OPINIÓN

El venezolano es lo que queda

por Juan Carlos Rubio Vizcarrondo Juan Carlos Rubio Vizcarrondo

No es secreto para nadie que el silencio ha sido la reacción natural de los venezolanos ante los hechos políticos, los políticos de profesión y a los discursos en general. Las razones son conocidas por todos: la dinámica cíclica, redundante e infructuosa entre esperanza de cambio y la frustración del continuismo; los dirigentes que ni representan a nadie ni suponen alternativa real en cuanto a verbo, acción y visión; y narrativas que suponen que la población es idiota, en el peor de los casos, o demente, en el mejor de ellos.

Considerando dicho estado de cosas, no se requiere argumentar mucho más para argüir que los venezolanos ya no ven en la política ni en sus actores un camino viable para subsanar sus carencias. Este vacío, esta incapacidad de contar con los medios para la consecución de fines superiores como la libertad y la democracia, lleva a un reajuste de prioridades en donde la economía y las condiciones de vida lo son todo.

Que hayamos llegado a este punto no ha de sorprender y no merece recriminación, ya que cuando lo ideal no encuentra asidero, lo que queda entonces no es lo deseable, sino lo útil. Ahí es en donde estamos ahora como nación, por cuanto los venezolanos en el suelo patrio estamos buscando cómo continuar con nuestras vidas. Estamos, en definitiva, buscando cómo llevar hacia adelante lo que tantos ya han dado por perdido.

Sobre la base de dicha búsqueda es que, tal como si fuera un premio de consolación, se han ido encontrando pequeñas rendijas de cambio. Tales aperturas provienen de las reformas que el régimen actual ha requerido para su sobrevivencia. Simplemente, el modelo chavista, al igual que el modelo económico predominante en el país en los últimos cien años, ese estatismo mágico que todo lo puede, caducó. Este caducó en el instante que el Estado, como administrador de casi todo en Venezuela, se abocó a destruir todo lo que estaba bajo su cargo.

Tal cual como un borrón y cuenta nueva, los logros y los paradigmas del siglo XX venezolano se les dio en el traste y, con ello, se está llegando, en virtud de la necesidad, a situaciones que eran impensables: la sustitución de facto del bolívar por el dólar, la muerte paulatina de los subsidios y, en líneas generales, la revelación de que la verdadera riqueza de una nación se asienta en el esfuerzo y el ingenio de sus ciudadanos.

Pudimos haber cambiado nuestra manera de hacer las cosas hace cuarenta años atrás, de manera estructurada, sin tanto sufrimiento, perdida y éxodo; pero eso no pudo ser. Hubo que caer en lo peor. Hubo que retroceder tanto que lo que nos queda es reinventar a un país desde cero y en condiciones menos que ideales. Partiendo de una Venezuela con desbalances macroeconómicos, poder adquisitivo diezmado e infraestructuras venidas a menos, en donde no existe una clase política con la cual cambiar la conducción del Estado, lo que queda entonces es el emerger de una tecnocracia necesaria.

El experimento estatista venezolano, el cual ya fue llevado a su conclusión lógica, es un fracaso irredimible, por lo que el régimen actual parece estar en un proceso de replantear su manejo sobre la economía. Incluso si es a regañadientes, la agenda reformista es la que está en la palestra, pues ni el país, ni el Estado, pueden sostener un modelo económico caduco.

En la actualidad se tiene un semblante de “piloto” sobre estos cambios en la ciudad capitalina, pequeña burbuja que contrasta con la realidad nacional, en donde se denota un alza en la comercialización de productos y servicios junto a una proliferación de medios alternativos de pago.  Esto se plantea con la salvedad de que la economía venezolana aún no es “productiva” en tanto y en cuanto no se ve todavía el surgimiento de actividad industrial, por lo que el país manifiesta puras actividades de comercialización que son a su vez dependientes de importaciones.

No obstante, si el “piloto” es demostrativo de algo es que la preponderancia de libertades económicas y la sustitución de la burocracia por gerencia es como una luz entre las tinieblas. La desregulación de productos y servicios, el desmantelamiento del control cambiario y la dolarización de los productos financieros, sin ton ni son, han llevado indudablemente a una sensación de alivio que le ha servido de maquillaje al colapso económico de donde se partió.

Sea en el contexto del régimen imperante, o a pesar de este, al venezolano no le queda otra alternativa que coger el camino más duro: levantar el país a pulso. Aun con lo tanto que pueda frustrarnos la falta de cambio político, el hecho es que la vida simplemente sigue y las necesidades requieren soluciones.  De tal manera es que, donde la clase política fracasó, debe perseverar el venezolano a través de su esfuerzo e ingenio. No cabe dudas de que, a pesar de todo lo que ha pasado, el mejor recurso que le queda al país es su gente y no queda de otra que seguir hacia adelante.

@jrvizca