Una porción importante de la sociedad argentina eligió ayer perseverar en el facilismo, ese camino que evita el sacrificio y se queda solo con los pequeños parches para una economía diezmada. La excelente elección de Sergio Massa confirma, además, que el populismo es siempre posible cuando la mitad de la sociedad chapotea bajo la línea de la pobreza.
Nunca antes (nunca en los en los últimos 40 años de democracia, al menos) un candidato presidencial hizo tanto despilfarro de recursos públicos en beneficio de su propia campaña electoral. Los varios “planes platita” funcionaron perfectamente en el domingo de elecciones. Hubo bonos extraordinarios de dinero para trabajadores y no trabajadores; existió también una parcial eliminación del impuesto a las ganancias, que benefició a 800 mil personas de clase media, e intercedió la devolución del IVA a jubilados, empleados y monotributistas, que significó más dinero para nueve millones de argentinos.
A más de seis puntos de diferencia con respecto de quien salió segundo, Javier Milei, muchos observadores y experimentados funcionarios electorales inferían que el actual ministro de Economía está en mejores condiciones de ser el próximo presidente de la Nación. Se trata solo de una deducción; la segunda vuelta electoral, que se realizará el 19 de noviembre, es siempre otra elección, sin ninguna relación con las anteriores. Lo cierto es que el domingo lleno de sorpresas dejó a Massa muy cerca de ganar la presidencia ayer mismo, en la primera vuelta electoral. Casi lo logró, pero no pudo tanto. Deberá enfrentar el ballotage.
Es raro, pero en los comicios de la víspera se impuso el bombero que ayudó a apagar el fuego que el mismo bombero atizó. Solo una sociedad muy confundida estuvo a punto de darle el triunfo en primera vuelta al representante de una dinastía política que destruyó todos los stocks de la Argentina: desde las reservas de dólares hasta la carne, pasando por la energía. Dejó en las puertas de la Casa de Gobierno al jefe del equipo económico de una inflación del 12% mensual y de 1 dólar al precio de 1.000 pesos. Massa es también el nuevo mejor amigo de Cristina Kirchner, la jefa de una facción política acusada de múltiples hechos de corrupción en graves investigaciones judiciales. Nadie sabe, y esto es igualmente cierto, si esa amistad durará más allá de la segunda vuelta electoral.
Si se mira bien la historia de Massa, es muy probable que si él fuera el próximo presidente sus primeras decisiones como mandatario estarán destinadas a relevar a la actual vicepresidenta como jefa del peronismo. Massa tiene más amigos de los que se sabe en los tribunales; es una mala noticia para Cristina Kirchner. Nada mejor que reiteradas condenas judiciales contra ella para consumar su reemplazo político.
“Se quemaron todos los argumentos racionales y sus exponentes”, concluyó anoche un dirigente de Juntos por el Cambio, tras observar la elección de Massa, y se incluía él mismo. Los sorpresivos resultados del ministro de Economía ocurrieron luego de que se conocieran las imágenes de Martín Insaurralde derrochando dólares, que ningún cargo oficial puede darle, en la costa más exclusiva de España. No podía caber ninguna duda de que esos gastos fueron posibles porque hubo numerosos actos de corrupción por parte de quien fue el segundo funcionario de la provincia de Buenos Aires, después del gobernador Axel Kicillof. Resulta que Kicillof también fue reelegido por un amplísimo margen de votos. También se lo vio a Julio Rigau, más conocido como Chocolate, sacando dinero de tarjetas de débito de 49 empleados ñoquis de la Legislatura de la provincia de Buenos Aires. Luego se supo que hay varios personajes como “Chocolate” Rigau en la Legislatura bonaerense, pero no se sabe cuántos partidos políticos están comprometidos con esas prácticas. De hecho, la oposición de Juntos por el Cambio tiene un representante en la conducción de la Legislatura provincial; es Fabián Perechodnik, vicepresidente de la Cámara de Diputados. Pero no pasó nada. Nadie se conmovió ni por la costosa juerga de Insaurralde en el Mediterráneo ni por el dispendio de clientelismo político en la provincia con más cantidad de pobres del país. Tanto Insaurralde como Rigau expresan a segundas líneas de la política. Insaurralde fue hasta 2021 solo el intendente de Lomas de Zamora, y los senadores y diputados bonaerenses tienen una envergadura política insignificante. Vale la pena señalar tales naderías políticas y la cantidad de dinero mal habido para inferir la dimensión de la corrupción política en la Argentina.
De todos modos, ya había sucedido que los argentinos, o una franja importante de ellos, le dispensaran una increíble tolerancia a la corrupción del peronismo. Carlos Menem fue reelegido en 1995 cuando ya existían en la Justicia varias denuncias de corrupción contra él y sus funcionarios, y Cristina Kirchner fue reelegida en 2011 cuando también varios jueces investigaban supuestos hechos de corrupción durante el auge del kichnerismo. De hecho, la denuncia original por el manejo corrupto de los recursos de Vialidad Nacional en beneficio de Lázaro Báez (es decir, en beneficio de los propios Kirchner) fue presentada en la Justicia por Elisa Carrió en 2008 junto con varios diputados más, Patricia Bullrich entre ellos.
Es novedoso, sí, que la devastadora marcha de la economía no haya sido tenida en cuenta por un sector importante de los argentinos. Esa nueva extravagancia argentina obligará a escribir otros manuales sobre la ciencia política y sobre las encuestas. Quedó hecha trizas la vieja aseveración de los encuestadores de que las elecciones las ganaban solo los gobiernos con una economía en buen estado. Ahí es donde entra a jugar la influencia del populismo sobre sociedades muy carenciadas; la Capital es un buen ejemplo de que los resultados electorales son diferentes cuando hay ciudadanos libres del padrinazgo estatal. En cambio, noticias coincidentes subrayaron que en el conurbano bonaerense y en las provincias pobres del norte argentino operaron, como no lo habían hecho en las primarias del 13 de agosto, los poderosos aparatos partidarios del peronismo que se aprovechan de la penuria social. Es cierto, por lo demás, que el holgado triunfo de Massa es producto de la división de la oposición. Si se suman los votos obtenidos por Milei y Bullrich, un solo candidato opositor hubiera ganado en primera vuelta.
“Será una lluvia de verano”. Esa fue la tajante conclusión de un viejo funcionario electoral sobre la presencia de Milei en la política argentina después de ver los resultados finales de las elecciones de ayer. Milei tendrá un importante bloque de diputados nacionales, pero es cierto que Massa preferirá negociar con el bloque de Juntos por el Cambio, que también será significativo. Ahí tiene, al menos, viejos interlocutores como los radicales Martín Lousteau, Emiliano Giacobitti y el propio Gerardo Morales. Incluso, anoche circuló la versión de que algunos dirigentes de Juntos por el Cambio le pidieron a Bullrich que no criticara a Massa. Regresemos a Milei.
El candidato libertario se escondió la última semana para que su carácter disruptivo no le jugara una mala pasada, pero no pudo esconder a toda la pandilla que lo rodea. Apareció desde una candidata a diputada nacional que prometió una ley para que los hombres pudieran renunciar a la paternidad si sospecharan que la mujer rompió premeditadamente el preservativo, hasta el intelectual de extrema derecha Alberto Benegas Lynch, que anunció que le aconsejaría a Milei que rompiera relación con el Vaticano mientras el Papa sea el argentino Jorge Bergoglio. La Iglesia se puso de pie. Acostumbrados los políticos a la conducción religiosa del cardenal Mario Poli, que nunca habló en público, nadie imaginó que el nuevo arzobispo de Buenos Aires y primado del país, monseñor Jorge García Cuerva, dejaría pasar sin respuesta una ofensa al Pontífice. García Cuerva habló públicamente de una Iglesia “azorada” por las declaraciones de Benegas Lynch, un discurso que seguramente se repitió en casi todas las misas del domingo. Tal vez la Iglesia haya demostrado, así las cosas, que conserva un considerable ascendiente en vastos sectores de la sociedad argentina. Milei estuvo muy lejos de los resultados que le pronosticaban todas las encuestas. Hasta cosechó menos votos que en las primarias de agosto, cuando todas las mediciones de opinión pública lo colocaban primero, diputando con buenos pronósticos un ballottage con Massa. Fue el ministro de Economía, en cambio, el que sumó 8 puntos porcentuales más al porcentaje que logró en agosto.
También Juntos por el Cambio cayó casi seis puntos con respecto de las elecciones de agosto. Pagó caro la falta de plasticidad que tuvo al no percibir que la dura disputa entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta se dio en un contexto en el que sus dos principales contrincantes, Massa y Milei, no competían con nadie. Peor: el peronismo hizo lo que hace siempre; esto es, se disciplina solo en las vísperas electorales hasta que conquista el poder. Luego, suele regresar a sus habituales grescas internas para discernir quién manda. Por el contrario, Juntos por el Cambio vivió una intensa lucha interna hasta que solo las primarias de agosto resolvieron la pendencia entre Bullrich y Rodríguez Larreta. Todos los dirigentes cambiemitas (no solo Bullrich y Rodríguez Larreta) modificaron el curso natural del destino, pero en contra de ellos mismos. Hace solo dos años, en 2021, ganaron ampliamente las elecciones legislativas de mitad de mandato. Solo tenían que elegir un candidato presidencial (o una candidata) y no equivocar el camino hacia el poder. Se equivocaron, según salta a la vista de cualquiera, y ahora deberán arremangarse para que esa coalición de republicanos, que los llevó a sus dirigentes al poder en 2015, no se rompa.
En dos años, Juntos por el Cambio perdió más de 18 puntos porcentuales. Al revés, el peronismo recuperó más de tres puntos con respecto de 2021. Ayer, la coalición opositora que gobernó entre 2015 y 2019 quedó fuera del campo de juego. Ahí estarán en el próximo mes, hasta el 19 de noviembre, solo Massa y Milei. La tentación de la ruptura existirá en varios de los dirigentes de Juntos por el Cambio, sin duda, pero ninguno tendrá otra oportunidad de poder si esa alianza de partidos se fragmentara. Deberán elegir un nuevo líder, porque ni Bullrich ni Rodríguez Larreta están ya en condiciones de exigir esa jefatura política. Y, sobre todo, deberán comprender que la victoria política es siempre el resultado de un trabajo prolijo, difícil, arduo y constante.
Artículo publicado en el diario La Nación de Argentina / GDA