OPINIÓN

El triunfo de la muerte

por Eduardo Viloria y Díaz Eduardo Viloria y Díaz

El triunfo de la muerte (1562 y 1563), Pieter Bruegel, el Viejo

Cuando la muerte llegó al fértil valle del Arno y se adentró con saña en la hermosa ciudad de Florencia, el otrora exultante ánimo de sus pobladores se cubrió con el velo de la pena, haciéndose un lecho  del miedo. Un hedor nauseabundo envicia el aire mientras miles de infelices sucumben sin remedio. Con un festín de cadáveres se ceba el martirio. La sociedad se trastoca, la anarquía surge como otro más de los males, parece que el fin del mundo está cerca. Ante el siniestro destino, un grupo de siete lozanas jóvenes y tres valientes mozos emprenden la huida y se refugian en una idílica propiedad en Fiesole, que es una tregua a los temores, en ella darán rienda suelta a los placeres que brinda la bohemia. En cada jornada uno de los presentes narrará una historia, así tarde a tarde surgen narraciones divertidas, procaces y anticlericales. Partiendo de los acontecimientos ocurridos por la Peste Negra, plaga que azotó a Euroasia entre 1347 y 1353, el autor italiano Giovanni Boccaccio (1313 -1375) crea El Decamerón, libro fundamental en la literatura universal. Lo que jamás pudo hacer este maravilloso texto fue recoger en su verdadera dimensión la pavorosa realidad que se generó por la devastadora epidemia, la cual se estima acabó con entre treinta y cuarenta millones de personas, tomando en cuenta que entre Europa, el norte de África y el Cercano Oriente la población apenas alcanzaba para entonces los cien millones de habitantes.

Desde los albores del saber, el hombre ha intentado revertir por medio de la ciencia los estragos de las enfermedades; durante siglos el trabajo de destacados estudiosos ha sido la respuesta a las grandes plagas que han generado mortandad y ruina. Juan Tomás Porcell, Louis Pasteur, Alexandre Yersin, Kitasato Shibasaburo y  Acacio Gabriel Viegas son algunos de los nombres de quienes con determinación y conocimiento se dedicaron a luchar contra males que han perturbado a la humanidad. En Venezuela tenemos ejemplos de aguerridos médicos, científicos y eruditos que aportaron su valioso trabajo en las acciones contra infecciones, parásitos y bacterias que han castigado a nuestro país. Uno de ellos y que sin duda merece especial consideración es el visionario investigador trujillano Rafael Rangel (Betijoque 25/04/1877 – Caracas 20/08/1909).

Rafael Rangel es reconocido por su capacidad como científico y avanzado investigador

Rangel puso de manifiesto desde su infancia un ferviente interés por los estudios, siendo un colegial destacado, cursó la primaria en su natal pueblo andino, posteriormente se inscribe a estudiar teología en el Seminario Diocesano de Mérida para finalmente graduarse en el estado Zulia como bachiller en filosofía en 1896. Se traslada a Caracas e ingresa como estudiante en la Escuela de Medicina de la UCV, recinto académico donde es alumno de los prestigiosos doctores Luis Razetti y José Gregorio Hernández. Seguidamente, aplica en el concurso de externos del hospital Vargas. A pesar de ser un descollante discípulo en el estudio de las patologías, decide retirarse de la universidad; sin embargo, los conocimientos impartidos por destacados profesores, como el Dr. Santos Dominici en el Instituto Pasteur de Caracas, le van a permitir hacerse campo en el análisis de la bacteriología y la microbiología.

Para 1900 se desempeña como preparador en la cátedra del Dr. José Gregorio Hernández, tarea en la que se adentra en las técnicas de la parasitología microscópica, la elaboración de cultivos y la inoculación de agentes patógenos en animales. En 1902 alcanza la jefatura del laboratorio de histología y bacteriología del hospital Vargas, ampliando  su capacidad y haciendo de este un verdadero centro para el estudio de los parásitos y su incidencia en los humanos. Con determinación y constancia, Rangel desarrolla en este período  importantes trabajos sobre la fisiología y estructura del sistema nervioso. Se dedica a efectuar autopsias y posterior evaluación de los cadáveres, perfilándose como uno de los precursores de la anatomía patológica en Venezuela. Ya como director del laboratorio de esa institución, genera una abundante producción científica respaldada por diversas publicaciones. Entre los valorados aportes de este científico venezolano se puede hacer referencia al análisis sistemático de los casos de anquilostomiasis y su impacto en las poblaciones rurales. Se traslada en 1904 a los llanos venezolanos y allí hace un importante descubrimiento: el tripanosoma es la causa de la Derrengadera o Peste Boba, enfermedad que diezmaba ganado caballar. Mucho antes que otros afamados científicos, este sabio trujillano ya alertaba sobre las misteriosas y preocupantes enfermedades que podían estar presentes en el Llano, recrudeciendo  las ya duras condiciones en esa región.  Su interés se extendió a investigaciones sobre la presencia en vacunos y ovinos del Carbunco Bacteriano o al hallazgo en el estado Falcón del diagnóstico correcto del Ántrax, conocido popularmente como Grito de cabra. Emprendió también estudios entomológicos sobre los tipos de zancudos existentes en Caracas.

El año de 1908 resultaría crucial para este importante hombre de ciencia venezolano. A inicios de marzo, un brote en La Guaira de la temible Peste Bubónica enciende las alarmas y Rafael Rangel es designado para liderar la contingencia requerida a fin de estudiar, comprobar y prevenir la proliferación de contagios.  Esta situación movilizó al presidente de entonces, el general Cipriano Castro, quien le reitera la encomienda de contener el flagelo. Una de las drásticas medidas profilácticas consistía en pagar por capturar o matar ratas; La Guaira, Caracas y Puerto Cabello fueron algunas de las localidades en la que se pagaba hasta un real por cada ejemplar eliminado. Los informes revelan que fueron eliminados más de 60 000 roedores. Es en este punto donde Rangel toma una dura decisión que le traería consecuencias al ordenar, mediante la fuerza pública, quemar algunas viviendas por prevención, con la promesa de un resarcimiento económico por las casas incineradas en el Litoral Central. El 23 de mayo los últimos pacientes son dados de alta y Rangel retorna a Caracas para dar forma a sus registros sobre su combate contra la Peste Bubónica.

Paradójicamente el mal sino golpearía cruelmente al investigador andino: surgen maliciosas críticas por el manejo del brote contagioso, airados y amenazantes reclamos de las personas cuyas casas fueron incendiadas, quienes exigían que se les pagara según lo prometido, pero el Ejecutivo nacional no efectuó una solución y expuso injustamente al sabio al descrédito público, situación  que le acarreó una profunda depresión. A pesar de la adversidad intentó seguir con sus análisis sobre el Bacilo de Yersin y hallar la causa de una afección bacteriana que atacaba al plátano. Sin embargo , desde los acontecimientos del año anterior, su estado depresivo fue incrementándose, lo que desencadenó que la tarde del 20 de agosto de 1909 pusiera fin a su existencia.

Como reconocimiento a los descubrimientos, al compromiso y a la firmeza de este pionero de la investigación, el Instituto Nacional de Higiene lleva su nombre y desde 1977 sus restos reposan en el Panteón Nacional, como máxima distinción con la que se honra a los venezolanos cuyo aporte ha impactado significativamente en la construcción del país.

Desde el 20 de agosto de 1977 los restos de Rafael Rangel reposan en el Panteón Nacional

Rafael Rangel supo comprender de manera visionaria ese universo desconocido que de forma fascinante y microscópica está presente en la naturaleza. En la actualidad nuevamente una emergencia nos llena de miedo y el virus SARS-CoV-2 causante del COVID-19 amenaza a millones de seres humanos. La ciencia ha demostrado ser una eficiente alternativa que responde a estos retos, pero más allá del peligro esta situación es propicia para reflexionar sobre nuestro rol como especie y el rumbo que marcamos en el planeta. Ante la incertidumbre, siempre hay que celebrar que hombres y mujeres como Rafael Rangel hayan entregado su vida al estudio y al aguerrido combate contra las plagas que anuncian el triunfo de la muerte.