OPINIÓN

¿El teócrata?

por Robert Gilles Redondo Robert Gilles Redondo

 

Desde el 1 de octubre la euforia se apoderó de un país que no cabe de la emoción de festejar por más de tres meses las fiestas navideñas. Aunque es un sarcasmo, este sueño dorado de Maduro es en realidad su intento desesperado por encauzar al país a una normalidad que está opacada por la mentira y el terror. Y es que en sí mismo, este intento de “embochinchar” al país para que olvidemos lo que ocurre, es una estrategia de terror pero que ahora pareciera estar revestido de un aparente carácter teocrático. Maduro decide a su antojo el cómo y cuándo se debe celebrar la Navidad, aun cuando en la práctica y más allá de los mismos problemas de fondo que conllevan su permanencia en el poder, el país tiene más cosas que resolver antes de pensar en llegar o al menos intentar llegar a diciembre.

Y es que aún estando lejos del fin de este año, nadie más que Maduro y el régimen que él representa, aun cuando no lo dirige, necesitan salir ya de la pesadilla que este 2024 ha significado para ellos. Y creen que su estrategia navideña logrará el efecto de somnolencia nacional, aprovechándose de las falencias de nuestro pueblo que lleva un cuarto de siglo anhelando no solo la democracia sino también una paz duradera sobre la base de la justicia.

En el bufo intento de una especie de theokratian, Maduro, tal como lo ha hecho toda la revolución chavista, pretende reescribir la historia, ahora le tocó a la tradición de Navidad que al menos ya en el año 221 había sido mencionada por Sexto Juliano para celebrar el nacimiento de Jesucristo, como contraparte a las celebraciones del solsticio de invierno, en especial la del Sol Invictus. Si bien es cierto que la festividad del nacimiento de Jesús fue decretada formalmente como tal por el papa Liberio en el año 354.

Pero es evidente que este decreto maduriano no es expresión de su ardiente deseo de felicidad para el pueblo al que veja a todo momento, sino como ya dije, busca sacarle, al menos a él mismo, y aunque sea solo mental y mediáticamente, del atolladero de ilegalidad en el que se encuentra y del que depende su propia supervivencia.

Supervivencia en la que piensan las víctimas del supuesto adelanto de una Navidad que en la práctica no la tendrán. Pero ¿cuáles víctimas? Pues esa inmensa mayoría del país que sobrevive con el salario más bajo del mundo. Los pensionados que cobrarán seis dólares de aguinaldos. Los más de 1.800 presos políticos que incluyen centenares de niños, adolescentes y personas con discapacidad. Los más de 7 millones de venezolanos que debieron huir para continuar viviendo, lejos de su hogar y lejos de los suyos. Los miles y miles de enfermos que están recluidos en nuestros hospitales sin insumos médicos de ningún tipo. Y así una lista casi interminable de todos aquellos que padecen este régimen anacrónico.

La Navidad, sinónimo de esperanza, y que está precedida del tiempo litúrgico del Adviento que se traduce en “venida”, no es un bochinche para ocultar la desgracia en la que se sigue hundiendo Venezuela. Tampoco debe preceder a esperanzas utópicas que al ser recitadas son muy románticas pero en la práctica no dejan de ser irrealizables. De allí también que las fuerzas democráticas no deben colocar en el sentimiento nacional que el 10 de enero del 2025, habremos llegado al final de esta ominosa pesadilla. Los pies muy puestos en tierra tienen que esquivar esa ficción de un “ya casi Venezuela”, y no refiero, aunque la incluyo, a la iniciativa de Erik Prince. Quien tiene la verdad, tiene su fuerza y ella basta siempre y cuando no nos desquiciemos en ilógicas razones jurídicas que nos lleven a desandar el estrepitoso fracaso político que escenificó Juan Guaidó y el “interinato”.

La maniobra distractora del decreto teocrático de Maduro, se sabe que no hace perder el foco de alguna parte de nuestra dirigencia opositora. Pero causa daño en la movilización nacional que se necesita para hacer valer y prevalecer la voluntad nacional que se expresó el 28 de julio. Respetar y hacer respetar la soberanía popular debe ser el norte y combatir a diestra y siniestra la peligrosa costumbre de acomodarnos a las distintas etapas de nuestra tragedia.

Con Maduro no hay Navidad y no hay que enfrentar todas y cada una de sus estrategias, porque como pueblo adolecemos de muchas cosas y el bochinche es justamente uno de nuestros mayores males.