En la sociedad contemporánea abunda la tendencia creciente a menospreciar la estupidez. En la era de la información y conocimiento, la inteligencia es venerada como un rasgo para el éxito y progreso. Desde la infancia, se inculca la importancia de la educación, pensamiento crítico y resolución de problemas. No es de extrañar que la sandez sea vista como algo a evitar o, peor aún, a ridiculizar. Pero, en medio de la exaltación del talento, se aparta la estulticia, relegándola a un rincón oscuro, como si fuera un defecto vergonzoso que ocultar. ¿Estamos pasando por alto el valor intrínseco de lo que consideramos «estúpido»?

La simpleza majadera, como concepto, ha sido históricamente asociada con la carencia de capacidad o acciones irracionales. ¿Y si consideramos que puede tener utilidad y propósito?, ¿qué es y por qué se le da tan poca importancia en comparación con la inteligencia? Lo primero, que la estupidez es inherentemente humana. Todos la experimentamos, hemos cometido errores tontos o tomado decisiones cuestionables. Es parte de la condición humana.

Puede definirse como la falta de talento o incapacidad para entender situaciones escuetas. Sin embargo, este concepto es mucho más complejo de lo que parece a simple vista. No se limita a la ausencia de conocimiento o habilidad mental; también implica una falta de conciencia, empatía y sentido común. Desde este punto de vista, es un recordatorio de imperfección y vulnerabilidad.

Pero el aspecto más significativo de su menosprecio nos lleva a perder de vista la humanidad ajena. Cuando etiquetamos a alguien como «estúpido», reducimos su valía como ser humano a una característica superficial, conduciendo a la exclusión y ostracismo, en lugar de fomentar la compasión y capacidad de comprender. Además, es una fuente de humor y entretenimiento. Las comedias más populares se basan en situaciones absurdas o en personajes que actúan de manera tonta. Reírnos de la imbecilidad, propia o ajena, es una forma de aliviar el estrés y encontrar un respiro en medio de las complicaciones.

Es cierto que la inteligencia acarrea grandes avances. Permite desarrollar tecnologías innovadoras, resolver dificultades médicas complejas y entender el universo en niveles inimaginables. Pero, ¿la estupidez tiene valor propio? Paradójicamente, es fuente de creatividad y espontaneidad; sin límite por convenciones sociales o miedo al fracaso, capaces de pensar de manera innovadora y fuera de lo común. Siendo el motor que impulsa la búsqueda de nuevas soluciones y enfoques, sin los prejuicios que corteja la inteligencia.

La gilipollez es humilde, recuerda sensibilidad, humanidad y fragilidad, nos hace conscientes de que cometemos muchos errores y que no tenemos todas las respuestas; a diferencia de la inteligencia, muchas veces, orgullosa y arrogante. En un mundo exigente de perfección y excelencia, la necia insensatez es un recordatorio reconfortante de que está bien no tener contestaciones a todo, y que aprender de los errores, es parte del proceso de crecimiento.

Sin embargo, a pesar de los aspectos positivos, continúa siendo menospreciada. Se nos enseña a temerla, evitarla, como si de una enfermedad contagiosa se tratara, cuando ridiculizamos, marginamos y excluimos de la conversación. Sería enriquecedor y compasivo aceptarla en lugar de objetarla, burlarnos de los que cometen equivocaciones, sufren traspiés, o no perciben a la primera; mostrarse de acuerdo que es parte de la condición humana y que todos tenemos áreas de ignorancia y debilidad.

Al reconocer el valor de la estupidez, se fomenta un ambiente inclusivo y colaborativo, en lugar de relegar a los considerados menos inteligentes. Al contrario, aprovechar sus habilidades únicas y perspectivas frescas. La chuminada no es el enemigo de la inteligencia, sino su complemento. Ambas partes esenciales de la experiencia humana y cada una tiene su papel que desempeñar en la búsqueda del conocimiento y la benevolencia.

La polarización y el juicio expedito son moneda corriente, por ello, indulgencia y tolerancia, son de recordatorio siempre. Poseemos debilidades y fallas, reconocerlas sin zaherir, y aceptarlas como parte de la rutina humana.

@ArmandoMartini


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