Es imposible participar de una decisión tan importante, como es la de contribuir a la convocatoria a elecciones parlamentarias en la Venezuela del presente, sin examinar las múltiples situaciones en las cuales se encuentra atrapada la sociedad venezolana.
La realidad nos impone comenzar por las condiciones de vida de nuestra población, ciudadanos que en su mayoría sobreviven con salarios miserables, que escasamente permiten dos modestísimas comidas diarias, y que los obligan a permanecer aislados dados los inalcanzables costos de su movilización.
Son millones los venezolanos que carecen de acceso efectivo a la cobertura y a la atención sanitaria, convertidos en blanco de las profundas y trágicas limitaciones de la infraestructura hospitalaria, hoy más que nunca producto de la pobreza del gobierno y de la migración de sus profesionales.
Pobreza extrema cuya máxima expresión ha sido la migración de millones de ciudadanos al encontrarse negadas sus demandas al trabajo productivo, a los ingresos suficientes, a la cobertura de servicios de utilidad pública, crecientes y ya crónicas limitaciones, generadas por las negativas y destructivas políticas económicas del equipo gobernante.
Factores trascendentes todos los enunciados, y que han contribuido a una elevadísima y hasta ahora insoluble conflictividad poltica, a ellos debemos sumar la sorpresiva presencia entre nosotros del coronavirus, “auténtico castigo de la naturaleza” y de indiscutibles efectos catastróficos, de los cuales nadie está libre.
En este abigarrado y complejo panorama económico, social, político y ahora terrible y temiblemente sanitario, será posible organizar en 5 meses unas elecciones nacionales, que demandan reordenarlo todo y discutirlo todo, y será posible en tan conflictivo y antagónico escenario cumplir con éxito objetivos de tan extraordinaria trascendencia.
“No se quemara uno de los conejos o los dos incluso”.
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