Nicolás Maduro anunció que la cuarentena se extenderá por un mes más. No presentó un balance global de la situación sanitaria ligada al covid-19. Tampoco habló de las perspectivas para el futuro cercano, ni de cómo el gobierno normalizará progresivamente el país. El costo económico y social de semejante decisión no entró en sus consideraciones. Fue la exposición de un capataz que se siente dueño del país y con el poder suficiente para dominarlo a su antojo.
Tengo la impresión de que lo único que le preocupa al régimen es la ola de escaramuzas que podría desencadenar la severa escasez de gasolina existente en el país y la eventual privatización de su comercialización. El confinamiento tan prolongado al que ha sido sometida la población no se debe a que de repente Maduro empezó a preocuparse por la salud de los venezolanos. Lleva más de siete años gobernando. En ese lapso el perfil epidemiológico de la población se ha movido hacia enfermedades vinculadas con la desnutrición y la malnutrición, y con patologías relacionadas con la pobreza; la red primaria en salud tomó una pendiente que la ha conducido a escombros; de la Misión Barrio Adentro, durante mucho tiempo buque insignia del oficialismo, queda solo el recuerdo. La salud de los venezolanos no ha sido nunca una prioridad para el mandatario.
Su gran reto consiste en acoplar el retorno a la normalidad con la superación de la falta de combustible. Aspira a evitar las grandes aglomeraciones que la parálisis del transporte público y privado provocaría. Serían el caldo de cultivo para ruidosas protestas. La escasez de combustible, unido a los cortes intempestivos de electricidad, forman un coctel explosivo. El régimen atribuye las interrupciones del servicio a sabotajes opositores. Con ese cuento nos han intentado marear desde hace años. Si la oposición fuese tan eficiente para intervenir centrales custodiadas por la Guardia Nacional y otros cuerpos de seguridad del Estado, el gobierno habría sido derrocado hace mucho tiempo. La verdad descarnada se reduce a que la energía hidroeléctrica producida en el Guri no alcanza para cubrir la demanda; y la termoeléctrica necesita abundante gasolina, y este codiciado producto no existe porque la desidia del régimen permitió que las refinerías de la nación, entre las más grandes del planeta, se deterioraran hasta llegar al punto de colapso.
Quieren vender la tesis de que la insuficiencia de combustible se debe a las sanciones aplicadas por Estados Unidos. Mentira descarada. Irán, país sancionado por los gringos desde hace mucho tiempo, no presenta fallas en el suministro interno del fluido. Además, se sabe que asesora a Maduro en el intento de reactivar las refinerías del complejo Paraguaná, y que el gobierno le paga con generosidad por una asistencia que no tiene nada de altruista.
El régimen tratará de ir midiendo con escalímetro la respuesta de la gente. Los ciudadanos se acostumbraron a que les regalaran la gasolina, aberración de la que Maduro fue advertido en numerosas oportunidades. Se le dijo que el costo de esa insensatez sobre la industria estaba siendo desmesurado. Que terminaría por destruirla. Los irresponsables no escucharon. Por miedo a un estallido social, continuaron el festín. En 1989, el Caracazo se produjo por el incremento de alrededor de 10 centavos de dólar. Ahora que se encuentra arrinconado por la acumulación de errores cometidos, aspira a privatizar la distribución de la gasolina, cobrar precios por encima del promedio internacional y, al mismo tiempo, seguir regalándole petróleo a Raúl Castro, y continuar manteniendo el subsidio a sus aliados en el Caribe y Centroamérica, de quienes espera su apoyo en los organismos internacionales.
Es comprensible que Maduro esté muy preocupado. El desbarajuste creado desde 2013 es total. Venezuela es el único país productor de crudo –dentro y fuera de la OPEP– que presenta serias dificultades en el suministro doméstico de gasolina.
El impacto del virus en el país ha sido reducido. El confinamiento rígido, al parecer, no se justifica desde el punto de vista sanitario. Basándose en la opinión de distintos expertos, varios organismos gremiales –Fedecámaras, Conindustria y Consecomercio– le han exigido a Maduro levantar progresivamente la parálisis, guardando las precauciones del caso y manteniendo las normas señaladas por la Organización Mundial de la Salud y la Organización Panamericana de la Salud. El estado de postración de la economía impone reanudar con lentitud, aunque progresivamente, las actividades laborales. Los trabajadores informales se han visto obligados a reiniciar sus tareas. Se rebuscan de la forma como pueden. Necesitan conseguir el sustento diario, 98% del país no tiene ninguna posibilidad de ahorrar para mantenerse sin trabajar o su capacidad es muy baja.
Frente al comportamiento espontáneo de los ciudadanos, lleno de riesgos, es preferible que Maduro presente un plan coherente de retorno a la normalidad en toda Venezuela. No lo hace porque está rodeado de ineptos y le tiembla el espinazo ante la posibilidad de que los venezolanos reaccionen con violencia por la desidia del gobierno en un área en la que siempre estuvimos en los primeros lugares del mundo. La falta de gasolina es el verdadero covid-19.
@trinomarquezc
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