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«Maduro necesita aprender que cuando ganas, te quedas; cuando pierdes, te vas».

Lula Da Silva

Faltan solo 4 días para las elecciones presidenciales, en las que se elegirá al presidente que regirá los destinos del país por los próximos 6 años. El indiscutible deseo de los venezolanos de los distintos rincones del país de poner fin a la pesadilla en la que nos han sumido por más de 25 largos años se expresa en el fervoroso respaldo a la candidatura de Edmundo González y el liderazgo de María Corina Machado. Es así para quienes podrán manifestarse a través del voto y también por ese enorme contingente de migrantes a quienes la arbitrariedad del oficialismo les ha negado ese derecho.

Las encuestadoras serias aseguran que no hay manera de que Nicolás Maduro pueda remontar la diferencia que lo separa de Edmundo González. Eso lo saben ellos también por más que se empeñen en tratar de transmitir su convicción de triunfadores, y lo saben tanto, que cada día suben un peldaño en su desesperación por amedrentar sin límites a los votantes para torcer los resultados, porque saben que el libre ejercicio del sufragio no los favorecerá.

La represión contra todo aquel que preste algún servicio a María Corina o a Edmundo, desde ventas de empanadas hasta transportistas, colaboradores o simpatizantes que han sido castigados con el cierre, la prisión o la suspensión de sus cargos a funcionarios electos como ha sido el de numerosos alcaldes, lejos de amedrentar ha aumentado la voluntad de cambio.

Nicolás Maduro, Jorge Rodríguez y Padrino López, principales voceros del régimen, han venido subiendo el tono de las amenazas dirigidas a disuadir el voto opositor. A la represión han agregado la campaña de terror sobre las consecuencias de un posible triunfo de la oposición (para ellos oligarquía), que amenazan que podría producir muchos 27 de febrero, o un baño de sangre, una guerra civil.

Pero así como Maduro ha perdido la mayor parte de sus votantes, decepcionados por su pésimo gobierno, también ha perdido importantes aliados internacionales. Caso emblemático es el de Lula Da Silva, el indiscutible líder de la izquierda latinoamericana, quien pasó de considerar hace apenas un año que el autoritarismo en Venezuela era «una narrativa construida», a solicitar a Maduro el cumplimiento de los acuerdos de Barbados y una elecciones limpias y democráticas, a escandalizarse con la campaña de terror de Maduro.

Estas fueron algunas de las afirmaciones del presidente de Brasil: Me asustaron los comentarios de Maduro de que Venezuela podría enfrentar un baño de sangre si pierde, Maduro necesita aprender que cuando ganas, te quedas; cuando pierdes, te vas. En democracia el que pierde se lleva un baño de votos, no un baño de sangre.

En su advertencia le señala que debe contribuir a resolver el retorno de la gente que se fue de Venezuela y establecer un estado de crecimiento económico, y que la única posibilidad de que Venezuela vuelva a la normalidad es que haya un proceso electoral ampliamente respetado. Y agregó: «Espero que esto ocurra por el bien de Venezuela, por el bien de Suramérica”, seguramente motivado por el temor de una nueva ola migratoria en el caso de que no se reconozca el triunfo electoral de la oposición.

Anunció también que enviará a su asesor de política exterior, el excanciller Celso Amorín, para monitorizar las elecciones venezolanas, y que la justicia electoral brasileña también enviará observadores. Buenas noticias para el proceso electoral democrático venezolano que agradeció el candidato Edmundo González.

El último peldaño escalado por Maduro hasta que escribo este artículo es el bloqueo informativo impuesto a los portales de noticias (recordemos que hace años que nos privaron del placer de los medios de comunicación impresos) lo que se suma al masivo cierre de emisoras de radio y persecución a periodistas.

El domingo 28 o el lunes 29 sabremos si el gobierno va a aceptar su irreversible derrota; después viene un difícil camino sobre el que se han construido distintas hipótesis y escenarios que han sido suficientemente expuestos y manejados, sobre el que nadie tiene certeza.  En lo más profundo de mis sentimientos desearía verlos pagar sus desmanes, pero me conformaría con una negociación para una transición que perdone a algunos de ellos y ver cristalizar el sueño del regreso de la libertad, la sensatez, la prosperidad, la liberación de los presos, el regreso de los exiliados y la reunificación de las familias. Una espera con nerviosismo y fundada esperanza.

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