OPINIÓN

El vuelo de la lechuza

por Raúl Fuentes Raúl Fuentes

«Un columnista que no ha empezado aún a quejarse en el segundo párrafo no duerme bien por las noches«. Eso afirmó alguna vez Maruja Torres, periodista y escritora española ganadora de los premios Nadal y Planeta, purgada de El País en 2013, precisamente por quejica y criticar sin disimulo ni cortapisas a la directiva de la empresa editora del diario, incluyendo a su presidente, Juan Luis Cebrián. Tratemos, entonces, de evitar insomnios y pesadillas, y comencemos a lamentarnos, no sin antes pasearnos por algún feliz o infeliz recuerdo o registrar un acontecimiento en desarrollo o por venir, destinado a convertirse en irrecuperable pretérito.

Hoy, en este domingo capicúa (02-02-2020), mientras en Estados Unidos y Canadá se festeja, presintiendo la primavera y despidiendo el invierno, el Día de la Marmota —hay una divertida película de Harold Ramis, Groundhog Day (1993), con actuaciones de Bill Murray y Andie MacDowell, en la cual se muestran los pormenores del folklórico ritual—, por estos lares se venera a la Virgen de la Candelaria, ocasión propicia para poner punto final a la Navidad, desmontando arbolitos y belenes y arrumarlos quién sabe dónde hasta el próximo diciembre; no obstante, y sin disputarle primacía a la advocación mariana, la de hoy debería ser fecha de especial importancia y obligada recordación para los demócratas, pues un 2 de febrero, pero de 1959, se juramentó Rómulo Betancourt como presidente constitucional de la República de  Venezuela, dando así inicio, a pesar de las intentonas golpistas de derecha e izquierda, de la aventura castroguerrillera y de un intento de magnicidio  —este sí real y no imaginado, como los sopotocientos atentados inventados en  salas situacionales de La Habana y Fuerte Tiuna, orientados a confundir y manipular a la opinión pública—, al período más civilizado, productivo y creador de nuestra historia contemporánea, una historia violentada por la arrogancia de un gorilón rojo y chapucero, cuya mayor hazaña fue salir en volandillas a refugiarse en La Planicie y pedir cacao a cambio de un «por ahora» televisual, en vivo y en directo, permitido por ingenuidad o complicidad de sus superiores. En el fondo, una capitulación, pues con tamaña y graciosa concesión comenzó la basurización ideológica del país.

Donde se rindió, fue sepultado —simétrica justicia poética— el mesías barinés; eso sí, con pompas, circunstancias y coral plañidera dignas de un emperador. Solo faltó un Papa para disputarle a Mamá Grande el macondero esplendor de sus funerales. Será resucitado pasado mañana, también martes como el 4 de febrero de 1992, cuando el zarcillo, haciendo gala de su habitual falta de sentido de las proporciones, se desboque elogiando la infame sedición y silencie, claro está, el frustrado intento de asesinar a Carlos Andrés Pérez y a la familia presidencial. Tal vez una furtiva lágrima de cocodrilo patriotero humedecerá la retórica del mascarón de proa de la dictadura colegiada —»El patriotismo es la virtud de los depravados, sentenció Oscar Wilde—, al proclamar, de manera teatral y a los 4 vientos, su lealtad al legado (¡¿?!) de Hugo Rafael; sin embargo, tanta emoción fingida no logrará minimizar el petardo puesto por la ahora reputada, en desmedro de Cabello, como la N° 2 del nicochavismo.

En su editorial del miércoles 29 de enero («La levitación de Delcy»), El Nacional llama a la señora o señorita Rodríguez, además de insultadora, falta de respeto y buscapleitos por quítame aquí esta paja, «menina mal pintada». Deploré no se me hubiese ocurrido un símil semejante cuando decidí insistir sobre los intríngulis del extraño viajé de la vicenico al país del socialismo ambiguo, y no quería incurrir en la zoomanía vernácula satirizada por Aquiles Nazoa (1920-1976) en memorables versos —»Regálame una locha, mi caballo. /La mujer de Mengano es una zorra/Y él un pájaro bravo/Anoche fui al cine con el Mono/Con el Chivo Capote y con el Gato»—. A falta de pan, empero, me resigné a la torta animal, estimulado acaso por el recuerdo de un tríptico de Jheronimus van Aken, el Bosco, pintor flamenco de la segunda mitad del siglo XV y la primera del XVI, a quien mi amigo y compadre Pepe Luis Garrido atribuía la precognición del plástico —más de 500 años antes de la invención de la baquelita—, alegando en favor de su tesis la presencia de unas esferas transparentes en El jardín de las delicias, quizá la más célebre y admirada de sus obras. En el panel central de su igualmente famoso tríptico El carro de heno aparecen una lechuza, espiando a una pareja de enamorados, y un demonio azul con nariz en forma de trompa y cola de pavo real, metáforas de la lisonja y el engaño. Me decanté, dado su simbolismo, por el avechucho, sin parar mientes en posibles similitudes entre el diablillo y la dama en liza.

En mitos y leyendas de diversas partes del globo consideran a la lechuza mensajera del inframundo, y en ciertas culturas se le tiene por ave de mal agüero: si revolotea alrededor de las ventanas de una vivienda o se posa en su techo, sus graznidos (se piensa) anuncian el pronto deceso de un habitante de esa morada. «Cuando una lechuza canta, el indio muere», reza un viejo proverbio mexicano de raigambre azteca. Y hay más. En una de sus acepciones, los diccionarios de la Real Academia y de María Moliner designan con el nombre de lechuza a «personas de poco juicio y sin sustancia»; en otra entrada, le asignan sinonimia con muleto y muleta (mulos jóvenes). ¿Suficiente?

El gobierno del señor Sánchez sigue en sus trece afirmando haber evitado una crisis diplomática de padre y muy señor nuestro, mas sus socios europeos no le creen de la misa la mitad. El asunto va para largo. Si el objetivo de la mensajera de Nicolás en la escala no permitida era chalequear la gira de Guaidó, no fue este quien salió peor parado del saboteo, porque a dos semanas del incidente el escándalo pica y se extiende, cual diría un narrador deportivo, y hoy por hoy, según El País, «ni el chavismo ni la oposición se fían de Pedro Sánchez». La semana pasada coincidí con el editorial mencionado en los motivos de la lechuza para su performance madrileña. Ahora —información suministrada por Bloomberg TV y reproducida en Deutsche Welle— el ilegítimo gobierno de Maduro, ante la inminencia de un definitivo y total colapso económico, estaría intentando privatizar Pdvsa y habría mantenido contactos con las corporaciones Rosneft de Rusia, Repsol S. A. de España y Eni S.p. A. de Italia. La idea sería ceder a estas empresas el control de la industria nacional de hidrocarburos y reestructurar parte de la enorme deuda de Petróleos de Venezuela.

De ser cierta la noticia, y no hay razones para dudar de su veracidad, el vuelo de la lechuza se relacionaría con una apetitosa carnada lanzada a empresarios españoles, expertos pescadores en ríos revueltos. Así lo sugiere información adicional aparecida en diversos portales de Internet. Alarman las revelaciones de Bloomberg, hasta ahora no desmentidas por ninguna autoridad. Mas, ¿qué puede esperarse de una pandilla capaz de poner a un tarimero good for nothing al frente del gobierno capitalino? Por su condición de adelantada o lleva y trae de un régimen de terror, no es desatinado comparar a la encumbrada formadora de peos con una lechuza (Tyto alba), un búho (Bubo bubo) o un mochuelo (Athene noctua), es igual, ululan y chucean —¡uh-uh!—: son aves rapaces noctámbulas pertenecientes a un mismo orden. Las hay simpáticas y blancas, como Hedwig, la de Harry Potter; pero, de noche, no solo los gatos son pardos.

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