OPINIÓN

Elecciones a la medida ¿de quién?

por Alfredo Coronil Hartmann Alfredo Coronil Hartmann

La desdichada Venezuela del siglo XXI pareciera una orgía de los extremos, nada normal, razonable, previsible ocurre aquí, todo oscila entre el ditirambo a la diatriba más pedestre, parecemos ufanarnos en caracterizar lo grotesco, lo absurdo, lo esperpéntico.

Ya “bolivariano” adjetivo que solía combinar el genio militar y el galano buen gusto de toda una generación de pollos-pera que abandonaron villas y haciendas para ir a sembrar y a regar con su sangre el árbol de la libertad de América. Ha adquirido aquí y allende los mares el aire grotesco de la vulgaridad y el mal gusto. Bolívar (anótenlo en su curriculum) no solo ganó cada batalla que dirigió, también puso de moda un sombrero en París.

Sucre no solo era legítimo aspirante al título de Marqués de Preux, en el viejo Condado de Tolosa y el doctor José Cristóbal Hurtado de Mendoza –de los Mendoza de Álava– temperaba su sangre con la de los Trastámara, Álvarez de Toledo, Manrique de Lara, Capetos, López de Haro y desde luego Habsburgos, pues don Fernando el Católico era nieto o bisnieto de doña María Hurtado de Mendoza, etc.

No persiguen estas líneas el hacer un Almanaque Gotha de nuestra escasa fauna nobiliaria, hija pura y simplemente de la institución del mayorazgo que esquivó su problema de evitar la dispersión patrimonial, enviando a los excedentarios, Despacho de Capitán en mano, y cargo administrativo en el engranaje colonial, a “hacer la América”. Pero de allí al estereotipo casi patibulario con el cual nos identifican hoy, hay un abismo. Si algo tuvo claro el patriciado criollo que hizo la independencia, fue el  entender la necesidad de incorporar a los “nuevos hombres” a la clase dirigente, de allí la actitud del Libertador de prohijar el matrimonio de Juana Bolívar con el valiente prócer José Laurencio Silva. Sé que todo esto suena a programa “rosa” de la TV Española o “espantosa”, como ellos mismos la califican y para ese pragmatismo de vuelo corto, cortísimo, de buena parte de la juventud de hoy, carecerá de importancia si no lo dice Google. No obstante, el único sobrepeso que debe ser bienvenido es el que apareja el conocimiento. Admitiendo, es justo, que el carácter censitario de la Constitución de 1830, fue un grave retroceso.

No recuerdo a nadie, en ningún lugar del globo, que haya sido sometido a tantas pruebas y cuestionamientos como María Corina. El periplo antijurídico de la mal llamada inhabilitación es por sí sola una oda al disparate que debe haber redactado el mismo que le tatuó la barriga al anterior presidente del TSJ.

El juego está hecho, ya dijimos en un artículo anterior, y las responsabilidades están claras.

¿Qué más quieren… hacerle una autopsia?