En la Transición, cuando Adolfo Suárez decidió legalizar al Partido Comunista pidió a Santiago Carrillo que le atacara públicamente para que los franquistas no pudieran decir que estaba del lado de los rojos. Llámenme mal pensada pero la crisis diplomática que el régimen de Nicolás Maduro ha montado esta semana parece un teatrillo parecido para darle una coartada a Pedro Sánchez.
Venezuela no puede romper relaciones con España porque se quedaría sin puerta a Europa. Podríamos entender que Caracas esté intentando una estrategia de presión máxima para que Moncloa no se atreva a reconocer a Edmundo González, pero ¿acaso los socialistas han hecho algún movimiento en ese sentido? No. Ni en España ni en Europa. En cambio, ¡casualidad!, fue Jorge Rodríguez, uno de los interlocutores más estrechos de José Luis Rodríguez Zapatero, el que abrió las hostilidades diplomáticas hacia el Gobierno español. El hermano de Delcy reaccionó así después de que el Congreso aprobara instar a Pedro Sánchez a reconocer a González como presidente electo y a la vista de que el Parlamento Europeo hará lo mismo la semana que viene. Pero el episodio carece de sentido estratégico por una evidente razón: si estás rodeado de enemigos pero tienes un aliado, lo lógico es cuidarle.
Podemos analizar lo ofensivo que pudo resultar a Maduro que Margarita Robles haya calificado a Venezuela de «dictadura». Pero teniendo en cuenta que José Manuel Albares se apresuró a dejarla sola y que Moncloa se encargó convenientemente de airear que la ministra de Defensa va por libre y que sus palabras habían generado enorme malestar en el seno del Gobierno parece más probable que la llamada a consultas de la embajadora sea un añadido al guión a que Maduro esté tan loco como para romper con su único aliado en el mundo occidental.
La crisis diplomática es la coartada perfecta para los dos gobiernos. Por un lado, le permite combatir la idea de que está demasiado cerca de los intereses de Maduro. Por otro, le sirve para argumentar ante Europa que es mejor no reconocer a Edmundo González a cambio de mantener la interlocución con el régimen y seguir presionándole hacia una transición ordenada. Éste es precisamente el quid de la cuestión porque bajo esta premisa Nicolás Maduro seguirá aferrado al poder. Si el dictador sopesara dar un paso a un lado es evidente que no habría iniciado una nueva ola de represión civil ni habría amenazado al presidente electo hasta amedrentarle tanto como para abandonar el país.
Teatralizada o no, lo que es innegable es que la crisis diplomática ha ejercido de cortina de humo y cambiado el foco en nuestro país. La cuestión venezolana se ha convertido en un tema de política nacional y el debate sobre qué está haciendo Maduro y cómo lograr que abandone el poder –lo verdaderamente importante– ha quedado en un segundo plano. ¿A quién le beneficia?
Artículo publicado en el diario ABC de España