Todo pueblo tiene su tiempo histórico y el venezolano del siglo XIX y XX está inscrito en el marco de la definición del historiador Fernand Braudel: de larga duración, en la que el nivel de las estructuras tiene una estabilidad muy grande; la media duración, que es el tiempo que envuelve el acontecimiento y se extiende desde unos pocos años hasta la duración de una generación (50 años); y de corta duración, que da cuenta del acontecimiento.
Para el Nobel Octavio Paz, “los historiadores han introducido la distinción entre la “duración larga” y la “corta” en los procesos históricos. La primera designa los grandes ritmos, a través de las modificaciones imperceptibles. La segunda es el imperio de los acontecimientos.
Definiciones aquellas analizadas por Erwin Rodríguez Díaz, profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, en su trabajo “La relación entre el tiempo largo y el tiempo corto. Un intento por revalorar a un pariente pobre de las Ciencias Sociales: la coyuntural” … es decir, el tiempo cronológico, el de la naturaleza, y el social y político de orden coyuntural, definida a su vez como “una combinación de factores y circunstancias que crean un escenario especial en una sociedad “ que serán los acontecimientos generados…. Aquí encuadra, por ejemplo, la denominada “coyuntura militar” en Chile en 1972.
En aquel sentido, remitámonos al tiempo histórico venezolano: la guerra por la Independencia y la llamada “Guerra Federal”, muy puntualmente, fueron de corta duración en el siglo XIX y en el siglo XX, los 35 años en el poder de la hegemonía andina, en las personas de los generales Cipriano Castro (1899-1908) y Juan Vicente Gómez (1909-1935) y la consolidación del sistema democrático de gobierno (1959-1998) con la elección presidencial del comandante Hugo Chávez Frías, quien a partir de 1999 lograría una Constitución que derogaría la de 1961, modificándose toda la estructura del Estado, su sistema electoral, la reelección presidencial inmediata e indefinida que por 25 años incorporaría un complejo régimen socialista en una no prevista relación militar-vivo, a todas luces incompatible con la democracia prevista en la derogada carta magna, con evidente interpretación, acorde a los intereses del gobierno en todas las áreas del Estado -incluyendo la normativa judicial-, por lo cual no puede hablarse de una democracia plena y una oposición que una y otras veces se la juega con el régimen.
El precedente escenario no nos permite ubicar en su tiempo histórico venezolano, dentro de los niveles trazados por Braudel, por encontrarse en pleno desarrollo de acontecimientos, más propios para la crónica o análisis especulativos muy variables y por sus características, es inédito en tiempo, espacio, incluso intereses de diferentes tipo, de consecuencias impredecibles que sin duda agotan la paciencia interna y externa. Por los momentos “diálogo y negociación” luce como la única carta para la diplomacia mientras el país vive una aislada incertidumbre con temores y persecuciones, especie de manjar para los historiadores, por supuesto que no para el pueblo venezolano.
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