Por Lidia Salazar Yndriago
La sociedad en los actuales momentos se debate en una pluralidad de contradicciones, lo cual implica introducirse en todo lo que significa y simboliza situaciones que son propias del mundo de la complejidad en que vivimos atrapados por una red en la que las posturas políticas, económicas, culturales y por ende educativas, tienden a mantenerse en direcciones opuestas al verdadero panorama que demanda la sociedad actual.
Al respecto, en documento emitido por la Organización de las Naciones Unidas desde el año 1985, en el marco de la Cumbre Social, presentó los problemas más relevantes, que a través de los años se han ido agudizando: pobreza, desempleo y desintegración social; sobre los cuales en referencia con este último, señala que los indicadores más resaltantes son: exclusión social, discriminación, violencia y abuso, especialmente contra niños y mujeres, delincuencia, incremento de inmigrantes y refugiados por persecución de toda índole, conflictos comunitarios entre naciones.
El panorama de la escuela es objeto de crítica y reflexión en la contemporaneidad, se transforma en la expresión más acabada de un pensamiento pedagógico vinculado a dirigir esfuerzos para formar en función del tener y no del ser, respondiendo sobre determinadas normas sociales, donde una cultura impone sus lineamientos de control social. El modelo social que conocemos y del cual formamos parte ha dirigido sus esfuerzos hacia un aprendizaje enciclopédico (aprenderlo todo), orientado por un orden jerárquico, marcado por la presencia del docente que imparte el conocimiento fragmentado, se sabe de muchas cosas pero está carente de integración y comprensión ante un alumnado quieto, apático, distraído y silenciado.
Reconociendo esta perspectiva nos plantea Becerra (1996) “sobresalen las prácticas pedagógicas que promueven la transmisión acrítica de los saberes validados, con énfasis en la acumulación y transmisión de información, el dominio y aplicación de contenidos y la simplificación-fragmentación del conocimiento entre otras cosas” (p.49).
En tal contexto, la realidad existente del país agita las necesidades en las garras de una crisis aguda y nos indica que la pedagogía ante la que apunta nuestro pensamiento no es el espacio tradicional de enseñanza, sino un crisol de posibilidades que va más allá de un espacio escolarizado donde la realidad está abrazada por un clima de provocación y emoción que interroga nuestra condición humana, cuyo reto es intentar alcanzar un yo que vive en nuestro horizonte personal.
Nos hemos permitido imaginar e interpretar que la educación como proceso complejo de autoformación, permite a la persona llegar a un conocimiento crítico y reflexivo para desarrollar perspectivas, proyectos e ideas; por tanto, la educación transversa al individuo como un todo. De esta forma reconocemos que la crítica a la escuela ha permitido desarrollar una razón compleja en el campo pedagógico, a través de la activación de un entramado recursivo que relaciona la complejidad social, el pensamiento pedagógico y el espíritu; con el deseo de configurar un horizonte de ideas para el contraste pedagógico. En palabras de Cubillán (2008) “es necesario formar metapuntos de vista y macroconceptos alrededor del objeto sensible que es la educación” (p.20).
El trabajo pedagógico de la formación humana nos enfrenta a tareas donde el ser se orienta tras la búsqueda de significados y aprovecha las experiencias de un vivir en colectivo. Así se apoya en la constitución de un pensamiento humano y la vida casi sin querer se convierte en vida de interpretadores hermenéuticos que van desarrollando otro discurso y otra racionalidad.
Arropados por tales principios, la educación se piensa como el umbral donde iniciamos la búsqueda del ser que guardamos, proceso que deviene en profundidad de lo humano. El nuevo pensamiento pedagógico emerge para dejar ver, como escenarios apropiados para la formación de lo humano, diferentes espacios públicos donde se organizan con el propósito de descubrir sus potencialidades individuales. De este modo los espacios públicos se convierten en campos de intersecciones en que los seres humanos deciden develar su ser, manifestándolo como esfuerzo para lograr coherencia en el pensar, es decir, hacer y sentir.
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