Parece mentira, elecciones después de más de un decenio de vencidas, obra de una grotesca profanación de la soberanía universitaria por las huestes de la incultura. Sin duda que bastante hubo que conceder a la barbarie para alcanzar esos comicios, que pongan cese a esa absurda prolongación sine die de las autoridades universitarias, que amenazaba contribuir en no pequeña medida a su permanencia en terapia intensiva, incluso a su deceso. Sin duda, esta renovación de los guías mayores de la vida académica no van a curar por sí sola las heridas causadas a la alma mater y que han maltratado sus entrañas más esenciales: fuga de un considerable caudal de profesores, cuya renovación no será asuntó de corto ni mediano plazo; sueldos miserables a los que han permanecido, algunos por valor y por honor, otros porque no pueden hacer otra cosa; muerte de la investigación, una de las almas de toda universidad, solo sobrevive aquella que se hace contra todos los vientos y en insólitas condiciones de sobrevivencia; deterioro generalizado tanto físico como de las condiciones mínimas de operatividad… en fin, devastación que echó por tierra siglos (sic) de luchas y logros que hicieron de la UCV un órgano fundamental de la vida republicana. El gran historiador Manuel Caballero, como ya he mencionado, escribió una vez que el rector de la Universidad Central representaba, por allá por los sesenta, un poder tan señalado como los tres poderes públicos y, por cierto, también con el director de El Nacional en su larga hora espléndida.
El problema consiste, para los no iniciados, en que la dictadura decidió demagógicamente extender el derecho a voto universal, es decir, extendida de profesores y alumnos a todo el mundo universitario, de la esperpéntica “ley orgánica de educación” (2008), a las universidades, contraviniendo la Constitución Nacional (art.109) y la Ley de Universidades vigentes desde 1970 (art. 1). Las universidades se han negado, desde entonces, a hacer elecciones en esas condiciones que prostituyen la autonomía universitaria, comunidad de profesores y alumnos, con el solo objetivo populista y bastardo de intentar ganar elecciones que nunca pudieron hacerlo, ni profesorales ni estudiantiles, que básicamente repudiaron la barbarie disfrazada de revolución.
Estas elecciones se realizan por una transacción, indeseable pero necesaria para oxigenar en alguna medida la vida universitaria, en que básicamente se da el voto en porcentajes módicos a empleados y obreros y se amplían otros sectores votantes. Sacrificio principista que justifica la descomposición administrativa, y moral, que la perpetuación de las autoridades ocasiona. Como toda cesión derechos fundamentales habrá alguna vez que medir sus consecuencias, por ahora es el camino que elegimos y transitaremos, con firmeza.
Por ahora y todo al nivel más alto me limitaría a observaciones muy generales. Sobre las autoridades rectorales me parecería absurdo prolongarlas, ninguna de ellas, no sólo por el principio de que la continuidad en el poder suele ser de déspotas o ambiciosos sin mesura, sino porque nadie diría que las actuales han escrito una página muy brillante en este dramático lapso, antes por el contrario su pasividad y ausencia han sido lo más notorio de su actuación. Para no hablar de lo que tanta gente, alguna muy seria, ha hablado y a voz en cuello, sobre oscuras inversiones y administraciones de fondos profesorales. En todo caso, ¡hasta cuándo!, un poco de aire fresco puede ser cosa de vida o muerte para institución con salud tan frágil y ante un enemigo ávido y sin moral.
También diría que un principio a rescatar es la separación entre el gremio, ciertamente muy importante en estas circunstancias aciagas, de la vida propiamente académica. No es arriesgado decir que en cierta decadencia de nuestra primera casa de estudio durante el lapso previo al chavismo tuvo un ingrediente fundamental en la simbiosis dañina, que ganaba elecciones por lo demás, entre justos objetivos económicos y valores académicos. Pretender vender figuras que salgan de ese mismo nicho gremial no tiene ningún sentido. Al César lo que es propio del IPP. La academia debe ser siempre no de Dios sino de Platón.
Y, para hablar claro y en positivo, digo que depositaré mi voto de jubilado muy empobrecido por un tipo que no es exactamente mi amigo, quisiera que lo fuese, pero que sé que fue un magnífico decano, dos veces, o sea un hombre de experiencia, y cuyo carácter equilibrado, inteligente y pacífico puede ser un notable medicamento para una universidad destartalada. Me refiero a Víctor Rago, que al parecer va a entrar en la lid electoral. MI voto no pretende ser secreto
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