“Adquirir virtudes sociales significa moderar con el amor propio, en una conjugación inseparable de sentir y pensar, sobre el suelo moral de la máxima “Piensa en todos para que todos piensen en ti”, que persiguen simultáneamente el beneficio de toda la sociedad y de cada individuo.”
Simón Rodríguez
Una elegía es un género literario que expresa tristeza o melancolía ante cualquier forma de pérdida, bien sea material o espiritual, tangible o intangible, una actitud elegíaca es la postura por la pérdida, el extrañamiento de algo o de alguien. En estos duros tiempos hemos visto cómo ha mermado la calidad, continuidad y posibilidad de contar con una educación que enseñe a cuestionar, que propenda a la libre formación de criterios sin caer en la obediencia ciega, es por ello que la educación y las capacidades que le son inherentes como proceso humano embridan libertad y desarrollo, un sólido vínculo advertido por el economista pakistaní Amartya Sen, que propende exitosamente a vencer la pobreza y la desigualdad.
Entonces como sociedad hacemos una elegía de lamento ante el vuelo raudo, alto y sin retorno, al parecer, de lo que entendemos por educación, y con ella la libertad, que es una consecuencia natural de la educación; somos los espectadores de una obra de la crueldad al mejor estilo de Antonin Artaud, la estocada final a la educación que se hace evidente en la imposibilidad para los maestros y profesores de sobrevivir con un salario inexistente y la continuidad de un acto de simulación o de engaño, en el cual el estudiante adolece de las mínimas condiciones para ser formado, usando un recurso literario, para ilustrar esta tragedia, el mochuelo de Atenea no encuentra nido en este ex país, es imposible formar, llegamos al momento de los momentos, la vocación cae de hinojos, fracturada por la fría y cruda realidad, es imposible seguir subsidiando al hecho educativo, pues sobre ese interés superior prima la necesidad de comer, en un país en el cual todos sus ciudadanos estamos condenados a la pena de Finías, tener hambre y no lograr saciarla, pues las arpías que son la tiranía y la perversión moral, están dispuestas para arrebatarle el mendrugo de pan a quien se lo lleva a la boca.
Nunca antes fuimos tan pobres y tan ignorados, jamás imaginamos estos mustios años, el temido día de la imposibilidad y de la indolencia, la burla y la burda imposición de la posverdad. En este laberinto en donde fue engullido Teseo y se perdió la madeja de Ariadna, el escenario de la pérdida del todo se vuelve una realidad cada vez más tangible, más real y por ende más triste, las masivas protestas de educadores en el país reciben a este naciente 2023, la irrealidad surrealista de la burbuja de la recuperación milagrosa explotó en la cara de quienes se beneficiaban de esa Arcadia de cleptócratas.
No hay sistema educativo, este se encuentra carcomido, desmantelado por el imperio de los cacos en el poder, esta hegemonía bien supo desmantelar a la escuela y la universidad, haciendo inviable su simple existencia, y he allí su triunfo, abordaron el ámbito en donde se recrea la respuesta ante un discurso único y totalizante. Es tan insostenible por falsa e inexistente la idea de la recuperación que ante su ausencia de significación se privilegia la construcción de un sistema educativo miniaturizado, en donde el engaño sea la bisagra de accionar y se obtenga a un hombre nuevo, tan innovado que se le ha vaciado su sentido ontológico, así se tendrá a un maestro líquido, un mentor que no esté presto a rendir cuentas de los intereses de Odisea en Ítaca, un maestro que abandone a Telémaco y lo deje a merced de toda suerte de vicios, entre ellos el del autoengaño, el reduccionismo y la indolencia, otra de las pobrezas que nos aquejan.
La burbuja del sultanato está allí indemne, sostenida por la gravosa necesidad de las capas de intelectuales, maestros y profesores universitarios sometidos a la pena de la subsistencia que impide enseñar, de vez en cuando; de los torcidos talones hechos garras de las arpías que nos sumen en la pobreza, cae algún mendrugo de pan, en este festín de la teckné de billeteras virtuales, que otorgan limosnas virtuales en una patria de redes sociales, algoritmos y posmodernidades; esos mendrugos que podemos comprar cada vez que se autoriza una dádiva que reafirma el desprecio que esta hegemonía siente por los académicos, se consuma una oda de vítores obscenos hacia la pobreza del espíritu, somos pues los leprosos para un sistema que recompensa vicios en lugar de virtudes, así hemos visto desmoronarse todas las infraestructuras físicas de escuelas y universidades, y ahora presenciamos el abatimiento de una capa profesoral hecha masa, cuyos desesperados reclamos son respondidos por sorna y burla a través de redes sociales, en donde se intenta normalizar el drama del maestro con hambre, de la escuela vaciada y del engaño que simula enseñar.
Se hablan de motores, de bonos y de buenas nuevas, sin embargo, es sencillamente imposible dictar clases con hambre y sin infraestructura mínima, las protestas callejeras se mantienen, pero también se sostiene la tozuda pretensión de hacer caso omiso y proponer una falsa normalidad, la cual se hipertrofia con el exhibicionismo rastra cueros, de una neoburguesía cuyos hábitos de vida son una afrenta grosera ante los pesares de todo un país, que carece de los que les sobra a esta nueva clase de sultanes y sus excéntricos modos de vida, en esta misma realidad coexisten estilos de vida incompatibles con las carencias de todos.
El chavismo es una entelequia que se apoltronó en el poder para hacernos absolutamente desiguales, para imponer aquello que denunciaban como un vicio de la burguesía imperante en el poder, así lograron imponer una homologación entre libertad e igualdad y en ese juego suma cero, nos quedamos sin ninguna de las dos, la verdad es la peor ofensa que se le puede infligir a quienes han hecho de la farsa una política de Estado, por ello el encono ciego del chavismo en contra de la educación y de los educadores, pues en ellos reside la frontera que jamás habían logrado conquistar, pues en su seno se construía el contradiscurso de la verdad única, ese atavismo que hace connaturalmente cercanos al chavismo con el fascismo y la gansterilidad en el poder.
Asumir una postura elegíaca no es la opción, por encima de los riesgos, si no hay lugares para que se pose el mochuelo de Atenea, hemos de ofrecer nuestro brazo firme, ese mismo que usamos para trazar conocimientos en la pizarra, para gesticular la procura del conocimiento y para alzarlos exigiendo nuestros derechos, pues rendirnos no es una opción, la docencia es una condición genética, inherente a pocos que nos hace entrar en la vida de muchos, cambiarla para bien, enseñar a pensar con complejidad, significar, conjuntar e implicar es el resumen del entendimiento como ejercicio docente, de allí que rendirnos no es una opción, en su lugar nos espera la lucha y la lección de las lecciones, la de no claudicar, aquella que consiste en transmitir que enseñar, comporta también defender y exigir derechos, la lección la daremos en las calles, ya que esto va más allá de una simple reivindicación salarial, aquí estamos exigiendo el expolio de toda forma de adoctrinamiento y la vuelta de la autonomía universitaria, no hay educación sin autonomía y menos en condiciones indecentes de trabajo.
Finalmente, estas tropelías serán pesadas por la historia, cada cual decidirá el lugar que les toca jugar, el poder no es eterno, quien humilla no tiene temor de las consecuencias de sus actos, pero la historia está llena de ejemplos de los lugares con nombre adonde van aquellos con innominada crueldad. Aun sin aliento, con temor y asumiendo la responsabilidad de mis hechos sigo en pie, enseñando con el ejemplo, educando para la civilidad y ayudando a los cientos de Telémacos que requieren de un mentor, en los brazos de los maestros de las escuelas, liceos y universidades puede aún posarse el mochuelo de Atenea, para auxiliarnos en la tarea de reconvertir la estética del horror y la desesperanza, en la estética de la civilidad, la decencia y la transformación progresiva que la educación genera en el hombre, finalizo esta columna con una máxima de Inmanuel Kant: “Tan solo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre. El hombre no es más que lo que la educación hace de él”.
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