Desde el pasado fin de semana se han sumado 26 millones de personas a las medidas de alerta emanadas desde Pekín en su empeño por detener la propagación del coronavirus. Más allá del número de bajas lamentables que ha provocado esta crisis de salud, el gigante pagará un precio por la desaceleración económica que también ha contaminado su geografía desde el Año Nuevo lunar a esta parte.
Un detallado conjunto de medidas restrictivas fue puesto en marcha para tratar de impedir la expansión anárquica del virus desde su estallido en Wuhan. Tuvo que ser ampliamente difundido por las autoridades, a pesar de ser conscientes de que podría provocarse por doquier una significativa inhibición del consumo. Aunque sabían también que, en ocasiones, los remedios pueden ser armas de doble filo.
El comercio fue el primero en resentirse. Las restricciones a la movilidad y los esfuerzos por impedir peligrosas concentraciones de gentes fueron interpretados adecuadamente y respetados al dedillo por la población atemorizada; la que, desde los primeros días, se inhibió de aparecer en restaurantes, acudir a cines y supermercados, canceló viajes y reservaciones hoteleras, se transportó en medios públicos solo lo indispensable. Todo el sector de servicios acusó un golpe de envergadura en el país, incluyendo el movimiento de mercancías y el transporte de trabajadores. Las pérdidas comerciales comenzaron a manifestarse en los pequeños y medianos negocios y el flujo de dinero de la economía regional y nacional también se vio afectado.
Por fuera de las fronteras del coloso de Asia, sus dificultades fabriles también han estado presentando una repercusión de envergadura. La BBC informó en su momento cómo un número de negocios de espectro internacional se vieron obligados a detener momentáneamente sus operaciones en China, citando como ejemplos cadenas como Ikea y Starbucks y poniendo de relieve la notoria suspensión de vuelos a localidades chinas. Para nadie es un secreto que Hundai en Corea del Sur debió detener la producción de vehículos por falta de suministro de piezas y partes fabricadas en China. Y aunque todavía no es posible señalar cifras, la industria automotriz global y los sectores electrónico, informático y de telefonía han sido afectados por fallas en el suministro de componentes y partes.
Allí no se detiene el daño. Es imposible no asignarle un rol determinante a la crisis del coronavirus en la caída global de los precios petroleros, lo que no es sino un reflejo de la demanda restringida de crudos del gigante asiático puesta en ejecución por Sinopec. Otro tanto está comenzando a ocurrir con el precio del cobre, importante componente de la industria de la construcción que también ha reducido la marcha. Y lo mismo tenderá a ocurrir con los precios de materias primas que China consume a granel.
Pensar que este efecto es indetenible es un error, pero la recuperación de los sectores afectados, dentro y fuera del país, tendrá un ritmo similar a la dinamización de la economía china, lo que, a su vez, es una variable de la rapidez con que logren detener la expansión del mal.
Una cosa es ya cierta, las cifras de desempeño de la economía china y de la economía mundial para el primer trimestre reflejarán la desaceleración. Los conocedores consideran que China no conseguirá alcanzar 4% de crecimiento al que aspiraban en el primer trimestre de 2020. Lo demás es imposible medirlo, por ahora.