Clases escuelas públicas

Los que aspiran a dirigir pueblos, ejercer liderazgos en cualquier ámbito ya sea político, económico o social están ineludiblemente confrontados con nuevas visiones acerca del ser humano. La inquietud de este momento es cómo lograr que las instituciones con poder dominen horizontes distintos, que sobrepasen los abismos de lo catastrófico, pensar y trabajar para un ser humano dotado de poderosos recursos positivos inexplorados por la política y la psicología hasta hoy.

Martin Seligman, el psicólogo que abre esta nueva oportunidad hace una jugada muy simple, coloca el mingo en un terreno opuesto al tradicional, en lugar de afincarse en dificultades, en la negatividad,  parte de forma muy sencilla a hurgar en las potencialidades, en la voluntad, en la fuerza intrínseca del ser humano.  Es como si el pregón de Nietzsche se materializara, no basta con decir que el ser humano tiene una pila cargada en su interior cual es su “voluntad de poder”, un arma íntima que todos llevamos dentro de nosotros pero que solo vemos desde el ángulo negativo, nuestras flaquezas, temores, debilidades, miedos y todo lo que se le asimila. (Nietzsche, “la voluntad es instinto e impulso que lucha constantemente para lograr la supremacía. La voluntad significa la expansión de la fuerza, que es infinita, que no cesa, que es consustancial a la vida. El poder confiere a la voluntad su esencia, puesto que la voluntad es en sí misma poder).

Resulta, como siempre, un salto cualitativo muy sencillo, aun siendo verdad,  tenemos una carga interna negativa cuya suma es infelicidad, fracaso y pesimismo. Pero y esta es la novedad, también tenemos otro componente mucho más poderoso como son las cualidades humanas positivas responsables de que estemos vivos, que nos levantemos cada día y tengamos rutinas para seguir existiendo en este mundo.

El periodista Andrés Oppenheimer animado en la búsqueda de la causa del éxito de algunos países que mostraban los mayores índices de bienestar, según los estudios que Gallup realiza anualmente sobre  la felicidad en distintos países nos relata la sorpresa que recibió cuando asistió a un encuentro con Martin Seligman, psicólogo norteamericano a quien califica de sencillamente genial. Ante una multitud de familias congregadas, formula una pregunta muy sencilla: ¿Que aspiran ustedes lograr con sus hijos? ¿Cuál sería la mejor respuesta que recibirían por el gran esfuerzo que realizan en criarlos? Las respuestas de los padres “Que sean felices” “Que gocen de buena salud “Que puedan sobreponerse a los fracasos” “Que tengan muchos amigos”, luego una segunda ronda de preguntas  ¿Qué cosas les enseñan a sus hijos en la escuela? Las respuestas de los padres: matemáticas, historia, geografía, gramática. Seligman comparaba las respuestas de las dos preguntas y obviamente dejaba que los padres constataran que no había ninguna relación entre ambas cuestiones, carecían de encuentros las aspiraciones con las enseñanzas que sus hijos recibían en las escuelas. Al final Seligman, basado en los resultados afirmaba ante los padres: ¿Qué pasa cuando lo que quieren para sus hijos no tiene nada que ver con lo que aprenden en sus escuelas? A partir de estas reflexiones, Seligman recalca que además de enseñar matemáticas y geografía los niños tienen que aprender a lidiar con el fracaso, apreciar las cosas buenas de la vida, cultivar relaciones humanas, temas que al igual que los referidos a la ciencia pueden también aprenderse en la escuela.

Con estas ideas, Seligman pone la psicología tradicional “patas arriba” al constatar que no se preparan las nuevas generaciones y las actuales, en la mitad de lo que nos ocupa, concentrados sólo en las partes negativas, olvidando las buenas, aquellas que nos hacen felices y que también llevamos por dentro.

Con estos fundamentos, la Psicología positiva estudia diversos aspectos del ser humano: emociones positivas como la curiosidad, el asombro o el agradecimiento y fortalezas como el optimismo, la creatividad, la gratitud, la sabiduría o la resiliencia. Este giro en la búsqueda científica y humanística se comprueba con la incursión de importantes universidades en un mundo que comienzan a denominar: Departamentos de “la felicidad”. Se han abierto nuevos espacios de estudio en Harvard, Yale, Stanford y muchas otras instituciones donde se aborda el tema de la felicidad como exploración y búsqueda de actuaciones ligadas a la resiliencia, como capacidad de sobreponerse y voltear la negatividad convirtiendo en estímulo para alcanzar nuevas metas, la empatía, el acercamiento a lo hasta ahora misterioso como es el miedo, que paraliza y torna impotente al ser humano ante los desafíos de la cotidianidad.

En su búsqueda de respuestas Oppenheimer visitó algunos países, aquellos con mejores resultados, encontró, como nos declara, que los procesos para cambiar de rumbo las sociedades empezaba por donde debía ser, en la escuela básica. Compartió la experiencia en aula en Nueva Delhi y allí pudo observar que la actividad académica empezaba por algo inusitado, invitar a los estudiantes a comenzar el día con una hora de meditación profunda y reflexión sobre la importancia de los valores basados en ejemplos reales de experiencia humana. Se introduce a los niños en temas tales como ser tolerantes ante lo distinto y ajeno, reaccionar de forma positiva ante los fracasos, tener confianza en los otros en lugar de aprehensión y rechazo a priori. Las evaluaciones eran muy explícitas al demostrar que los mejores resultados se concentraban en los individuos con actitud optimista, los que se planteaban lograr metas y no los que actuaban de forma desanimada ante el fracaso. En sus anotaciones Oppenheimer aconseja que los latinoamericanos debemos superar esa cultura del despecho, la traición, el fracaso tan presente en nuestras expresiones culturales, en los boleros quejumbrosos, en los tangos con letras amargas sobre un mundo “que es y será una porquería”, cita el ejemplo de Armstrong, un ciudadano de raza negra víctima de expresiones racistas quien le canta a una humanidad que describe como “What a wonderful world”.

No se trata de olvidar que el rendimiento académico es lo contrario, posibilitar el logro de mejores resultados. El periodista pregunta: ¿Cuántos casos de depresión entre los adolescentes podrían ser evitados si las escuelas enseñasen a los niños a pensar positivamente y cuántos momentos amargos podríamos evitarnos al ser adultos? Podemos actuar frente a la depresión juvenil, el fracaso escolar, las conductas violentas, entender el fracaso como algo que nos ocurre a todos y que podemos rebasar. Podría América latina superar sus bajos rendimientos y poner fin a la violencia que subsiste en muchos de nuestros países, si fundamos una educación en valores positivos olvidando la permanente exaltación de lo negativo, la indiferencia ante el dolor ajeno, la improductividad, los bajos rendimientos, la enemistad ideológica y nos decidimos a aceptar como amigos a los supuestos enemigos.

Se ha comprobado que los niños felices aprenden más y que las personas equilibradas emocionalmente alcanzan mayores niveles de productividad y creatividad en el trabajo, la felicidad deja de ser un componente misterioso e inasible, reservado a algunos privilegiados y se convierte en un modo de educar y de vivir como dan muestras algunos países del mundo, entre ellos Noruega, Finlandia, Suecia, Uruguay, la India, Costa Rica. Un batallón de países del cual esperamos formar parte en muy corto tiempo. Es insuperable ver a Lacalle Pou sentado en una acera de Montevideo charlando con sus amigos de siempre. ¿Podría ocurrir algo así en nuestra ciudad?

Una buena noticia, dentro de nuestro país Venezuela hay seres ocupados por este tema, entre ellos la imponderable Tani Neuberger, una venezolana con un corazón sin límites, entregada totalmente a divulgar el tema de autorregulación emocional, la concentración de nuestras fuerzas internas positivas  de forma totalmente voluntaria. Con ella formamos un tándem tras la búsqueda de una reforma profunda institucional, una cruzada transformadora de nuestra escuela básica portadora de auténticos roles en todos los planos, en la dimensión física, en el ámbito cognoscitivo y en el mundo emocional y espiritual. Se trata de una escuela que forme seres humanos con el poder de elegir su actitud frente a las diferentes circunstancias, con espíritu de amor y coherencia; responsables, productivos en todos los planos, seguros de sí mismos, respetuosos y confiables, con un liderazgo natural y espíritu de servicio; esencia de una sociedad productiva y creativa, donde se conviva con justicia, paz y libertad.


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