La crisis que vive Venezuela es evidencia más que clara de la existencia de un gobierno militar que, apartado de su procedencia institucional y profesional, ocupa altos cargos en la administración pública, como consecuencia del manejo autoritario de la Constitución, que ha permitido que Maduro incurra en la arbitrariedad de negarle a la sociedad civil el ejercicio que le corresponde en los órganos del poder público. A esta se le ha sustituido por una élite de militares que ocupan el ejercicio de las funciones que antes eran de la competencia del estamento civil, los cuales carentes de preparación para ello han hecho posible la no recuperación de nuestro parque industrial. Somos un Estado fallido, no se escapa ser forajido. Los militares son de consideración epónima adulados al máximo. La Fuerza Armada representada por el ministro de la Defensa, desde la llegada de Chávez al poder, interviene en el debate político, asume mucho de la competencia de justicia ordinaria. Se debilitan las funciones del Estado. El ciudadano deja de participar en el desarrollo de la vida administrativa de la nación, adquiere estatus de no necesario. Todo este cuadro que impide las posibilidades de lograr una educación con maestros idóneos, con estructuras adecuadas, de que nos proporcionen servicios sanitarios; de que disminuya la muerte de la población. Que nos permita disponer de una Fuerza Armada que en función de actividad no esté al servicio incondicional de quien ejerce el Poder Ejecutivo. Que dé por entendido que su ministro de Defensa no puede estar a la orden de actuaciones incompatibles con su oficio e idónea para que enfrente con honor la defensa de la patria, como garante de la continuidad republicana. También de las normas democráticas irrespetadas por un régimen de fuerza que actúa en flagrante violación de los derechos humanos.
La crispada situación de angustia recomienda no achicarse, e impedir caer en los caprichos de algunos dirigentes, cuales no entendidos con la unidad de las fuerzas democráticas, se infestan con el hecho fatal de presentarse a unas elecciones presidenciales con un archipiélago de candidatos opositores. Que quieren repetirnos la película exhibida en las elecciones regionales, cuando la oposición dividida no obstante de haber en conjunto ser mayoría: las gobernaciones y alcaldías en número más que superiores se sumaron al partido de gobierno.
En momentos difíciles para la República las fuerzas democráticas han conducido al pueblo. El 30 de noviembre de 1952 Jóvito Villalba hubo de conducirlo. Enfrentó la tesis pesimista de que “Gobierno no pierde elecciones”. Villalba y Caldera en representación de URD y Copei enfrentaron a la dictadura, indujeron al pueblo a votar para elegir la Asamblea Constituyente Nacional. Derrotaron al oficialismo. El dictador reconoció el triunfo de URD, pero no lo acató. ¿Por qué URD se hizo de la mayoría parlamentaria? Es evidente: su líder luchó tesoneramente desde 1946 por defender sus reservas morales. Agarró al pueblo por los codos y lo integró al gran movimiento opositor. Los estudiantes contaron: crearon conciencia unitaria, fueron estos quienes después se unieron e iniciaron en 1957 la lucha contra el plebiscito indecoroso reeleccionista de Pérez Jiménez. El pueblo unido también precipitó el 23 de enero la fuga del dictador: juventud, pueblo, partidos y ejército unieron esfuerzos para salvar la vida institucional de la República. Tuvimos cuarenta años de paz.
Mario Briceño Irragorry, quien fuere electo diputado, dice: “Presentarme a las arenas de la política en unión del más constante, sufrido y esforzado defensor de los principios democráticos durante el último cuarto de siglo en nuestra patria adolorida, es de por sí un titulo que da lustre a mi vida política. Por ello, venciendo diferentes maneras de dificultades, hube de aceptar la hermosa invitación que en nombre de su gran partido URD como razón para agregar mi nombre en su lista de candidatos, el propósito de que en las planchas del partido figuraran personas independientes que dieren testimonio de las ideas de unidad nacional que ha perseguido como fórmula política, desde la hora funesta en que fue roto el 18 de octubre de 1945 el clima de paz, de seguridad y de respeto que sirvieron de sustentáculo a la convivencia que dio carácter ejemplar a la política del presidente Medina Angarita. Como dirigente de aquella colectividad política me cupo en suerte trabajar asiduamente con Jóvito Villalba en valiosas reformas e iniciativas democráticas como el Habeas Corpus, la Ley de Enriquecimiento Ilícito de los funcionarios. La elección directa del presidente de la República que se agitaron en el seno del Congreso de 1945”.
Visto lo precedente creo que, de realizarse un proceso de elecciones primarias para la escogencia de un candidato presidencial, sería sano y conveniente, siempre que el mismo se lleve mediante un procedimiento unitario, donde el pueblo alcance la mayoría de voces que le corresponden, que prive su voluntad, como fuente de legitimidad de los poderes públicos. Contradecir lo dicho imponiendo criterios manejados por minorías sería opuesto al entendimiento unitario, pondría en tela de juicio a muchos de los que se dan de opositores, pasarían a la historia como unos vulgares facilitadores de la perpetuación de un régimen caracterizado por el no apego a la Constitución.
Las elecciones para la escogencia del próximo presidente de Venezuela dejaron de ser formales en cuanto a las exigencias de condiciones. Su realización es un hecho consumado. El sector político dentro del cual se encuentra encuadrado el gobierno provisorio en reunión grupal en Panamá acordó un proceso primario, nombró un secretario ejecutivo que hace reuniones e imparte instrucciones. Se acuerdan en un reglamento. Ramos Allup, como en otras ocasiones, es el anunciador oficial. Se sustituye a Guaidó, identifica el gobierno interino con la MUD, a esta le corresponderá supervisar las primarias. Guaidó se encuentra en campaña promoviéndolas, habla de la unidad del pueblo.
Confieso junto a muchísimos otros venezolanos mi ignorancia supina sobre el manejo que han de tener las elecciones primarias. Las concibo como una reafirmación de fe del pueblo en sí mismo; la fe en la fuerza de voluntad para alcanzar una candidatura unitaria, que harto de dictadura se sitúe por encima de las mezquindades de grupo; capaz de oponerle la fuerza unitaria del pueblo al César de turno. En mi empeño sobre el logro de la escogencia de un candidato unitario para ocupar el Solio Presidencial, tengo mis escrúpulos doctrinarios, por ello he ofrecido ejemplos en el presente escrito. Venezuela se encuentra hoy atomizada por un conjunto de grupos que se han constituido en partidos, que si bien en su legalización han gozado de ciertos favores, no han participado en elecciones. Se dicen ser de oposición y dirigen partidos que han desplazado a sus anteriores dirigentes. Existe también el sector abstencionista, que se ha mantenido firme durante los últimos tres años, sectores que fueron del chavismo universitario, con independencia política y denso conocimiento científico, situados hoy en posiciones contrarias al gobierno. Estos sectores representan al pueblo opositor. Son parte del descontento nacional. No pueden ser dirigidos por la MUD, hoy entelequia sobrante de residuos del pueblo opositor, que ha dejado de tenerle creencia. Las elecciones primarias tienen que ser la expresión más acabada de la unidad nacional. Debe disponer de una fuerza idónea que le dé vigor, en ella tienen que participar todos los venezolanos para elegir mediante el sufragio libre y vigilado al candidato que mayoritariamente obtenga los votos, convenido en un programa de gobierno sin atadura de grupos o de intereses mezquinos. Debe hacerse en forma de consulta sometida a unas elecciones individuales, sin color de partido. Disponer de lo necesario para que se realice sin trampas. Por último, tenemos que practicar con seriedad, no con demagogia, la integración nacional, la que debemos entender como un estado colectivo de sana convivencia proyectada hacia objetivos claramente revolucionarios, como un concepto dialéctico, para impedir los factores generadores de las tiranías. Así, bajo esa forma unitaria, marchar hacia adelante: abrir caminos.
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