Las «megaelecciones» no generan ningún entusiasmo. El jolgorio popular del posible cambio de autoridades regionales no se produce. Los comicios no pegan. Candidatos, no tan cándidos y partidos, en otras circunstancias, deberían andar altamente preocupados. Pero como los resultados hasta lucen cantados o insignificantes nadie se alebresta. Todavía hay quien se pregunte las razones. Aventuro algunas.
Lo primero que llega al menos prudente de los observadores no internacionales es la idea de que no son elecciones sino asignaciones de cargos. Esto no se puede disimular de ningún modo. Las primarias del régimen no fueron tales. Las designaciones de quienes se dicen opositores y concuerdan con los criminales en el poder, de igual modo contrarían los deseos ciudadanos. Si los habitantes no pueden seleccionar o si su selección no cuenta, para nada irradia motivación alguna. Se defrauda desmesuradamente la intención del supuesto votante.
El hecho de que haya tachaduras evidentes sobre partidos y candidatos posibles, reduce las alternativas a lo establecido de quienes detentan el poder y a su vez de quienes hacen que los adversan. Esto no solo hace aflorar suspicacias sino que decepciona. Partidos preteridos y líderes presos o inhabilitados no abren las compuertas a una verdadera diatriba democrática. La gente lo sabe y esto la desmotiva, por supuesto.
Así, los candidatos mismos no llegan a creerse los personajes ni la trama, lucen todos artificiales y repudiados en general por sus acciones que no encajan ni en la ficción telenovelesca más rebuscada. Si ni los actores se creen el cuento, el embaucar de ese modo carece de enganche sensorial y afectivo. Unos porque saben que ya ganaron y otros porque ya se saben derrotados. Así la pantomima descolorida desluce en demasía.
Ni fuera del país hay certeza alguna de la «megaelección» venezolana. Todos saben fuera que la tiranía no cederá su poder a raíz de esta elaboración mal construida. Lo que se tenía como un propósito singular en los «diálogos» de México, las supuestas condiciones superiores para elecciones decentes, trocó en desvirtuaciones de objetivos; hasta el Esequibo fueron a parar; menos aterrizaron en la realidad tangible de hoy en Venezuela. Afuera también saben que este parapeto dizque electoral no sirve. No funciona.
Y, en fin, los venezolanos sabemos que cambiar el maquillaje de un concejal, de un alcalde, o un gobernador por otro maquillaje de otro, no le traerá modificación alguna a sus padeceres diarios. No modificará la inflación ni el hambre, ni la falta de servicios, ni la atención en salud, ni el hecho de trabajar sin producirnos vida digna. Sabemos que el control está en otra parte y eso no cederá con este acto de diciembre para el cual llaman a clases de modo ficticio, cambian los ceros de la moneda, adelantan la navidad, eliminan oficialmente el virus, pero nadie les cree absolutamente nada. El problema es el régimen, no el bodeguero de la alcaldía.
Cuando haya democracia, habrá que hacer elecciones que motiven los cambios a profundidad que requiere el Estado venezolano. Allí habrá que recomponerlo con elecciones a todo nivel. Ahora resulta vacuo cualquier gesto en ese sentido. La gente no tiene pelos de tonta. La transformacion anhelada vendrá, pero no por ahí. Todos lo sabemos. No son elecciones sino otro fraude cantado.