Dos cuestiones acaparan la atención la opinión pública local, aunque no parecen concernir al ciudadano corriente, moliente y doliente. De entrada, la pelotera en torno a la conveniencia de levantar o no las sanciones impuestas a personeros del gobierno de facto —circula una lista con pelos y señales de 259 funcionarios y dirigentes pesuvecos penalizados hasta marzo de 2021 por Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea y otros 14 países—. Alegan sus partidarios la nula contribución al cese de la usurpación y los nocivos efectos colaterales sobre la población. Quienes las defienden y aúpan su profundización, apuestan a unas «elecciones limpias» en 2024 con la supervisión de aquellos países y organismos internacionales negados a reconocer la legitimidad del mandato de Maduro —de infecundos deseos se alimentan los tontos—. Detenernos a analizar exhaustivamente los pros y contras de ambas posturas resultaría inútil: ellas carecen de interés para una ciudadanía aburrida de circo y ávida de pan. El otro asunto en liza es la pretendida normalización o supuesto arreglo del país, «un espejismo que atormenta la conciencia nacional», a juicio de Alonso Moleiro, y cuento duro de digerir, si nos atenemos a una reciente investigación de Anova Policy Research; según esta, «solo 10% de los venezolanos considera que la situación del país mejoró». La publicidad y propaganda oficialistas venden una Venezuela ideal y, por lo visto, hay compradores.
«Nos operan el pensamiento con anestesia mediática», es la leyenda de una viñeta de Andrés Rábago García, El Roto, publicada hace unos días en El País de España. Me vino de perlas a fin de referirme a un par de desmentidos a informaciones aparecidas en órganos de comunicación, cuyos posicionamientos hacen de las suyas santas palabras. El primero atañe a Andrés Manuel López Obrador, quien no quiere, no sabe ni puede ocultar las zurdas palpitaciones de su corazoncillo (no calzoncillo) ideológico y, en razón de ellas, «se ausentará de la próxima Cumbre de las Américas, y enviará a un delegado, si Estados Unidos finalmente decide excluir a algún país de la región» — estoy y no estoy porque, ¡dale Cantinflas!, si uno está, pero no está es como estar sin ser visto y si te ven, estás y habrá entonces exceso de falta de presencia o falta de exceso de ausencia…—. Sorprende el mandatario mexicano contando los pollos antes de nacer: Estados Unidos aún no ha cursado invitaciones a la reunión de Los Ángeles. Después de haber sido condecorado en La Habana con la orden José Martí «por su vocal oposición al bloqueo (embargo) estadounidense, su solidaridad y su defensa de la soberanía de la isla», el hijo de la gran Malinche informó de un acuerdo entre Venezuela y una empresa petrolera norteamericana para la extracción de 1 millón de barriles diarios de crudo. La Casa Blanca negó de plano su aseveración. Parafraseando a un columnista hispano, diríamos: «Si el objetivo de sus declaraciones era alimentar la autoestima, el orgullo, el patriotismo de su nación y la nuestra, la consecuencia inevitable es el embuste». La otra refutación, no menos asombrosa, emanó de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y la debemos a William Joseph Burns, su director. Para el mandamás del espionaje gringo, «no hay indicios de que Rusia se esté preparando un despliegue de armas nucleares tácticas en la guerra de Ucrania». Esta declaración no compagina con la narrativa de la Unión Europea y de la OTAN. Lo advirtió Esquilo cinco siglos antes de Cristo: «La verdad es la primera víctima de la guerra».
Escribo estas líneas en la madrugada del viernes 13, día reputado de pavoso o de gafancia, tal diría un español del siglo XIX, y aunque no creamos en brujas debemos andar con tiento y mucho guillo, porque algunas vuelan en las alturas del poder y otras se ocultan tras el trono miraflorino. Rumores tabernarios, desde luego. Anteayer, miércoles 11, cuando el dólar superó los 5 bolívares y Nicolás, amanecido de angustias económicas y engolfado en cavilaciones financieras, prometió ofertar acciones en la bolsa para los bolsas —¿dónde quedaron la anatemizada privatización y el denodado capitalismo salvaje? —, se cumplieron 118 años del nacimiento en Figueres (Gerona, España) de Salvador Felipe Jacinto Dalí i Domènech, marqués de Dalí de Púbol, «pintor, escultor, grabador, escenógrafo y escritor conocido por sus impactantes y oníricas imágenes surrealistas». También fue el 106° aniversario del natalicio del escritor gallego y premio Nobel de Literatura Camilo José Cela y Trulock. «Amante de la provocación y el tremendismo» y autor de dilatada obra, Cela profesó la novela, el ensayo, el periodismo, la poesía y no pocas veces el humor; asimismo, ejerció de censor en la posguerra civil, pero su pasado franquista no le impidió ser senador durante la transición y ser ennoblecido por el rey Juan Carlos I con el marquesado de Iria Flavia. Todo un aristócrata el franquista redimido.
En homenaje a ese par de inolvidables jodedores, y a guisa de introducción a mi artículo de hoy, 15 de mayo, Día Internacional de las Familias, había pergeñado el siguiente párrafo: No es descabellado conjeturar que los desvaríos y anacronismos de Hugo y Nicolás pretendan componer un patético cadáver exquisito; mas, de manera alguna, son manifestación de un tardío y espontáneo surrealismo nativo. No se percibe en ellos el ímpetu innovador de un André Breton —«No ha de ser el miedo a la locura el que nos obligue a poner a media asta la bandera de la imaginación» —, porque el estandarte de la creatividad nunca ha ondeado en el bando carmesí (fue arriado cuando el imperecedero se decidió por el socialismo equivocado), y sus gonfalonieros, con el trapo de la distracción en alto, no temen a la demencia: en ellos no se trata de delirio creador, sino de la paranoia de quienes están donde no deben. El surrealismo les queda grande, pero encajan bastante bien en el universo de las tiras cómicas y los dibujos animados, donde todo es posible como en La dimensión desconocida, aquella zona crepuscular de los años sesenta del siglo pasado —The Twilight Zone—, ideada y conducida por Rod Sterling, donde espacio, tiempo y vida traspasaban los límites de la realidad y la cordura.
Al puntuar el final del párrafo anterior me pregunté si, tras casi un cuarto de siglo de mal de Chávez, la derechización o chavo-fascistización de la disgregada oposición a su agente transmisor, Nicolás Maduro, responde al hastío o a una toma de conciencia de su impotencia para minar su única, aunque poderosa base de sustentación: una fuerza armada desmerecedora del apellido nacional, arbitrariamente adjetivada bolivariana, con significativas cuotas de participación en todos los poderes públicos… ¡hasta en el judicial! ¿Cómo socavar un respaldo apuntalado en beneficios contantes y sonantes? La incógnita se despejará —y plagio por aproximación a Pérez Galdós— cuando aparezca un pesquisidor diestro en contabilizar los pelos de la cabeza de Noé y el número de eses ejecutadas en su bíblica borrachera. Y, casi en el último tramo de estas divagaciones, y echando el resto como un jinete con nombre de boxeador (Sony León) en la recta final del Kentucky Derby, intercalo aquí pareceres de monseñor Ovidio Pérez Morales en su disección de la situación del país y su desgobierno (Dictadura no, totalitarismo, El Nacional, 05/05/22).
«El Episcopado, pronto, explícitamente y sin ambages identificó el proyecto del régimen; cosa no hecha por el liderazgo político, con efectos nefastos previsibles en lo táctico y estratégico y, obviamente, en cuanto a resultados (pensemos en los de “diálogos” y protestas públicas). Politólogos han propuesto caracterizaciones del régimen que han diluido la substancia del mismo y no han favorecido soluciones efectivas […] estamos frente no a una dictadura y sistemas semejantes, sino a un proyecto totalitario, que, como su nombre mismo subraya, apunta a la totalidad societaria y, por tanto, no se reduce a lo político y económico, sino que incluye lo cultural en su sentido más propio. Esto, lo cultural, es lo más hondo y definitorio humano, pues toca el ser y no solo el tener y el poder, afectando lo ético y espiritual de un pueblo, su identidad más profunda». Ha sido la Iglesia la institución más acertada en su definición de la naturaleza y deriva del socialismo del siglo XXI, y la sociedad civil debería tomar en cuenta sus apreciaciones al momento de diseñar estrategias orientadas a superar diferencias, rencillas y ambiciones, y concertar una alianza para el cambio. La unidad no es un capricho, es una necesidad porque ella sería una suerte fantasma capaz de atormentar y espantar a Maduro y a su entorno.
«Divide y vencerás fue un principio ampliamente utilizado en política. Filipo II de Macedonia, padre de Alejandro Magno, lo convirtió en su lema en el siglo IV. Eso leí en un florilegio razonado de frases célebres. Pero fue Luis XI el Cruel quien hizo suya la divisa; importa poco, sin embargo, quién arrojó la primera piedra. Si los adversarios de Maduro siguen encerrados en sus torres de marfil, el chavismo batirá el récord gomecista de permanencia en el poder. Esta semana, en Panamá, se discutió la ampliación del G-4, así como el regreso al sillón Tú y Yo mexicano, y el reglamento de las elecciones primarias para la escogencia del candidato a disputarle la presidencia al bigotón (o a su sucesor, si decide no optar a un tercer mandato) en los comicios de 2024. Quizás escucharon campanas tocar a rebato y se pusieron moscas. ¡Ojalá! «El futuro —sentenció Victor Hugo— tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad». Seamos valientes y hagamos del porvenir inmediato el último acto del trágico culebrón bolivariano.