No es precisamente por un compromiso militante con la verdad que el chavismo, desde tiempos de Hugo Chávez, generalmente dice con gran precisión hacia dónde se dirige y por donde se mueve. Es decir, si algo podemos esperar del chavismo son certezas y no sorpresas. Así sido ha sido desde la derogación de la Constitución de 1961, pasando por el forjamiento de la alianza entre el Estado chavista y el grupo narcoguerrillero FARC e incluso llegando el propio Hugo Chávez a confesar en el 2011 que gobernaría hasta el 2030, si así se le antojaba.
Hay una multitud de eventos en los cuales el chavismo sigue el mismo patrón de conducta. Anuncia la jugada y luego la ejecuta. Quienes aún tienen fantasías con un Estado y unas Fuerzas Armadas chavistas que entreguen pacíficamente el poder, si estos admitieran su derrota en unas elecciones, harían bien en recordar cómo les mutilaron su Asamblea Nacional del 2015 luego de ofrecidas las debidas amenazas y advertencias.
Antes de inhabilitar políticamente a un falso opositor, de sustituir a las Fuerzas Armadas por una milicia pirata, o de imponer el Estado comunal, el chavismo siempre anuncia sus intenciones, no las oculta. Pero, como decíamos al comienzo, no lo hacen por transparencia o por otorgarle ventajas a una oposición inexistente. Las tramas y los fraudes que perpetra el chavismo son operaciones complejas y sofisticadas que involucran simultáneamente a operadores afiliados a diversas mafias que operan dentro de ese ecosistema y quienes le dan forma y controlan al Estado chavista. Coordinar a esos elementos que atraviesan toda la estructura burocrática del régimen chavista requiere de un mínimo de logística y comunicación para garantizar los resultados que se quieren.
Esta práctica que el chavismo ha ensayado y refinado no es nueva en Venezuela. Ya en la época de Juan Vicente Gómez sus ministros y funcionarios esperaban y estaban atentos a la “seña” del Benemérito y más recientemente en la etapa del Estado de partidos era popularmente conocida como bajar y recibir “una línea” o sea la instrucción u orientación para regular la conducta del operador o funcionario.
Pero, a diferencia de los regímenes anteriores, en el chavismo se destaca el despliegue y la notoriedad del anuncio que de amenaza se convierte rápidamente en hechos cumplidos. Al no existir una oposición que reaccione y movilice a los ciudadanos en contra del anuncio de esa política o decisión, el chavismo se beneficia adicionalmente de un inevitable proceso de ablandamiento y desmoralización de un pueblo que se siente impotente para responder ante la aplastante prepotencia del Estado chavista.
Lo más lejos que ha llegado la falsa oposición electorera, cohabitadora y colaboracionista, es a restarle importancia o simplemente ignorar estas amenazas del chavismo, subestimando, como lo ha hecho invariablemente desde 1999, a un adversario que ha demostrado ser astuto y taimado. El magnífico Orlando Urdaneta, con penetrante agudeza y humor, hace muchos años caracterizó esta tara de la falsa oposición venezolana acuñando la frase “No vale, yo no creo”. Que los chavistas han dicho de mil maneras que jamás entregarán el poder. No vale, yo no creo.
Recientemente la falsa oposición venezolana, con todos sus candidatos presidenciales, se ha embarcado en una campaña inútil e inviable. Elecciones libres. Todo el argumento gira en torno a obligar (!) al chavismo a hacer unas elecciones libres, donde este cambie las reglas de juego que hoy le favorecen, acepte una eventual derrota electoral y también eventualmente entregue el poder. Así las negociaciones en México, paralizadas o no, se justifican por unas “elecciones libres”. Participar en unas elecciones fraudulentas también estaría justificado porque votando masivamente le demostramos al chavismo que queremos elecciones libres. Y así toda una larga cadena de falacias y sinsentidos que trabajan como guacales para rellenarlos con ciudadanos desprevenidos a quienes vulgarmente se les engaña llevándolos a votar en unas elecciones que no son libres para, según dicen, conseguir unas elecciones libres.
Apelando a su viejo truco el chavismo hábilmente ha respondido “elecciones libres, pero libres de sanciones”. El mensaje, que es repetido sistemáticamente en todos los medios oficialistas, es muy claro para todos los operadores en funciones públicas dentro del Estado chavista y para el público en general. Pero a pesar de la impecable claridad quizás aún se requiera una explicación adicional. El chavismo está diciendo, claro y fuerte (Diosdado Cabello dixit), que se reserva el derecho de hacer las elecciones como están ofrecidas si y sólo si las sanciones de los EEUU y otros países contra el régimen son suspendidas.
La suspensión indefinida de las elecciones del 2024 es un escenario plausible que hemos explicado en anteriores artículos. El chavismo dirá que, como resultado de las sanciones y el bloqueo, Venezuela se ha quedado sin dinero ni siquiera para hacer unas elecciones. De manera que si quieren elecciones habría que levantar las sanciones y, por supuesto, esperar a que fluyan los ingresos para tener los recursos suficientes que paguen por el evento electoral.
Lo que el chavismo jamás admitirá es que la quiebra económica de Venezuela es irreversible y no se resuelve ni levantando las sanciones internacionales. Quizás solo con un profundo cambio de régimen político. Con una Venezuela quebrada y sin un discurso racional que lo pueda explicar al chavismo le tocará que enfrentarse a sus propias hambrientas y descontentas clientelas (llamadas eufemísticamente “bases”) vapuleadas por las mismas miserias que padecen el resto de los venezolanos. Estas clientelas de civiles y militares son necesarias para ejecutar las tareas que le den un barniz de legitimidad e institucionalidad a la maroma electoral.
Y salir a hacer el amague de una campaña electoral, aun con audiencias estrictamente controladas, sería muy angustiante y doloroso para Nicolás Maduro quien podría exponerse, innecesariamente, al mismo tratamiento que los chavistas en Carabobo le propinaron a Henrique Capriles Radonski hace unos días, o algo mucho peor.
Al proclamar “elecciones libres de sanciones”, y conociendo de antemano que estas no serán levantadas en su totalidad, el chavismo prepara el terreno para suspender indefinidamente la estafa electoral del 2024. A ellos, que les encanta contarse en elecciones rigurosamente coreografiadas, les resultaría muy difícil poner su destino en manos del imprevisible estado de ánimo de sus propias clientelas, muy ariscas y relancinas en estos tiempos.