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El verdadero autor de Ciudadano Kane

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No es un cine ligero sino liviano. Se lo escuché decir al reputado Adrian Martín en una master class del Festival de Valdivia.

El crítico deslizó la categoría para referirse a una estética de la materialidad, del discurrir libre, del devenir ambivalente, por encima de los criterios binarios, dogmáticos y fijos del mainstream.

El concepto se me antoja adecuado al momento de ponderar la imperfección deliberada de Mank, nuevo largometraje del último maldito de Hollywood, David Fincher, conocido por ampliar las fronteras de la industria, ensanchando los campos perceptivos del espectador.

El colega precoz, pendiente de adaptarse a las tendencias, ha respondido de forma conductista ante el estreno de la película del autor, tachándola de fallida y dispersa, siguiendo el hilo de los bajadores de línea en el mundo de los influencers, quienes evalúan poniendo caras y haciendo gestos de desaprobación, desde sus cuentas de Youtube, apenas se filtraron las primeras reseñas negativas sobre la pieza del mismo creador de Seven, Zodiac, Fight Club y Gone Girl.

Desconfío, de inmediato, de tanta unanimidad y consenso en invalidar el trabajo de un realizador así de complejo y difícil de encasillar.

Definir un canon para el demiurgo de Alien 3 ya es, de por sí, una tarea cuesta arriba. Su filmografía ha tomado caminos dispares, algunas veces discretos con The Game y Panic room, en otras sorprendiendo a propios y extraños al gestar proyectos incontestables como The Social Network.

Podemos coincidir en que su adaptación de El extraño caso de Benjamin Button supone uno de los trabajos más flojos de su obra.

A modo de idea de unificación, la carrera de Fincher busca concentrarse en personajes precisamente al borde de las normativas establecidas, rompiendo con las convenciones de lo políticamente correcto.

De tal manera concibió a uno de los psicópatas modélicos de los noventa, a un arquetipo del hombre esquizofrénico de la posmodernidad, a un emblema fantasmal de la era del terrorismo, a una vamp despiadada de andar por casa, al Maquiavelo por excelencia de la generación Facebook.

El Mark Zuckerberg de Jesse Eisenberg todavía sigue influyendo a los actuales creadores de contenidos y aplicaciones problemáticas.

Aquel ser ególatra y ensimismado retrató la condición selfie de los millennials, apoyándose en un guion inmenso de Aaron Sorkin.

Por extensión, Mank expande la galería de monstruos de la razón, perfilada por el martillo del filósofo de la cultura pop.

Para entrar en los recovecos de la reciente contribución de David Fincher, el espectador impaciente se sentirá defraudado. Uno de los asuntos de la película es contar una historia del pasado, sin mayores intenciones por ilustrar didácticamente el contexto.

Por ende, de entrada, el filme carece de empatía para la audiencia joven desinformada.

Por ende, los chicos percibirán el reforzamiento de una brecha y una grieta.

En efecto, David Fincher relata una crónica negra del detrás de cámaras de Ciudadano Kane, pintura consagrada mil veces citada, pero poco estudiada en la contemporaneidad.

En consecuencia, si la dominas de oído, la función de “Mank” te resultará pesada.

El libreto narra el descenso a los infiernos del libretista de la ópera prima de Orson Welles.

Herman J. Mankiewicz recibe el encargo del prepotente niño mimado de la RKO, del arrogante advenedizo, del mesías de la radio y el teatro de Nueva York, tras el éxito de la emisión de La Guerra de los Mundos.

Por ende, el largometraje propone un viaje oscuro por los pasillos y laberintos de la meca, pagando tributo a las tormentosas deudas con el expresionismo alemán.

Listar los guiños de la foto de grupo daría para un ensayo o una defensa de tesis doctoral.

Pasean los productores de la edad dorada, las musas y las estrellas decadentes, en los predios de los dueños de los estudios y los magnates de la prensa.

La paleta de Fincher los dibuja con más o menos afecto, dependiendo de su posición en la escala de valores del protagonista.

Obviamente, las tintas se recargan en el diseño grotesco de secundarios como el de Arllis Howard, perfecto en su papel de Louis B. Mayer, apto para conseguir la nominación a los premios de la academia.

Charles Dance aporta la adecuada imagen siniestra a la estampa de William Randolph Hearts, el blanco del ataque del redactor del plot.

En cuanto a la Marion de Amanda Seyfreid, la cámara extrae el contraste de una mujer en blanco y negro, idealizada por el amor platónico, desacralizada a su vez por la venganza del dramaturgo.

Los chistes internos y la mordacidad pertenecen a un legado arcaico, lleno de referencias  a los hermanos Marx y al cinismo de Billy Wilder en el Crepúsculo de los Dioses.

Gary Oldman puede estar pasado de edad para interpretar al Mank de 43 años, pero su porte clásico le otorga legitimidad y decoro al reparto de figuras.

La caricatura de Orson Welles sí luce como un pase de factura, como un imitación demasiado gruesa y trillada.

Borracho e intoxicado, el personaje se recupera de un accidente y emprende la escritura de su obra maestra. Pelea por sus derechos de autor, hasta el final, a pesar de la resistencia del arrogante niño terrible de la industria.

Mark Zuckerbeg robaba una idea original y se salía con la suya en La red social.

Mankiewicz logra doblegar a su némesis, evitando el plagio y el desconocimiento de la academia. Por ello, el guion tiene futuro en la temporada de premios.

Disfruten de una película de la liviandad que gozamos más por el mecenazgo indie de Netflix, que por el estado actual de los estudios, cuyas estructuras anquilosadas son cuestionadas por The Mank.

Plagada de flash backs y escenas disonantes, una cinta imprescindible de 2020.

Cuidado con la edición, porque también garantiza postulación técnica, a la luz de sus homenajes al vanguardismo de los treinta. Específicamente, las disolvencias rememoran a Metrópolis de Fritz Lang.

La crítica a Hitler y el holocausto recuperan el tinte antinazi de los cuarenta, anticipando las manipulaciones de las fake news. De ahí procede el cuestionamiento al populismo y el fascismo ordinario de nuestros días.

Clara indirecta al universo de ciencia ficción, distopía y derroche de Donald Trump.

 

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