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El voto latino en las elecciones de España

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Para el elector nacido en otro país, y que ha adquirido la nacionalidad española, votar en las próximas elecciones generales de España guarda una particular complejidad. Quiero decir con esto que es inevitable que en nuestro voto —también yo soy un español nacido en otro país—, la memoria política del lugar del que hemos venido pese en alguna medida. No es posible borrar las experiencias que cada quien lleva consigo.

Es cierto que las realidades de las que venimos son sustantivamente distintas a las leyes, a las lógicas y a los modos de hacer política que predominan en España. Pero, sin desconocer esas diferencias, hay lecciones —dolorosas, terribles en algunos casos— que hemos recibido, que tienen un carácter universal, y que el elector proveniente de América Latina —también de otros lugares distintos a la esfera de la lengua española— muy probablemente tome en consideración al momento de votar.

En todo emigrante está viva una lucha de fondo: ha salido de su país, a pesar de esa fuerza humana, espiritual, cultural y social, que lo amarra al lugar donde nació y creció. Puede afirmarse: todo emigrante ha sido obligado a cruzar las fronteras. Están los que emigran para estudiar; los que buscan oportunidades para una existencia mejor y más segura; los que han escapado de guerras y violencias; los que se han visto obligados a huir, perseguidos por dictaduras y regímenes autoritarios. Aunque sean casos diferenciados, en ellos subyace una realidad común, una premisa de fondo, que es la imposibilidad de permanecer en el propio país. Así, el temor que acecha a muchos electores provenientes de América Latina es que en España se produzcan hechos semejantes o comparables a los que conoció, y que lo obligaron a emigrar.

Hubo un tiempo, durante las décadas de los setenta y parte de los ochenta del siglo XX, en que se produjeron grandes corrientes migratorias desde varios países de América Latina, integradas por personas empujadas por el más apremiante de los objetivos: salvar la vida. Escaparon, por ejemplo, de las garras de las dictaduras de Fidel Castro, de Augusto Pinochet o de Jorge Rafael Videla (dictador de Argentina, entre 1976 y 1981). Recuerdo esa corriente migratoria, en particular, porque fueron decenas de miles de personas, a menudo familias enteras, que llegaron a Venezuela donde, además de poner a salvo sus vidas, encontraron, en aquella nación permeable, abierta y democrática, educación, trabajo y modos de insertarse en el desenvolvimiento de la sociedad.

La más reciente ola migratoria de América Latina, que se ha prolongado por más de una década —y que ha sido y es objeto de numerosos estudios académicos y de organismos multilaterales— tiene un carácter ciertamente complejo: en lo primordial es un proceso migratorio muy amplio, de diversos sectores sociales, que tiene sus mayores fuentes en Argentina, Perú, Brasil, Colombia, Venezuela, México, Nicaragua, Cuba, Guatemala, Haití, Honduras y El Salvador. Se marchan, como dije, en su mayoría, para dejar atrás la pobreza, la violencia y la persecución política.

En el informe 2020 de ONU Migración se estima que 3,6% de la población del mundo es migrante. Es una cifra que viene creciendo en las últimas 5 décadas. En América Latina, México —con más de 11 millones de migrantes—, Venezuela —con casi 8 millones de migrantes— y Colombia —con más de 3 millones de migrantes—, son los países que encabezan la estadística.

El Instituto Nacional de Estadística de España ha informado que, a finales de 2022, el número de extranjeros con nacionalidad española supera las 2,5 millones de personas. De ese total, más de 1,6 millones hemos venido de América Latina. Se trata de un número cada vez más atractivo para las ofertas y maquinarias electorales, que se disputarán la decisión de un total que sobrepasa los 37,4 millones de electores.

El votante español de origen latino tiene una responsabilidad: debe votar a favor de las fuerzas que proclaman la unidad y fortalecimiento de España; a favor de quienes propulsan el respeto a la Constitución y al Estado de Derecho; a favor de quienes se proponen estimular la producción, la creación de empleo, la promoción de trabajo, condiciones de vida que preserven siempre el objetivo de la libertad.

En mi criterio, el voto responsable debe ser contra las izquierdas, contra los independentistas, contra las fuerzas que promueven la disgregación de la nación española en pedazos, irreconciliables entre sí, agentes de la inestabilidad, la destrucción de la convivencia, activadores de prejuicios, en tiempos donde la unidad de propósitos y alrededor de programas específicos, es urgente para afrontar los enormes desafíos de las turbulencias geoestratégicas, la revolución digital, el medioambiente, los derechos humanos, y muchos otros.

Votar por las opciones que ofrece la centroderecha en España es una manera efectiva de decir: no olvido el papel que las izquierdas y los progresismos españoles han tenido en la debacle de América Latina. Durante casi dos décadas han permanecido en silencio ante la violación de los derechos  humanos, ante el empobrecimiento sistemático de nuestras sociedades, ante la instauración de gobiernos y regímenes que tienen fundamentos en la corrupción y la destrucción de las instituciones. No solo han permanecido en silencio: también les han prestado su más activo apoyo.

La destrucción provocada por estas fuerzas, ahora mismo en el gobierno, es evidente e indiscutible. Han puesto en movimiento una operación para liquidar la unidad de España, con todo lo que ello significa: despedazar la gran nación en una serie de pequeños feudos para gusto de los independentistas. Asociado a lo anterior, han indultado a los responsables de graves delitos en contra del Estado, como la sedición. De modo semejante a lo que hizo Chávez en Venezuela, han liquidado la independencia de los poderes públicos, convirtiéndolos en instituciones comisarios de los intereses del poder de Sánchez. A través de mecanismos políticos y legales, han realizado —y continúan en ello—, una campaña de legitimación de organizaciones y personas directamente responsables de actividades terroristas. ¿Acaso es necesario añadir algo más a este expediente?

Estas fuerzas, insisto, no solo son enemigas de la nación española: también de la América Latina sometida por dictaduras, populismos anacrónicos, propagandistas de modelos ilusorios y fabricantes de ruinas. Contra lo ocurrido en nuestros países y contra los riesgos a los que está sometida la nación española ahora mismo, sostengo que nuestro voto, el voto latino responsable, debe ser a favor de las opciones de la centroderecha.

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