Soy un escritor cuya trayectoria le deparó experimentar situaciones insólitas. Por causa de la inmanente presencia en nuestro mundo de ocultas y paranormales entidades, experimenté situaciones que estigmatizaron mi vida. Permanezco en el vórtice de lo que llamo «Agujero Negro de Ceremonial Funesto», sin temor a ser absorbido. En muchas ocasiones, me siento bendito por mujeres u hombres poderosos aproximándome a ellos. Empero, así como hallo infinita benevolencia e igual crueldad extrema en personas con las cuales no quiero interactuar, pero me siento obligado hacerlo para enfrentar lo que deploro de los seres menos inhumanos.
En el curso de mis quehaceres universitarios, venerables científicos me transmitieron sus conocimientos y mostraron sus secretos. Estuve en áreas donde resguardaban, celosos, criaturas con malformaciones congénitas que semejan a las de mis narraciones macabras. Quizá por ello, les inspiré confianza y me condujeron hacia esos recintos. El olor del formaldehido quedó en algún lugar de mi hipotálamo, porque visité, curioso, cadáveres que diseccionaban y escrutaban los elegidos de la medicina. Estuve cerca [quizá demasiado, pero fue imperativo] de personas indeseables, que urdían fechorías desde sus posiciones académicas. Procuré no contaminarme.
—«Si miras, escuchas y callas, sobrevivirás en el ambiente académico» –me dijo el rector magnífico, a quien debía su memorable gratitud y afabilidad hacia mí. «Cada uno de los libros que yo te publique en la Universidad de los Andes será un título universitario para tu expediente. Cuando hagan auditorías, no podrán calificarte, no sabrán cómo hacerlo».
Antes de ingresar a la Universidad de los Andes escribía informes políticos-filosóficos para una organización de inteligencia. Utilicé mis conocimientos apriorísticos y logré moverme entre numerosos degenerados, cuyos malévolos fines estaban expuestos. No ocultaban nada, eran malos en serio, adoctrinaban para destruir. Cada día salían hacia las calles y arremetían contra lo que era estable o útil en nuestra ya extinta sociedad. Aquella ya extinta en la cual hacíamos respetar nuestras libertades. Agitados por docentes infiltrados para socavar la institucionalidad académica y el sistema político que regía nuestra república, jóvenes de federaciones estudiantiles infundían terror amparándose en los principios de la autonomía universitaria.
Fui enemigo declarado y hasta respetado por ellos, lo recuerdo. Necesitaban de mí, la contraparte, para arrogar su violencia verbal ante quienes nos escuchaban discrepar en cafetines, aulas o auditorios. Algunos todavía creen que son infalibles, pero les tengo una mala que les arruinará la fiesta.
@jurescritor