OPINIÓN

El tinglado de los derechos históricos

por Raúl Mayoral Raúl Mayoral

Siendo Francisco Cambó concejal del Ayuntamiento de Barcelona en 1902, presentó una propuesta para que en las escuelas sostenidas por el municipio se establecieran clases de lengua catalana. La moción fue rechazada por los votos de sus propios compañeros del consistorio. El régimen de Franco practicó una política de lengua oficial única que, aunque postergaba el catalán, sin embargo nunca prohibió éste. El filólogo catalán Martín de Riquer impartía su docencia en catalán en la Universidad Central de Barcelona en 1942. Aún pueden verse en Barcelona edificios públicos que contienen placas conmemorativas en catalán fijadas en la década de los cincuenta del pasado siglo. Cuando muere el general Franco en 1975, muchos catalanes son bilingües. De hecho, el que fuera presidente del Barcelona, Agustín Montal, y artífice del lema “más que un club”, solía presumir de que, aún vivo Franco, el Barcelona se adhirió a la campaña “catalá a l’escola”; de que en el Nou Camp se instaló la primera senyera y que los avisos desde los altavoces del estadio eran en catalán; de que el capitán del Barcelona llevaba como distintivo de su rango la bandera catalana y de que en el funcionamiento interior del club se adoptó el catalán como idioma. Pero en los últimos treinta años, si hay en Cataluña una lengua que oficialmente se margina, se impide usar o, incluso, su empleo se sanciona es la castellana.

En su libro El País Vasco, José Miguel de Azaola escribe que en el siglo XIX existían ocho dialectos vascos, veinticinco subdialectos, cuarenta variedades y muchas más modalidades locales. La tradición vasca consistía en que las familias enseñaban vascuence en sus propias casas y enviaban a sus hijos a la escuela a aprender castellano. Ello hizo del euskera una lengua familiar, coloquial pero nunca una lengua de cultura para los vascos. Así, el primer diario publicado en euskera fue el Eguna en 1937. Según afirma Azaola las ikastolas empiezan a proliferar en pleno franquismo, de forma que en los últimos veinticinco años de dicho régimen estudiaron vascuence en centros privados de las provincias vascas un número de niños muy superior al de cuantos aprendieron esa lengua desde el principio de los tiempos hasta 1936.

La periferia secesionista plantea la exigencia de respetar un supuesto espíritu histórico de los pueblos a los que dicen representar alegando que esos territorios han sido más o menos soberanos, salvo los períodos de opresión que en los últimos siglos, y especialmente, durante el franquismo, ejerce España sobre los ciudadanos de dichos territorios. Y citan como ejemplo momentos en los que nunca tuvieron una autoridad superior. Pero ante reclamación tan candorosa, hay que oponer que cualquier parte de España, ya sea región, comarca o ciudad, no solo las zonas con reivindicación soberanista, ha sido independiente en algún momento determinado de la Historia, y no por ello, alega la defensa de un supuesto derecho histórico a ser ahora independiente. Y es que hay regiones que llevan veinte siglos sin ser nación y seguirán igual.