución militar.
Artículo publicado en el diario Frontera Viva
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