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El triunfo y la agonía

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Cillian Murphy interpreta a Robert Oppenheimer

El siglo XX no tiene el monopolio del horror, pero sí inaugura la tecnificación de la muerte, un crescendo que incluye las trincheras de la primera guerra, los campos de exterminio y, por supuesto, la capacidad de liquidar al género humano. La paternidad del último ítem recae en Julius Robert Oppenheimer, físico teórico, padre de la bomba atómica americana y villano existencial de la centuria para el saber común. Su vida, en realidad, es bastante más compleja que el cliché y  el primer punto a favor de la película es operar sobre el mar de contradicciones que en realidad fue Oppenheimer. El segundo es apartarse de su mero estatus de padre de la bomba para hacer del evento fundacional de la era atómica, un punto argumental más dentro de una película que se extiende una hora más de ese momento. El movimiento es inteligente, antes de enfocar al protagonista en su momento de triunfo, la película prefiere comenzar y regresar a un momento de duda, que lo arrastrará al fracaso: el encuentro con Albert Einstein, poco antes de enfrentar un tribunal de la inquisición macarthista que lo despoja de sus privilegios de seguridad. En este punto, Oppenheimer ya pertenece al pasado, ha investigado, teorizado y llevado a la práctica con escalofriantes resultados, sus estudios sobre la física cuántica. Después  de confesarle al presidente Harry Truman que tiene sus manos manchadas de sangre, solo le queda volver sobre sus pasos e intentar encauzar, o tal vez neutralizar la carrera armamentística que la bomba atómica inaugura. El problema es que Oppenheimer es, ideológicamente, un liberal en la jerga política americana. Se sitúa a la izquierda, ha jugado al escondite con el Partido Comunista, apoyado a la República Española y afirmado la alianza de Estados Unidos con Rusia para enfrentar el fascismo. La política americana del período es incomprensible sin esta alianza, sin Pearl Harbour y la entrada tardía en la guerra. Y Oppenheimer es un reflejo de ese período. Desconfía de los comunistas (que por cierto tenían un pacto de no agresión con Hitler), pero accede a trabajar a toda máquina en una bomba que será utilizada contra los nazis. La historia, como siempre, tendrá sus caprichos y la bomba caerá sobre objetivos civiles japoneses, y la caza de brujas del senador McCarthy será un reflejo local de la guerra fría y un ensalzamiento de la mediocridad en política. La brillantez de la película está en ese montaje que va y viene en el tiempo desnudando las fobias y filias de un grupo de científicos con “Oppie” a la cabeza. Son casi todos americanos, apasionados de la ciencia, abismados por las revelaciones de la física cuántica y, casi todos, neoyorkinos y liberales. Están lejos de ser villanos, son para su desgracia, seres humanos que inauguraron una era inaudita, como inaudita es su capacidad de destrucción. Los saltos en el tiempo, y en el color de las escenas, alternando relaciones con el mundo académico, su captación por el “establishment” militar, o la fabricación de la bomba, se estrellan contra el anticlímax que genera la guerra fría. De héroe, Oppenheimer pasa a ser, si no un traidor , al menos un ingenuo compañero de ruta que no merece la confianza del gobierno y ve revocados sus privilegios de seguridad. Este estatus tiene un valor simbólico. Negarle su acceso a secretos nucleares equivale a declararlo paria de la comunidad científica. Es negarle su ser, porque Oppenheimer ha sido, y sigue siendo un niño justificadamente mimado de la academia. Y en sus contradicciones, es además de liberal, mujeriego, dueño de un humor sarcástico, y poco sagaz políticamente. Al quitarle su soporte académico, el poder le quita además su tribuna como vocero de una estrategia de no proliferación de armas nucleares. Al final del filme en el regreso a su reveladora conversación con Einstein, Oppenheimer le confiesa que la reacción en cadena que los preocupaba, tuvo lugar, no en la realidad física sino en la realidad geopolítica. El mundo cambia radicalmente después de Hiroshima y Nagasaki y su signo es la vulnerabilidad, que encarna el personaje.

La película es un ejemplo del mejor Christopher Nolan, alguien que ha cabalgado por el policial ingenioso (Memento, Insomnia), los superhéroes (Batman en dos oportunidades), la reconstrucción histórica (la excelente Dunkirk) y títulos incomprensibles, olvidables y pomposos (Interstellar, Inception y Tenet). Aquí entrega una biografía que engarza perfectamente el dato cronológico con el espíritu de la época y escarba en las contradicciones de un alma inquieta, enfrentada a la posibilidad de terminar una guerra y el despertar de una era existencialmente impredecible. Un “tour de force” de proporciones si tenemos en cuenta que el conflicto se enmarca en un ambiente político aún signado por la guerra y la victoria sobre el eje, victoria sobre la cual despunta el nuevo enemigo soviético. Uno de los grandes filmes del año.

Oppenheimer. EE UU, 2023. Director: Christopher Nolan. Con Cilian Murphy, Emily Blunt, Matt Damon.

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