Cuando la libertad trata de imponerse sobre los tiranos y sus secuaces que la ahogan, salta a la vista la dicotomía entre democracia y dictadura, erigiéndose como una confrontación permanente desde los tiempos de la Grecia Antigua hasta nuestros días; y cuando la democracia se presenta como un sistema que facilita la independencia de los poderes públicos, la participación ciudadana, el voto popular, la libertad de expresión y el respeto de los derechos humanos, la dictadura trae a la mente la concentración del poder en una sola persona o partido, la censura, la represión, la desaparición física de los adversarios y cualquier forma de conculcar los derechos humanos.
Hoy, en la encrucijada venezolana -cuando escribo estas notas- me siento en el deber de recordar en pocas líneas ese constante enfrentamiento que da origen a la dicotomía que antes aludí, el frente a frente entre el bien y el mal, cuando el mandón de turno, con el apoyo de sus acólitos, con un descaro digno de mejor causa ha pretendido fraudulentamente asumir el poder.
La democracia, aunque imperfecta, es considerada como el sistema político más inclusivo porque radica en la soberanía popular, la que se ejerce mediante el sufragio para elegir libre y competitivamente a los representantes del pueblo, lo que permite la pluralidad de ideas y el control del ejercicio del poder dentro de un marco constitucional, en fin, en la libertad. Ya lo dijo el carismático Winston Churchill cuando afirmó que «la democracia es el peor sistema de gobierno, exceptuando todos los demás que se han probado de vez en cuando”; aun reconociendo sus defectos, la consideraba el mejor sistema disponible en comparación con otras formas de gobierno.
La democracia no está exenta de críticas y bien lo sabemos los venezolanos que disfrutamos de una democrática República Civil durante 40 años -1958 a 1998-; y supimos que la corrupción, la ineficiencia administrativa y la polarización política, entre otros, fueron problemas recurrentes que erosionaron la confianza de una inmensa masa de defraudados votantes -muchos, analfabetas funcionales- que se lanzaron por la profunda sima que en aquel tiempo un desconocido golpista abrió a sus pies.
En contraste, las dictaduras suelen presentarse como soluciones eficientes a crisis económicas, sociales o políticas, mostrando una cara de progreso económico que se manifiesta generalmente en obras suntuarias o colosales. Bajo lemas como “Unión, Paz y Trabajo” o “el nuevo ideal nacional”, concentran el poder en una sola persona o grupos de poder que actúan cual mafias del narcotráfico, suprimiendo el equilibro de poderes y coartando las libertades individuales y los derechos humanos. La censura, la persecución y desaparición de disidentes y la falta de transparencia en amañados procesos electorales convierten a las sociedades regidas por dictaduras en tenebrosas prisiones silenciosas donde la disidencia es sinónimo de peligro, y hasta de muerte.
El enfrentamiento entre democracia y dictadura no se limita al ámbito ideológico, como pudiera ser el contraste entre los ideales democráticos y los pensamientos totalitarios de comunistas y fascistas; también se manifiesta en las relaciones internacionales, pues mientras que los países democráticos suelen abogar por la cooperación y el respeto a las normas internacionales, los regímenes autoritarios interpretan distorsionada y torticeramente los principios de soberanía y de no injerencia como argumentos para rechazar las críticas que se formulan a sus políticas contrarias a los derechos humanos.
Históricamente, las dictaduras llegan a su fin, aunque tarden en caer, como la dictadura comunista en la extinta Unión Soviética que desapareció luego de 70 años de sangrienta opresión, aunque otras permanecen, como la cubana que todavía se erige en Hispano América, incluso con el beneplácito de las democracias europeas. No obstante, se han dado transiciones de dictaduras a democracias que han sido celebradas como avances en materia de derechos humanos, como las ocurridas en la segunda parte del siglo XX en Argentina, Uruguay y Chile.
En este vis a vis, el ciudadano vive entre la esperanza y la ilusión. Quienes están afuera en condición de exiliados sueñan a diario con el pronto regreso a la patria y, cada uno a su manera y dentro de sus posibilidades, colabora en el enfrentamiento ante la dictadura. Por su parte, a quienes permanecen dentro y adversan al tirano, sufriendo la persecución y la cárcel, se les pide la participación activa y el compromiso con los valores democráticos y que se manifiesten contra las dictaduras a riesgo de sus vidas y de sus familiares.
El vis a vis entre democracia y dictadura no es solo una confrontación de estos dos sistemas políticos. Es un reto para la humanidad: defender la libertad y el respeto a la dignidad humana frente a cualquier intento de opresión. Por eso, en el caso de Venezuela, cuando la constitucionalidad ha sido violada este 10 de enero, “el pueblo de Venezuela, fiel a su tradición republicana, a su lucha por la independencia, la paz y la libertad, desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos” (artículo 350), estando -civiles y militares- en el deber de colaborar en el restablecimiento de la efectiva vigencia de la Constitución (artículo 333).