Si éstas hubieran sido unas elecciones normales, donde todos hubieran competido en las mismas condiciones y oportunidades, probablemente el resultado hubiera sido otro. Si éstas hubieran sido unas elecciones transparentes, donde el escrutinio y su seguimiento hubieran estado al alcance de la ciudadanía y de los observadores electorales internacionales que no llegaron (solo estuvieron los palmeros habituales del régimen), probablemente el resultado también hubiera sido otro.
Pero, como se temía, las elecciones del 28 de julio no fueron normales. Todo indica que han sido manipuladas por el Consejo Nacional Electoral (CNE), un órgano teóricamente independiente, aunque subordinado al gobierno. Pese al empeño bolivariano en haber desarrollado el sistema electoral más perfecto del mundo, la demora de seis horas para publicar el primer boletín con resultados, favorables a Nicolás Maduro, permite especular con una consistente labor de maquillaje del escrutinio.
Se quiso justificar esta demora en un hackeo informático proveniente de oscuros antros internacionales, pero no se han aportado pruebas concretas al respecto. A la vista de estos resultados, una parte de la comunidad internacional (un número importante de países latinoamericanos, la UE, incluyendo a Alemania y España, y Estados Unidos) ha mostrado su preocupación por el presente y, muy especialmente, por el futuro de Venezuela. Otra, principalmente Cuba, Nicaragua, Bolivia y Honduras, más China, Rusia, Irán y Turquía, apoya o seguirá apoyando a Maduro. Pero, como suele ocurrir en estos casos, el desenlace será básicamente producto de la respuesta venezolana.
Los datos proporcionados por el CNE resultan algo surrealistas, casi mágicos y alejados de la realidad. El 51,2% atribuido a Nicolás Maduro (¿por qué no dos puntos más o menos?) puede identificarse con ese conejo extraído de la chistera de un mago. Si alguien cree en lo paranormal, podría pensar que el espíritu de Hugo Chávez emergió para guiar las decisiones de Elvis Amoroso, el presidente del CNE, y favorecer la continuidad del régimen.
El 30% o más de las actas en poder de la oposición, que se corresponden con las mesas totalizadas y cerradas de acuerdo con la normativa, apuntan a una tendencia divergente con la trazada por la autoridad electoral. De no haber reaccionado el poder como lo hizo, la libertad y las haciendas de los principales líderes chavistas se hubieran visto amenazadas. Muchos podrían acabar con sus huesos en la cárcel o con sus bienes incautados. De ahí la resistencia a abandonar sus poltronas y sus situaciones de predominio. Pero, al haber actuado de este modo, manipulando el resultado electoral, han reducido su capacidad de mejorar sus condiciones de negociación, tanto personales como familiares.
Las expectativas de cambio presentes en la sociedad venezolana en las últimas semanas eran enormes. La movilización popular en las calles y plazas de casi todas las ciudades y poblaciones y la intensa actividad en las redes sociales así lo prueban. Tras lo ocurrido en la madrugada del lunes 29 la idea de un atraco a mano armada, a plena luz del día se extendió como un reguero de pólvora por todo el país. ¿Cómo reaccionará la gente? ¿Con qué grado de indignación y de violencia? De momento las movilizaciones ya han comenzado, si bien la calma tensa es lo que en este momento caracteriza al país. Por eso, habrá que estar atentos a lo que ocurre en las próximas jornadas.
Un alto nivel de protesta y el desborde de la represión policial podría llevar al gobierno a ordenar la intervención militar para acallar las voces discordantes. Esta orden, de ser rechazada por la oficialidad intermedia, supondría un punto de inflexión y el principio del fin de la revolución bolivariana. La negativa de los oficiales, suboficiales y tropa a disparar contra su gente tendría consecuencias imprevistas para el futuro chavista. Por eso, tanto María Corina Machado como los principales dirigentes opositores deberían medir cuidadosamente sus fuerzas, su capacidad de movilización y de protesta, así como las posibles líneas de fractura dentro de la Fuerza Armada Bolivariana.
Las palabras de Maduro durante la celebración de su triunfo, en clara alusión a la oposición: “no pudieron ahora, no podrán jamás”, son muy preocupantes, por más que estemos frente a una historia inacabada. Maduro vuelve a mostrar un profundo desprecio por la democracia, la alternancia y el respeto de las minorías. Sus dichos, acompañados de una permanente descalificación de los opositores, solo son un mal prolegómeno del endurecimiento de un régimen cada vez más dictatorial. Como ha señalado el historiador y académico venezolano Elías Pino Iturrieta: “la historia que apenas se ha esbozado no ha terminado. Debido a su magnitud, al tamaño de su escándalo, ha encontrado incentivos de sobra para continuar”.
Artículo publicado en el Periódico de España