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Elecciones en Estados Unidos

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Los candidatos Kamala Harris y Donald Trump

Foto: AFP

 

Estados Unidos celebrará elecciones presidenciales el próximo 5 de noviembre –se elegirán igualmente senadores y representantes a la Cámara Baja del Congreso norteamericano, así como algunos gobernadores de estado–. Ante la Comisión Federal de Elecciones, todo aspirante a un cargo de elección popular –a escala federal– debió registrarse y presentar un informe sobre fondos obtenidos o por recibir mediante contribuciones voluntarias, así como gastos realizados o por ejecutar durante la campaña –a tales efectos, debió crearse un comité encargado de administrar los recursos y nombrar un tesorero responsable–. Las leyes y procedimientos estadales regulan el acceso de los candidatos a las boletas electorales en sus respectivas jurisdicciones. Los partidos políticos Demócrata y Republicano, celebraron anticipadamente sus reuniones privadas –los “caucus”–, en las cuales seleccionaron a los delegados que acudirían a las respectivas Convenciones Nacionales de 2024 –la Republicana en Milwaukee, entre el 15 y el 18 de julio, y la Demócrata en Chicago, entre el 19 y el 22 de agosto–. Fue en el contexto de las Convenciones Nacionales que se eligieron y anunciaron los respectivos candidatos a la presidencia y vicepresidencia. Igual suelen inscribirse candidatos independientes o nominados por otros partidos políticos para las elecciones presidenciales. Concluidos estos procesos y ultimados los detalles del caso, los ciudadanos votarán en la fecha indicada, según sea el lugar de su residencia, aunque podrían ampliarse el itinerario y mecanismos para asegurar el sufragio en ausencia, el voto por correo e igualmente el anticipado, métodos enteramente confiables en un país donde prevalece la buena fe, como demuestra la experiencia en eventos anteriores –en las pasadas elecciones se levantaron sospechas y se cuestionaron resultados finales sin proveer pruebas contundentes–.  

Los Colegios Electorales son más un proceso que suponen las elecciones, que un emplazamiento determinado para su adecuada realización. Como tales, se materializan en la escogencia de los 538 electores que votarán por el aspirante a la Casa Blanca y su compañero de fórmula. Para ello se requiere una mayoría de 270 sufragios emitidos en la reunión que tendrá lugar después de verificadas las elecciones del mes de noviembre. Así las cosas, la elección definitiva no recaerá directamente en el voto consignado por la ciudadanía. De allí que hayamos observado en anteriores procesos, que el candidato favorecido en la reunión de los Colegios Electorales no obtuvo la mayoría de los votos emitidos por el común. Cada Estado de la Unión, tendrá tantos electores como sea el número de senadores y representantes al Congreso norteamericano, incluyendo los tres que corresponden a la capital, Washington D.C. Cabe destacar que los Estados de la Unión, con las excepciones de Maine y Nebraska que acreditan una representación proporcional, mantienen el sistema que consagra “todo para el vencedor”. Por ello el triunfo de algún candidato en circunscripciones que determinen mayor número de votos en los Colegios Electorales –Texas, por ejemplo, tanto como California, Florida o Nueva York–, podría asegurar la elección, aun teniendo menores respaldos a nivel popular. Y es usual que las proyecciones determinen al ganador la misma noche de las elecciones, tan pronto como concluya la votación a cargo de los ciudadanos. Sin embargo, la última palabra siempre recaerá sobre los Colegios Electorales –en votaciones muy cerradas, tal como hemos visto en anteriores ocasiones, este proceso puede tomar varias semanas–.  

El recuento que antecede nos permite comprender –a grandes rasgos–, el empaque y los alcances de un sistema electoral que, con todas sus virtudes y defectos, ha hecho posible no solo la alternabilidad democrática y la elección del presidente y vicepresidente de los Estados Unidos, sino además ha permitido asegurar, dada su irrefutable confiabilidad, el ecuánime reconocimiento de los resultados por parte de los contendientes y la comunidad de naciones, tanto como la necesaria gobernabilidad del país. Sin embargo, es evidente que el proceso actualmente en marcha se desenvuelve una vez más sobre un cargado ambiente de polarización política e ideológica que inevitablemente acarreará consecuencias. Algunos analistas destacan que las diferencias de opiniones y perspectivas, no se desdoblan en conversaciones civilizadas sino en ataques cada vez más virulentos –el uso frecuente de un lenguaje de guerra las envuelve–. Señalan igualmente un creciente cinismo alrededor del liderazgo y las instituciones, el declive de la moral y el auge de la intolerancia respecto a las opiniones no compartidas. Las teorías conspirativas y las descalificaciones se han situado en el orden del día, desatando iras y rupturas incluso entre familiares y amigos. ¿Será que se han ido desdibujando los valores cristianos y democráticos que inspiraron en 1776 a los padres fundadores de la gran nación norteamericana?  

Alexis de Tocqueville ordenaba su notable ensayo sobre la democracia en América, a partir de la idea de igualdad indefectiblemente aferrada en la sociedad estadounidense. Los puritanos fundaron un estado social democrático de equidad, que alcanzaba todos los niveles de actividad, bajo una síntesis de religión y libertad política para entonces inexistente en la vieja Europa. En ese orden de pensamiento, observó la admirable vitalidad de las asociaciones locales –los ciudadanos para todo se organizan, fue una de las primeras conclusiones de su estudio–, un elemento devenido en esencial para la salud de la democracia. Para Tocqueville el individualismo democrático –el señalado respeto al individuo–, era la respuesta al fenómeno social que inspiró a la naciente república y su sistema representativo de gobierno. Se trata pues de una nación concebida en libertad, y dedicada al sentimiento de que todos los hombres son creados iguales. 

La Constitución precisa en términos exactos los fundamentos esenciales de la democracia representativa, destacándose el respeto a los derechos humanos y libertades fundamentales, la alternabilidad en el ejercicio de la función pública materializada en elecciones periódicas, libres y justas, el pluralismo político simbolizado en las organizaciones y partidos que promueven la participación ciudadana, y la separación de poderes y su inapelable independencia funcional. 

Sin duda, Estados Unidos ha sido y sigue siendo un modelo de democracia en el mundo. Tanto la polarización que venimos comentando, como algunos signos autocráticos que podrían imponerse en las próximas elecciones, plantean ciertas dudas acerca del rumbo que tomará el país en las próximas décadas. Solo el tiempo y los acontecimientos dirán si se disipan o agudizan los miedos y titubeos de la hora actual. 

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