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El triste destino de mi novela Combustión, escrita durante mi pubertad e inicio de adolescencia

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Arindam Ganguly

Ya mi madre no podrá atestiguar en «terraco» un suceso doméstico y extraordinario en la historia de mis días de infante, la redacción de mi primera frase en un pedacito de papel:

«No me agrada el mundo»

(6 años de edad, 1958, en un campo tiajuanero donde funcionó la empresa https://en.wikipedia.org/wiki/Creole_Petroleum_Corporation donde trabajó mi padre durante mucho tiempo)

Ella experimentó una longeva existencia que se acercaba al siglo. Supe de su muerte tras la aparición de su «ectoplasma» en mi hábitat de Mérida, sugiriéndome visitar un templo hindú: https://www.turismoreligioso.travel/circuitos-turisticos/que-significa-vrindavan/, lo cual me produjo estupor porque jamás me habló de la India: el Hare Krishna o sus «ghats» [escaleras elegidas para rituales religiosos] que hicieron de esa localización un lugar sacro, donde los monos retozan libremente.

Nací y crecí en https://es.wikipedia.org/wiki/Tía_Juana, asentamiento fundado por otra empresa norteamericana: https://www.shell.com.ve/. Mis tribulaciones en ese lugar parecían infinitas y relevantes conflictos suscitados por causa de nuestra innegable transculturización, hostilidad hacia quehaceres culturales, endiosamiento del prócer impreso norteamericano, el segregacionismo inducido por la preponderancia de los fortuitamente agraciaos https://www.rae.es/dpd/staff e incitación al odio entre clases sociales. En una ocasión, hubo una tentativa de lapidarnos fuera del sitio protegido por la antigua Fuerza Armada Nacional. Ese día me acompañaban los amigos Francis Citroën, Endy Gib, Tomy Macdonald, Gigi Green, Miguel Ángel Edo, José Mayer y Jim Protiva. Horda de chicos contemporáneos esputaban injurias contra nosotros por nuestro aspecto https://es.wikipedia.org/wiki/Hippie y hábitos foráneos.

Víspera de mi pubertad (9 años) comencé a escribir una novela que titulé Combustión, en cuyos testimonios sin sesgos de inquisidor o modoso niño cohesionaba capítulos [mediante la técnica no apriorística, clásica de la ilación] y narraba la realidad y tiempo que padecía: presagios de un porvenir perturbador. Mi madre consiguió mi escondite y la leyó terminada. Le impactó, quiso llevarme a consulta médica-psiquiátrica.

Al cabo de un periplo intelectual que inició a los 6 y todavía no finaliza, el futuro me deparaba residencia en la ciudad más hermosa que haya conocido. Me alojé en distintas locaciones de la capital merideña, pero destaco el área de la https://iamvenezuela.com/2017/08/plaza-las-heroinas-de-la-ciudad-de-merida. Irrefrenable y ansioso por ser leído, escribía pensamientos en hojas que desprendía de cuadernos para dibujar y los pegaba en las paredes externas del https://conferenciaepiscopalvenezolana.com/seminario-san-buenaventura-de-merida-inicio-ano-formativo-2021-2022/.

Disfruté «un montón» [como juerga peruana enuncio] mirando a la curia leer mis textos y comentarlos durante sus caminatas para charlar. Lo hacían y miraban hacia el edificio habitado especialmente por alumnos de la Universidad de los Andes, propiedad de un malhumorado alemán dedicado al arte de la joyería [más tarde demolido para construir el https://www.tripadvisor.com.ve/Hotel_Review-g316050-d315241-Reviews-Hotel_Mintoy-Merida_Andean_Region.html]

Conocí a una turista procedente de Caracas, quien había elegido por tesis de ascenso a «Profesora Titular» en la Universidad Central de Venezuela [UCV] temáticas escabrosas: el incesto, la juventud estigmatizada por su deserción escolar, drogadicción y promiscuidad bajo hacinamiento en barriadas capitalinas. Le hablé de la trama de mi novela Combustión, cuya posesión manuscrita en mi equipaje era milagrosa luego de tanto tiempo transcurrido. La docente me imploró que se la diera en préstamo porque sustanciaría su tesis de grado confiriéndole fiabilidad, tratándose de un texto que revelaba mis experiencias en los momentos de transición entre mi pubertad y adolescencia bajo influencia del Imperio del Norte de las Américas. Juró que la fotocopiaría y me la devolvería. En el restaurante donde comimos, me dio su número telefónico. Fuimos juntos hacia el apartamento que rentaba y se la di.

Nunca más la vi de nuevo ni respondió mis llamadas vía audifonovocal. Tengo la sospecha de que viajó a la India, compró una casa allá y publicó Combustión en inglés con su nombre. Me plagió y por eso mi recordada progenitora discernió sobre la región hindú Vrindavan. He implorado, sucesivas veces, a una de las divinidades Krishna [Arindam Ganguly] que guíe un viaje que más temprano haré para rescatar mi primogénita novela.

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