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El terror siempre estará ahí

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Ahora me he convertido en la muerte, destructor de mundos”.

Bhagavad Gita (texto sagrado hinduista)

El exterminio de la vida se hizo presente en Hiroshima el 6 de agosto de 1945

Los cuatro poderosos motores del Boing B-29 Superfortress, Enola Gay, pilotado por Paul Tibbets, surcan los cielos a más de 10 000 metros de altura;  el horizonte se ilumina con los calurosos rayos del Sol. En su interior, doce tripulantes llevan el mensaje que cambiará al mundo; son 3 metros de longitud, 4,4 toneladas de peso y 16 kilotones de energía y muerte.  Al accionar un dispositivo, el Little Boy se lanza furioso con un destino: sellar la historia. A las 8:15 a.m. y a 600 metros antes de impactar al suelo, se produce el estallido que sacude con estruendo al planeta: la ciudad japonesa de Hiroshima, en un instante, es ahora el Infierno. El fuego y la destrucción transforman a  140 000 mujeres, hombres y niños en un amasijo de escombros, cenizas y horror.  Un hongo atómico se eleva a más de 6 mil metros, es un tótem mortuorio.  La onda expansiva pulveriza a todas las edificaciones a 8,5 kilómetros a la redonda. El caos se desata en medio de la devastación y el dolor envuelve a las almas de los civiles que sobreviven en un primer momento y rápidamente son devorados por el rugido de las llamas, arrasándoles la piel y los tejidos. Con temperaturas superiores a los a 4 000 ºC, se producen incendios que se prolongan por tres días y devoran todo a más de 7 kilómetros.  El 50 % de los hibakusha, término con el que se describe a los  sobrevivientes de la explosión, morirán en los próximos años como consecuencia de las lesiones por la intensa radiación, al desarrollo de leucemia y cánceres de tiroides, seno y pulmón, entre otros.

Los estragos en la población civil es un pavoroso saldo de cruel acción militar, el 6 y 9 de agosto de 1945 son fechas que no se debe jamás olvidar

El 6 de agosto de 1945 se escribe uno de los capítulos de mayor tristeza e indignación de nuestra especie. El poder liberado del átomo nos mostró una dimensión no conocida de la hostilidad; 64 kilos de Uranio 235 aplastaban para siempre los espantosos registros bélicos, superando todo lo antes descrito: este ataque se erigía como la mayor y más grande amenaza para la humanidad. En una vergonzosa y repudiable decisión, los Estados Unidos habían  puesto  fin a la Segunda Guerra Mundial con este golpe definitivo a la disminuida fuerza imperial japonesa. El otrora descomunal poderío nipón, una vez perdidas todas sus posiciones en el océano Pacifico, solo era un reducto en el Japón, ese país buscaba por varias vías rendirse y únicamente ponía como condición que se mantuviese el emperador Hirohito al frente del estado. Previamente al  terrible episodio  atómico de Hiroshima, los constantes bombardeos por parte de la aviación estadounidense fueron de tal magnitud que se contaban en una cifra superior a los 500 000 civiles las bajas ocasionadas por este despliegue militar. Un país vapuleado, una armada completamente hecha añicos, una aviación diezmada, un ejército reducido, no eran obstáculos para el avasallante aparato militarista que desde Washington se arreciaba contra el Imperio del Sol Naciente. Quizá lo único inquebrantable de esa nación era precisamente su origen ancestral y una voluntad de hierro, misma que los sostenía en pie; eran precisamente ese vigor cultural y moral los objetivos de la dantesca operación que había nacido con el Proyecto Manhattan.

Shuntaro Hida médico sobreviviente y activista. Crédito Torin Boyd

Cuando la alarmante noticia llenaba de desconcierto y estupor al planeta y apenas se conocía lo que esa atroz acción significaba, se produce un nuevo ataque contra otra ciudad y su población: el 9 de agosto Nagasaki es sorprendida por el mortífero explosivo de 21 Kilotones conocida como  Fat Man;  40 000 civiles fallecen al instante de la detonación,  repitiéndose las dramáticas consecuencias del primer bombardeo sobre Hiroshima. En esa oportunidad el artefacto fue fabricado con 6 kg. de Plutonio 239,  los cálculos indican que solo un 1 kilo logró fisionarse (proceso con el que se fracciona el núcleo para que libere energía). Se estima que de los 64 kilogramos de Uranio 235 contenidos en la bomba de Hiroshima,  solo el 1,4 % produjo fisión nuclear; no hay manera de imaginar el resultado si la fisión en cadena hubiese sido mucho mayor a esa minúscula capacidad, que resultó en la ofensiva sobre Hiroshima o la devastación ocasionada en Nagasaki si, cuatro o cinco kilogramos de Plutonio se hubiesen fisionado.

Los hibakusha aún son víctimas de esas devastadoras bombas, el sobrevivir ha sido un regalo pero el vivir con los recuerdos también es un pesar

A pesar de lo terrorífico de estas armas, luego de las catástrofes de Hiroshima y Nagasaki, la carrera armamentista llevó a la fabricación de un armamento muchísimo más destructivo  que Little Boy y Fat Man. Los científicos descubrieron que el proceso contrario a la fisión nuclear, la fusión nuclear, generaba un poder de estrago ampliamente superior. La propiedad mortífera de estas armas se incrementa y se evidencia en que años después de ser usadas, siguen matando dado que tras su activación la radiaciones de rayos Gamma, rayos X y neutrones, siendo capaces de destruir las células del cuerpo humano. En 1954 los Estados Unidos realiza una prueba con la atronadora bomba Castle Bravo de 15 Megatones, 900 veces más potente que la de Hiroshima. En 1961 la antigua URSS hace estallar la impresionante Bomba del zar, con un poder de 50 Megatones.  La tecnología de las armas atómicas hasta ahora ha sido dominada por  nueve naciones: Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, Israel, India, Pakistán y Corea del Norte. Se da por cierto que el arsenal con capacidad atómica supera las 14 000 bombas a nivel global.

Científicos como Otto Hahn y Lise Meitner, descubridores de la fisión nuclear jamás pudieron visualizar la proporción de la magnitud  de aniquilación  que su descubrimiento científico podría ocasionar; la ciencia al servicio del extermino del enemigo ha demostrado el inconmensurable alcance de la perversión cuando la violencia es el vehículo para la disolución de los conflictos geopolíticos. Robert Oppenheimer, uno de los responsables de la fabricación de las aterradoras bombas usadas en Japón, cambió drásticamente su postura después de los bombardeos, haciéndose portavoz sobre el perjuicio que el desarrollo de esa tecnología significaba.  El célebre doctor japonés Shuntaro Hida (1917 -2017) respetado médico y activista, quien a lo largo de muchos años trató a unos 10 000 pacientes supervivientes, fue una combativa personalidad que siempre reclamó una compensación para la victimas y principalmente justicia, demandas que jamás fueron satisfechas y aún hoy son profundas heridas.

Hoy cuando las cada vez más estridentes relaciones entre varios países con poderío nuclear parece cobrar vida nuevamente y los peligrosos manejos de la escena armamentista se esgrimen como muestra de las políticas de estado, solo nos resta tener en cuenta que, si bien los planes estratégicos de esos estados buscan imponer su respectivas visiones, el destino de los habitantes de la Tierra no puede estar lastrado a las mezquinas y abusivas practicas que sociedades supuestamente desarrolladas nos imponen. El conflicto iniciado por Japón al atacar a Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941, desencadenó la respuesta de otro país que se vio “obligado” a responder militarmente, pero  no que hay que olvidar que el pavoroso acto cometido por los Estados Unidos contra más de un millón de mujeres, hombres y niños no correspondió a defensa alguna, por lo que  está suscrito como el más aborrecible crimen contra el hombre. Hagamos votos para que los fantasmas de la guerra y la desolación  sean tristes referencias de los textos históricos. Juntos debemos exigir que, de una vez por todas,  establezcamos correlaciones como naciones, partiendo no de las diferencias sino de la plena consciencia de que todos los individuos repartidos en el planeta somos miembros de una única especie y que mañana debemos construir, como humanidad, un futuro propio a la grandeza para la que fuimos creados.

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