Los tiempos suelen cambiar
Los hechos son tercos, solía decir Lenin. Es obvio que han cambiado las circunstancias que rodean a la universidad actual y es obvio que hay que mirarla dentro de un entorno dibujado por otros hechos, muy distintos a los que hasta hace no mucho determinaban, con su terquedad, sus características y su razón de ser. Hoy en día se encuentra inmersa en un nuevo ámbito, determinado principalmente, por las características y la dirección del actual desarrollo tecnocientífico, factor medular en la conformación y desempeño de las sociedades actuales. Y en consecuencia rodeada por una nueva institucionalidad de la que forman parte otros y muy diversos actores sociales con los que interactúa y que se desempeñan según otras lógicas, a la vez que muestran diferentes capacidades y sus particulares intereses en lo que atañe a la generación, distribución, enseñanza y uso del conocimiento en sus diversos formatos.
Se trata, pues, de un escenario distinto determinado, además por las posibilidades que se abren vía la digitalización; por las consecuencias que generan el volumen y la rapidez con la que hoy en día se generan, difunden, se utilizan y vuelven obsoletos los conocimientos; por la aparición de nuevas disciplinas y subdisciplinas; por el trabajo transdisciplinario e interdisciplinario; por el predominio visible del financiamiento privado sobre el público; por la modificación de los derechos de propiedad intelectual; e, igualmente, por la globalización de las actividades de investigación e innovación y el replanteamiento de los espacios nacionales, lo que está generando una nueva distribución de las capacidades tecnocientíficas a nivel internacional, con una clara expansión de varios países asiáticos, notablemente China, pero también otras naciones, como la India, Corea del Sur y Japón, siendo este un dato nada menor desde el punto de vista geopolítico.
La Cuarta Revolución Tecnológica
Es esta época, la “sociedad del conocimiento”, la que nos lleva a reflexionar sobre el sentido de la transformación que debe experimentar la actual universidad, que –es bueno advertirlo–ya no tiene el monopolio sobre el conocimiento. Recordemos, en este sentido, que dentro del marco esbozado arriba transcurre la Cuarta Revolución Tecnológica, sustentada en la convergencia de tecnologías digitales, físicas y biológicas, generadoras de innovaciones que originan fuertes impactos en todas las esferas de la actividad social, los cuales derivan en la necesidad de ir creando nuevos modelos de análisis a partir del trabajo sinérgico entre las ciencias sociales y humanas y las ciencias naturales, con el propósito de ir descifrando y regulando eventos muy complejos, puestos de manifiesto en alteraciones muy significativas en la vida humana (piénsese, por ejemplo, en la inteligencia artificial o en las neurociencias).
La universidad en el siglo XXI
Frente al cuadro descrito, a las universidades les toca emprender una crucial e impostergable tarea. Se trata de encarar la reforma de las funciones y actividades que le son propias, dadas las nuevas circunstancias que pautan el transcurrir de estos tiempos, tal como, dicho sea de paso, lo está haciendo una buena parte de las universidades del mundo, empeñadas en modificar sus estructuras, sus normas de organización, el contenido de las carreras, los modos de enseñar e investigar, en fin, variando los procesos de producción, circulación y uso del conocimiento en función de la nueva sociedad emergente, moldeando, así, nuevas realidades institucionales, culturales e identidades. Todo ello a sabiendas de que en ellas reposa, en buena medida, el encargo de descifrar, canalizar y aprovechar los cambios tecnocientíficos que están ocurriendo. La tarea es, entonces, analizar las universidades en términos de este nuevo escenario que, de una u otra forma, dibujan los desafíos, las oportunidades y amenazas que condicionan las estrategias que les permiten navegar de acuerdo con los vientos que soplan.
En este sentido, alude resumidamente la Unesco a la necesidad de generar “…. un conocimiento multidisciplinar desde perspectivas social, económica, cultural y científica. Esta generación de conocimiento debe dar respuesta a desafíos globales como la seguridad alimentaria, el cambio climático, la gestión del agua, el diálogo intercultural, las energías renovables y la salud pública, entre otros”. Tal es, en pocas palabras, el reto que significa repensar la universidad pública.
El TSJ ordena elecciones
Imposible no ubicar dentro de las consideraciones anteriores, el reciente y arbitrario decreto del TSJ, mediante el que se obliga a convocar a elecciones en diversas universidades nacionales, imponiendo incluso las reglas que se deben seguir para identificar quiénes pueden ser los votantes y hasta cómo se contarán los sufragios, vulnerando así la independencia universitaria, tal como lo han argumentado los expertos en la materia, alegando que el contenido del fulano decreto viola hasta la última coma del artículo 109 de Constitución Nacional, que consagra y describe la autonomía.
Esta medida representa el último capítulo (por ahora) del continuo maltrato contra las universidades públicas y autónomas, iniciado en el año 2003 y cuyo resultado ha sido condenarlas a funcionar en circunstancias de sobrevivencia en casi todas las competencias institucionales que le corresponden. Por otro lado,y aunque sea de pasada, resulta imposible no mencionar, a propósito de lo anterior, que la creación de varias universidades “oficiales” a lo largo de estas dos últimas décadas ha tenido precarios resultados académicos, aunque han servido, sin duda, para presumir de una abultada matrícula de estudiantes a nivel de la educación superior.
De esta manera, mediante unos comicios ilegales y diseñados de acuerdo con el proyecto que se considera el más adecuado para poder triunfar en unas votaciones (habrá que ver, dice uno), el gobierno encara el tema de la universidad contemporánea mediante una concepción que, no es la primera vez que lo dice, busca el acoplamiento de la academia con un proyecto político que no tiene ningún sentido, si hemos de mirar las claves dentro de las que se mueve el siglo XXI.
Sin que uno sepa muy bien el motivo de su última ocurrencia, el gobierno, a través del TSJ (¿no hay separación de poderes?) reitera, así pues, una vez más la pretensión de vigilar (¿exagerada la palabra?) la actividad académica. Habla, como lo ha hecho en otras ocasiones, de ponerla al servicio del desarrollo nacional, entendido este, le parece a uno, como un popurrí de propuestas ideológicamente contradictorias, técnicamente poco factibles y envueltas en una épica muy venida a menos, cuyo resultado ha sido una severa crisis de la que apenas una minoría de los venezolanos ha conseguido salir ilesa. Expresado de otra manera, habla de convertir a las universidades autónomas en un espacio fiel a un proyecto político gobernado por un pensamiento único, completamente de espaldas a los códigos que rige en esta época, para lo cual ha dispuesto de llevar a cabo un proceso electoral que, como dije, ha sido elaborado a su medida y que, por cierto, se aleja cada vez más de la naturaleza de las elecciones mediante las cuales hoy en día se nombran las autoridades en buena parte del mundo.
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