OPINIÓN

El tiempo de Dios no es perfecto, es limpio, ordenado y estético

por Claudio Nazoa Claudio Nazoa

Ilustración: Jeanette Ortega Carvajal | Twitter @jortegac15

Amigos lectores, hoy continuaremos conversando sobre los servicios públicos y privados. Quisiera compartir con ustedes un servicio sobre el cual los venezolanos no estamos acostumbrados a hablar y disfrutar, el del ornato de nuestras ciudades y el micro ornato de nuestro entorno, como lo son el condominio, el vecindario y por supuesto, nuestro hogar.

El año pasado, por culpa de la pandemia, estuve varado durante tres meses en Tenerife, la más grande de las islas Canarias de España. Allí siempre ha sido dificultoso el tema del servicio de agua. En Canarias el agua es un enorme tesoro porque son islas de origen volcánico y el agua, por ser un recurso que escasea, es muy valorado y cuidado. En la actualidad y gracias a profundas investigaciones, trabajos e inversiones, se logró que parte del agua de Tenerife se extraiga del deshielo del volcán El Teide, y otra parte, de las plantas de desalinización. Es esa la razón casi milagrosa por la que hay servicio de agua potable. Servicio que hay que pagar en su justa medida. No es barato, pero era más caro cuando no existía.

Ustedes se preguntarán, ¿y eso qué tiene que ver con el ornato? Pues mucho. Durante un caluroso verano en las islas contemplé, maravillado,  jardines espléndidos llenos de flores. En las macetas de las principales avenidas pude observar con asombro hermosas y coloridas plantas que si por algún motivo se marchitaban, eran cambiadas casi inmediatamente por otras frescas y es que una cuadrilla de obreros especializados se encarga de cuidar los jardines de la ciudad de manera meticulosa.

En Israel ocurre algo parecido, incluso más asombroso porque allí sí hay que desalinizar casi la totalidad del agua y, sin embargo, los jardines y las plazas siempre están limpios, verdes y floridos.

Soy un caraqueño amante y fanático de su ciudad. No me veo viviendo en ninguna otra parte del mundo. Soy afortunado porque al girar mi cara hacia el norte, me encuentro con el cerro El Ávila, una hermosa maravilla que Dios nos regaló a los venezolanos. No se puede pedir nada más glorioso. Por eso. siempre le digo a quienes están cerca: ¡vean El Ávila! La verdad es que a veces la gente no lo mira. Lo que sucede es que como siempre está allí, extrañamente, muchos no lo ven. Pero vale la pena mirarlo y piropearlo.

Acostumbro a ser crítico con lo que no me gusta, pero también tengo la costumbre de resaltar y alabar aquello que me agrada aunque lo haga gente que no me gusta. A propósito de esto, quería comentarles que siempre me he quejado del estado de desidia en el que se encuentran los sitios públicos en Venezuela. A honrosas excepciones, sentimos una mezcla de rabia y lástima al ver plazas, parques, autopistas y avenidas abandonadas a su suerte, en un país que aunque tiene agua por todas partes, escasea y es racionada. Cuando viajamos al interior de Venezuela, nos aterroriza el grado de dejadez en algunas ciudades en cuanto a lo ornamental se refiere. Uno ve aquellos peladeros de chivo y se pregunta: pero, ¿qué les costará sembrar una matica?

En la época de aquellos y de estos, siempre he criticado la falta de sensibilidad por no cuidar los jardines, calles y autopistas de nuestra bella Caracas. Hace como mil años tuve el honor de trabajar con doña Alicia Pietri de Caldera, una gran dama venezolana. Con ella fundamos el Museo de los Niños. Un día, doña Alicia me dijo: “Claudio, ¿por qué no llenamos de árboles los espacios de las avenidas y autopistas de Caracas?”. Meses después, estábamos sembrando junto a los niños de las barriadas populares miles de arbolitos en diferentes avenidas y autopistas. Cuando paso por alguno de esos sitios y veo un minibosque, pienso con orgullo que yo ayudé a sembrar eso.

Debo decir que aunque no me gusta este gobierno, es mi deber reconocer que el arreglo ornamental de la autopista Francisco Fajardo, en este momento, es fabuloso. El señor Fajardo agradece el cariñito y manda a decir que saluden de su parte al cacique que hoy usurpa su nombre. Para el señor Francisco Fajardo, Cacique es el ron que toma cada vez que siembran una palmera y arreglan un jardín de su autopista. Debo decir también que no me gustan para nada los motivos supuestamente indígenas que pintaron en las paredes. Yo las habría dejado blancas y aunque me caigan los odiadores de las redes, confieso que siento satisfacción ante el esfuerzo ornamental tan necesario y justo para la paz mental de los habitantes de la ciudad de Caracas. Me alegra pasear por la autopista Francisco Fajardo y ver las bellas esculturas restauradas y los jardines que están sembrando. Es arte que casi de un día para otro floreció ante nuestros ojos. Felicito a los arquitectos, paisajistas y escultores que participan en esto. Ojalá le hicieran un cariñito al mural de Zapata y rescataran el Jardín Botánico y que el proyecto de embellecimiento se extienda por toda Venezuela.

No puedo tampoco dejar de nombrar las cosas lindas y útiles que veo en mi ciudad. Por ejemplo, cuando de noche entramos a Altamira por la autopista, nos encontramos con unos ojos de gato en el pavimento que encienden y apagan con luces de colores que parecen bailar felices, quizás, porque mucha gente las ve danzar. Es una pendejada, lo sé, pero qué bonitas se ven de noche. Deberían colocarlas en todas partes, además, trabajan con energía solar. Por favor, cópiense de eso.

Tampoco puedo dejar de nombrar el cuidado, limpieza y ornato de las plazas Altamira, Los Palos Grandes, Alfredo Sadel y la de El Hatillo que, según me informaron, las cuidan los amigos de Fospuca. Ojalá otras empresas, dueños de restaurantes, bodegones y futuros casinos, colaboren con esta iniciativa y ayuden a adornar con plantas, obras de arte y luces bonitas, las calles donde tienen sus negocios. Recuerde, cuando esté limpiando su casa y arreglando su jardín, usted está colaborando con su felicidad y la felicidad colectiva.

Escribiendo esto no estoy cerrando los ojos ante la enorme cantidad de problemas que tiene nuestro país, pero también debemos ver alguna cosa buena que nos permita soñar con que algún día, volveremos a ser prósperos y podremos disfrutar de una Venezuela tan limpia y bonita como nuestras casas, porque estoy convencido de que el tiempo de Dios no es perfecto, es más que eso, es limpio, ordenado y estético.

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