Los problemas más serios de la Venezuela de este tiempo son similares a los que azotan a casi todos los países de América Latina, especialmente a los del Sur. Los grados pueden ser diferentes, pero todos padecen de un grave descenso de las exportaciones gracias a la caída de la productividad, de la industria y del comercio interno y externo. Disminuyen los puestos estables de trabajo y crecen serias manifestaciones de la corrupción y del narcoterrorismo reduciendo de manera impresionante la posibilidad del desarrollo turístico.
La incertidumbre se apodera de la gente y la esperanza de un mañana mejor está desapareciendo. Debemos preguntarnos ¿qué nos queda? Pues nos queda lo más importante, lo más valioso, el capital humano que permanece dentro de nuestras fronteras y el que se deduce de la enorme migración de los últimos años.
Venezuela está en donde haya un venezolano. Esto no debemos olvidarlo porque, como hemos dicho, ese capital humano es lo más valioso que tenemos. Pero, para fortalecerlo debemos luchar sin descanso para lograr el cambio radical que esta nación necesita.
Han sido veinticuatro años de destrucción progresiva de la institucionalidad. Esto incluye a las fuerzas armadas. Estamos en presencia de la formación de nuevas brigadas, de organizaciones armadas que van constituyendo una especie de ejército paralelo al servicio de las estructuras que hoy controlan el poder. Son especialistas en sembrar temor usando la represión indiscriminada. El objetivo central es retener el poder a como dé lugar. Menos mal que no todos nuestros oficiales comparten estas políticas destructivas. Al igual que en el mundo civil, en el militar también crece el descontento y la convicción de que se necesita una estrecha unidad cívico-militar para revertir hacia lo positivo todo lo malo del presente.
En el mundo de la oficialidad democrática crece la convicción de que no pueden permitir la existencia de esos poderes paralelos e ilegítimos que están presenciando y sufriendo ellos más que nadie.
Es útil recordar que la inmensa mayoría de los políticos de la mal llamada IV República, por naturaleza y convicción han preferido siempre el diálogo y la negociación a la confrontación abierta que pueda llevar a una especie de guerra civil. Sin embargo, en nuestro caso, no puede haber tregua en la lucha. Se trata de algo verdaderamente existencial para este pueblo que merece un destino mejor.
El presente y futuro de Venezuela depende del desenlace del conflicto actual entre el ciudadano común y las estructuras del poder ilegítimo existente. Hace unos pocos años escribí: “Combato a este régimen porque ha empobrecido a millones de personas hoy en la miseria, bajo el peso de una administración incompetente, cara, ruinosa que el país no se puede permitir… merece ser abolido sin trámites”.
@osalpaz
https://alvarezpaz.blogspot.com
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