La actual desaceleración económica de China ha suscitado una diversidad de explicaciones. Sin embargo, los pronósticos tienen en gran medida algo en común: si bien los datos a corto plazo son algo volátiles (las tasas de crecimiento anual se han visto distorsionadas por el legado de la draconiana política de cero COVID de las autoridades), la mayoría de los observadores prevén que el crecimiento del PIB chino continúe con una tendencia a la baja. El Fondo Monetario Internacional, por ejemplo, prevé que el crecimiento alcance sólo al 4,5% en el año 2024 y caiga al 3% para fines de esta década, un crecimiento que es mejor que aquel de la mayoría de las economías avanzadas, pero que está muy lejos de las tasas de dos dígitos de hace una década. No obstante, el crecimiento es sólo una parte de la historia.
Por supuesto, la atención que recibe el crecimiento es comprensible. Durante décadas, China ha representado una parte significativa del crecimiento del PIB mundial. Además, el tamaño de la economía china (un determinante clave de su habilidad para seguir ampliando sus capacidades militares) marcará la evolución del equilibrio de poder con su principal rival: Estados Unidos. Pero el crecimiento no es el único, y probablemente ni siquiera el principal canal a través del cual la economía china afecta al resto del mundo. El equilibrio entre ahorro e inversión también reviste importancia, quizá incluso es de mayor importancia.
Una de las características distintivas de la economía china son sus extraordinariamente altas tasas de inversión y ahorro, mismas que superan el 40% del PIB. Esto significa el doble del nivel de tasas en la Unión Europea y Estados Unidos, e incluso superior a las tasas en otros países asiáticos, como por ejemplo Japón y Corea del Sur.
La inversión, especialmente aquella en infraestructura de alta calidad, ha sido esencial para mantener el rápido crecimiento del PIB chino. China construyó la red ferroviaria de alta velocidad más grande del mundo en tiempo récord. Hoy en día, incluso ciudades de tamaño medio tienen líneas de metro, y los numerosos, relucientes y recién estrenados aeropuertos de China avergüenzan a las envejecidas terminales que se ven en Estados Unidos y Europa.
Pero, como ha señalado Kenneth Rogoff, académico de Harvard, tal inversión genera rendimientos decrecientes. Esto se ilustra mejor con los problemas del sector de la construcción. Durante la última década, se han construido tantas viviendas en China que ya existen unos 40 metros cuadrados (430 pies cuadrados) por persona, casi tanto como en Alemania o Japón. Dicho de otra forma, China ha construido un stock de bienes durables similar a aquel existente en una economía desarrollada, satisfaciendo de manera eficaz la demanda de vivienda, antes de alcanzar el nivel de ingresos asociado a dicho stock.
Esto limita gravemente el potencial de inversión para impulsar nuevos aumentos en los ingresos. En este punto, una mayor construcción de viviendas simplemente crearía más ciudades fantasmas, ciudades relucientes, nuevas y vacías. Y, debido a que el stock adicional de viviendas, como también el stock de infraestructura en general, tienen una larga vida útil, esta situación no cambiará significativamente en el corto plazo.
Sin duda, el gobierno de China probablemente podrá encontrar nuevas formas de apoyar al sector de la construcción, incluyendo entre ellas, encontrar proyectos de infraestructura que por lo menos puedan aparentar valer la pena, por ejemplo, proyectos ubicados en las provincias más pobres y en provincias rurales no costeras. Sin embargo, de manera general, se puede esperar que de aquí en adelante la inversión disminuya gradualmente.
Japón enfrentó un problema similar hace unas décadas. Tras el estallido de su burbuja inmobiliaria a finales de la década de 1980, el gobierno intentó sacar a la economía de una grave recesión canalizando ingentes cantidades de dinero con dirección a la inversión en infraestructura. Pero la mayoría de las nuevas carreteras no conducían a ninguna parte, así que después de unos años de grandes gastos, el gobierno tuvo que darse por vencido.
En China, la respuesta a una menor inversión podría parecer sencilla: los chinos podrían consumir más. Pero recordemos que la tasa de ahorro de China también es extraordinariamente alta, y se ha mantenido así a pesar de los esfuerzos de las autoridades durante la última década para fomentar el consumo interno como motor del crecimiento. Por lo tanto, es poco probable que se produzca un aumento significativo en un futuro previsible.
Más allá del consumo, China podría canalizar los ahorros hacia la inversión en fuentes de energía renovables, como ser la solar y la eólica. Sin embargo, debido a que esa inversión ya se acerca a los 300 mil millones de dólares anuales (una cifra mucho mayor a la invertida en Estados Unidos o Europa) la capacidad de las energías renovables para absorber los ahorros chinos es limitada.
Dentro de un contexto de inversiones decrecientes, el elevado ahorro chino se extiende al resto del mundo a través de superávits de cuenta corriente. En China, estos superávits son incluso mayores que aquellos en otros países con exceso de ahorro, como por ejemplo Alemania o Japón, esto debido a la magnitud del exceso de potencial y el enorme tamaño de la economía.
Si el ahorro se mantiene en su nivel actual (más del 40% del PIB), pero la inversión cae al 30% del PIB (una proporción aún muy alta) China tendría que mantener un superávit de cuenta corriente de diez puntos porcentuales del PIB para mantener la economía en equilibrio. Ya que el PIB de China alcanzará pronto los 20 mil millones de dólares, este superávit equivaldría a casi 2 millones de millones de dólares. Esa cifra es varias veces superior a las de superávits anteriores en Alemania o Japón, y lo suficientemente grande como para afectar al equilibrio global entre ahorro e inversión.
La presión a la baja sobre las tasas de interés, un efecto indirecto del superávit de ahorro de China, llegaría a ser un efecto relativamente benigno. Pero otro peligro mayor se avecina: los grandes superávits de cuenta corriente chinos podrían avivar una tendencia, que de entrada ya se encuentra acelerada, que conduce hacia la protección de las industrias nacionales contra la competencia china.
Esto necesariamente no tiene por qué ser así.. Con sus inversiones en tecnologías como baterías, paneles solares y vehículos eléctricos, los exportadores chinos van camino de obtener una ventaja cada vez mayor en las industrias verdes intensivas en capital. Europa y Estados Unidos podrían dar una calurosa bienvenida a las importaciones verdes baratas como un medio para reducir los costos de sus propias políticas climáticas. Pero esto parece poco probable en el actual clima de confrontación geopolítica. Por el contrario, podemos esperar más políticas proteccionistas, que aumentarán los costos y no harán nada a favor de reducir el ahorro chino.
Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos
Daniel Gros es director del Institute for European Policy-Making en la Bocconi University.
Copyright: Project Syndicate, 2023.