La gracia y la desventura cabalgan por las cambiantes praderas de la vida y del acontecer político venezolano, bien sea bajo la lluvia torrencial de la opresión militar o acariciadas por la suave brisa que humedece la animada aunque huidiza e inestable floresta democrática.
Galopan en el aire de un tiempo que conocen y aceptan como lineal, recto, sin desviaciones. Todo lo contrario del tiempo circular ideado por la doctrina hindú. Un tiempo, este que, al girar en círculo, comenzará un nuevo camino enriquecido por las experiencias vividas. Pero cuando Jesucristo nace en el establo o pesebre en las afueras de Belén y da su primer llanto de perfecta gloria como cabe en el Hijo humano de Dios, comenzó un nuevo tiempo o, dicho de otra manera, el tiempo dejó de ser circular como aspiran los hindúes para convertirse en una flecha disparada desde ningún comienzo, como habría deseado Elizabeth Schön.
Dos mil años y seguimos sintiendo su paso veloz hacia adelante y desde apenas veinte en el país venezolano. ¡Nos abruma la infelicidad que nadie se explica cómo y por qué seguimos soportando!
Un tiempo lineal que en la vida política venezolana se hace trampas a sí mismo porque en su carrera hacia adelante se detiene bruscamente, hace una voltereta de circo, cae de pie o hace salto de trucha y sigue avanzando para repetir el salto más adelante. Se engaña y engaña a quienes aseguran que su paso es recto e inflexible desde el instante en que vino al mundo el Niño Dios porque da volteretas, se encabrita.
En cada voltereta provoca cambios que afectan la vida política, social, económica y cultural del país. Una de dos: o llueve despiadadamente o refresca toda la geografía humana. En todo caso, prefiere llover antes que ser brisa refrescante. Hoy cantamos alegremente y nos reunimos alrededor de la damajuana democrática y mañana nos vemos obligados a protegernos de una brutal embestida mlitar que hace pedazos al barro cocido de la damajuana.
Un salto de marioneta y un violento golpe militar hacen suyo el Poder y convierten al país en hacienda personal del hegemón. Un nuevo salto de títere y el tiempo (o su sombra, la Muerte) desaloja al oprobioso militar y coloca en el poder al caudillo civil. Este, amparado en una Constitución fabricada a su medida, se comporta igual o peor que el militar que rompió la damajuana. En infrecuentes ocasiones solo hay fugaces asomos de brisa. Duran poco porque nos deleita suicidarnos haciendo harakiri con la espada de una unión cívico militar.
Y así, entre volteretas de títeres, y saltos de trucha el tiempo venezolano deja de ser lineal solo por instantes, pero para quienes sufrimos la intemperancia de las tormentas o apreciamos las efímeras caricias del aire fresco el tiempo, bien sea para padecer o para glorificar, se nos hace lento y pesado.
Llovió mucho ayer, es decir, a lo largo del siglo XIX, cuando eran otros los nombres de los generales o civiles adoradores de cuartel o enchufados vestidos con ropas civiles en el XX. Un tiempo que recorrió un país primitivo que apenas comenzaba a recuperar la sangre vertida en una guerra de independencia y a restañar sus heridas, pero que se veía asediado por una jauría de militares victoriosos empeñados en hacer suya la damajuana imponiendo sus ansias de dominación.
Creímos que el tiempo seguiría su camino sin más trucos de saltimbanqui, pero no es fácil modificar un carácter adulto. Todo le iba bien porque había aceptado el destino lineal que impuso el cristianismo. No es cosa ahora en el Occidente del mundo dar las vueltas que ideó para él la doctrina hindú de los ciclos cósmicos.
Pero en Venezuela un oscuro militar de baja graduación asaltó el poder cuando la fauna de la floresta democrática comenzaba a sentir la cercanía de la lluvia y el país no supo qué hacer, no encontró lugar para refugiarse o protegerse y dejó que una lluvia roja nunca vista antes anegara la floresta y aniquilara el vigor de la vida que se removía en ella.
¡Sin embargo, se sabe que hay un mundo oculto en el subsuelo! Unos científicos quitaron la capa superior de tierra en un pequeño sector de un bosque norteamericano; cavaron hasta dos metros y medio y encontraron 15O seres vivientes por cada decímetro cuadrado; 90 ácaros, 29 apterigógenos, dos cienpies, dos escarabajos y si hubieran hecho también un inventario de la población microscópica, dijo Peter Farb, investigador de los bosques y egresado de la universidad de Vanderbilt, habrían contado hasta 2.000 millones de bacterias y muchos millones de hongos, protozoarios y algas.
Debajo de los cuarteles, debajo de las armas que allí se encuentran, a pesar del desvergonzado tráfico de drogas y por encima de las órdenes, castigos y ofensas militares, hay millones de ciudadanos que esperan el momento para hacerse sentir. Habrá que esperar porque la mitad sobrevive aventados por la diáspora de la perversión. No somos ácaros ni invertebrados; tampoco somos la cigarra que pasa 17 años bajo tierra y cuando sale a la superficie se convierte en parásita de un árbol y muere 7 días mas tarde. ¡Somos seres civiles y pensamos y actuamos como civiles! Si aceptamos que el tiempo en vez de ser circular como insiste la doctrina hindú se ha visto obligado a ser lineal e infinito, también queremos que deje de hacer cabriolas en el país venezolano y permita que sea la brisa la que acaricie nuestras vidas. Ella, mientras más ágil y lozana, más atractiva, apetecible y necesaria es. Por lo tanto, se ha erigido como nuestra mejor arma para oponernos a la lluvia opresora.
Y dotados de este poderoso armamento, el tiempo sin hacerse a sí mismo trampas y cabriolas de circo podrá seguir siendo lineal si así lo desea.
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