OPINIÓN
Elecciones regionales
- Para las elecciones regionales parece haber un acuerdo entre los dialogantes de un sector opositor y el régimen. El fundamento para aquel participar sería que todo habría fracasado, que el interinato de Guaidó estaría vuelto papilla, que la alianza de partidos que estaba detrás de él yacería descompuesta y que quedaría apenas el reparto de cargos y recursos. Aseguran que sería lo más natural aprovechar esa pequeña rendija para colarse o, mejor dicho, para escapar de tanto fracaso.
- A este criterio se añade la situación de los partidos. Son instituciones que están hechas para la vida democrática que tiene como ingrediente esencial la participación electoral. Partidos que no participan en elecciones se secan porque esa competición es las que les comunica sentido. Un partido no es un instrumento insurreccional, ni un club de estudio, tampoco una ONG que se define por una tarea que convoca en su seno a ciudadanos que pueden tener ideologías contrapuestas o pertenecer a distintos partidos. Partido y elecciones son dos aspectos del mismo proceso democrático.
- Ante la inexistencia de salidas visibles, concurre también la presión internacional. Salvo Estados Unidos y Colombia que sostienen abiertamente el apoyo a Guaidó como presidente interino, todo lo demás ha experimentado un proceso de disolución, con apoyos cada vez más lánguidos, al seguir la pauta de la disolución doméstica. La comunidad internacional, ya no tan entusiasmada con la causa venezolana, quiere sacarse de encima “la cuestión venezolana”. Varios de los dirigentes gubernamentales que han sido solidarios están fastidiados con la oposición, a la que atribuyen ineptitud e inexplicable –para ellos– división.
- En forma paralela a esta prédica electoral regional marchan las negociaciones en las cuales el régimen busca alguna estabilidad. Maduro y su entorno han saltado al repetido simulacro del entendimiento y, así, han pasado por las armas de su retórica a empresarios que buscan un modus vivendi, a dirigentes políticos y gremiales, a partidos otrora en plan de alzamiento. Lo único que exige Maduro es separar a Venezuela en dos mundos que no se interconecten: el del diálogo y el entendimiento, regidos por los jerarcas rojos; y el de la represión, los presos y la tortura.
- La negociación siempre es necesaria; pero, depende de las condiciones. Hasta el 11 de abril, sentados alrededor de una mesa con Chávez, generales y coroneles negociaron con él las condiciones de su partida; engolosinados, negociaron mal, aunque negociaron. El problema de toda negociación es con qué incentivos la otra parte cede y para negociar hoy, los opositores, empresarios y dirigentes que están en la movida, han renunciado a disponer de una fuerza que le tuerza el brazo al régimen; mientras que este tiene la fuerza para obligar a sus interlocutores. Negociar sin fuerza no es aprovechar una rendija para salir del encierro, sino meterse en ella como quien se mete en una ratonera.
- Los partidos políticos, por su parte, por más vocación democrática y electoral que tengan, en el marco de una tiranía carecen de fuerza estructural: sus dirigentes son conocidos y fáciles víctimas de la represión; sus finanzas están mermadas (salvo los que disponen de fondos por los caminos verdes); su espacio de acción constreñido al máximo sin posibilidades de comunicación con la sociedad; además y por si fuera poco están fragmentados hacia adentro. De manera que la vocación electoral que les es propia y forma parte de sus fundamentos, bajo el régimen de Maduro no les funciona como elemento indispensable de su acción. Por el contrario, están obligados a ver las elecciones no como su vocación sino como oportunidad de maniobra, sea que se promueva la votación o la abstención.
- Las elecciones regionales no representan solución alguna porque no son producto de una fuerza que conquista un espacio (por lo tanto, condiciones para unas elecciones limpias, libres y justas) sino de una debilidad que arrea a los que participen a formar parte de una comparsa. Aquí cabe una aclaratoria cuando se argumenta que unos dirigentes fogueados serían los candidatos; no se trata de las condiciones personales de algunos sino de su función: sin fuerza real propia se convierten en rehenes del régimen. Si no se cree, véase a los cuatro gobernadores de AD –expulsados del partido, reincorporados, expulsados y ahora en el limbo– que no pudieron representar fuerza alguna en estos años aunque hayan legitimado una elección fraudulenta.
- No dudo que se pueda negociar ni tampoco que se pudiera concurrir a elecciones (ya se hizo en 2015); la cuestión está en que hacerlo desde la inopia, refuerza el sometimiento y la debilidad. En una tiranía no se construye fuerza en su marco sino desde la ciudadanía organizada y luego se pueden abrir rendijas y traspasarlas; de lo contrario, las rendijas son trampas cazabobos.
- Volver al voto para legitimar las victorias de Maduro no parece ser buen consejo. Solo se pueden obtener condiciones electorales con la fuerza de un poderoso movimiento político que desafíe al régimen, caso en el cual el momento electoral es una parada en la ruta para salir de la corporación criminal. Tema convenientemente olvidado por los frenéticos que han escogido ser cola de león antes que cabeza de ratón.