La semana pasada les hablé sobre el trabajo de Lucius Caviola, Stefan Schubert, Elliot Teperman, David Moss, Spencer Greenberg y Nadira S. Faber («Donors vastly underestimate differences in charities effectiveness», Judgment and Decision Making, Vol. 15, No. 4, July 2020, pp. 509–516), quienes se propusieron estudiar las creencias sobre las diferencias en la efectividad de las organizaciones benéficas.
Dicho trabajo arrojó cuatro conclusiones: la primera fue que la mayoria de las personas piensan que la efectividad de las organizaciones benéficas es la misma o similar. Sin embargo y en realidad, las diferencias son muy grandes, según las mejores estimaciones basadas en expertos.
La segunda fue que en un contexto de mejor información sobre efectividad suministrada a los donates de dinero, estos mostraron una inclinación a favorecer a aquellas organizaciones benéficas más efectivas.
La tercera conclusión es que el «mercado» de las organizaciones benéficas no es eficiente y al no serlo, la gran mayoria de las organizaciones benéficas no tienen incentivos para ser más efectivas, a diferencia del mercado de valores y del mercado de bienes de consumo.
La cuarta conclusión es que, dado lo anterior, el creciente movimiento de altruistas efectivos ha creado organizaciones de investigación que identifican las organizaciones benéficas más efectivas.
Ahora bien y aquí en Venezuela, ¿Cómo sabe un potencial donante si la organización benéfica A es más efectiva que la organización benéfica B?
A menos que dispongamos de los estados financieros de la organización y al mismo tiempo sepamos analizarlos y dispongamos de referencias comparativas, nunca podríamos saberlo. Sin embargo, hay un elemento adicional que imposibilita que tengamos a mano los estados financieros de muchas organizaciones sin fines, o con fines de lucro, en nuestro país: el elemento cultural.
Lee Radebaugh y Sydney Gray (International Accounting and Multinational Enterprises, 5ta edición, 2002, John Wiley) establecen que, con relación a la contabilidad, la cultura influye en las prácticas de revelación de la información financiera. Radebaugh y Gray presentan un modelo en donde explican la diferencia cultural en las prácticas de medición y revelación contable entre paises, como función de dos variables: a) el grado de precaución que muestran las empresas al valuar los activos y reconocer los ingresos y b) el grado en que las empresas revelan información al público. Un país como Venezuela está en el extremo del valor de ambas variables, es decir, en Venezuela el grado de precaución es máximo así como el grado de revelación al público es mínimo.
La consecuencia de lo anterior es que en la internet y a excepción de casi todos los bancos de nuestro sistema, es extremadamente raro encontrar los estados financieros de organizaciones venezolanas sin fines o con fines de lucro, de tipo cooperativo (cajas y fondos de ahorros) y las empresas de seguros. Si bien es cierto que resulta posible encontrar los estados financieros de algunas empresas listadas en la Bolsa de Valores de Caracas, incluídas las Casas de Bolsa, sin embargo y en la actualidad, presentan información incompleta y atrasada y, por tanto, inútil para fines informativos en un entorno de depresion economica con hiperinflacion.
Entonces, en ese nuestro entorno y si somos una organización de beneficencia y tenemos iniciativas sociales, ¿como hacemos para diferenciarnos en cuanto a efectividad de otras instituciones y/o iniciativas?, ¿A punta de pura promoción sin cifras?
Una respuesta es con el marco SROI (Social Return on Investment).
El concepto de «retorno social de la inversión» no es nuevo. En el contexto de las organizaciones del llamado tercer sector (no pertenecientes al sector público ni al sector privado con fines de lucro) el Fondo de Desarrollo Empresarial Roberts (REDF) de Estados Unidos desarrolló inicialmente una herramienta o marco SROI a mediados de la década de 1990. En el Reino Unido, el marco de SROI se desarrolló todavía más bajo la bondad de un programa financiado por el gobierno sobre la medición del valor social, que comenzó en 2008, dirigido por un consorcio conformado por la SROI Network, la New Economics Foundation, la Charities Evaluation Services, el National Council for Voluntary Organisations y el New Philanthropy Capital.
El SROI es un marco para medir y cuantificar un concepto, mucho más amplio, de valor; El SROI mide el cambio en formas que son relevantes para las personas u organizaciones que lo experimentan o contribuyen con él («los stakeholders»). Adicionalmente, narra cómo se genera el cambio midiendo los resultados (outcomes) sociales, medioambientales y económicos, y usa términos monetarios para representar dichos outcomes. Esto permite calcular la razón tradicional de costo-beneficio aunque interpretada de manera diferente, haciendo énfasis en la inversión y no en el costo. Por ejemplo, una razón de 3 a 1 indica que por cada unidad monetaria invertida en la iniciativa social, se generan 3 unidades monetarias de valor social.
El SROI versa sobre valor, en lugar de dinero. El dinero es simplemente una unidad común y, como tal, es la forma más útil y comúnmente aceptada de expresar valor. De la misma manera que un plan de negocio contiene mucho más que proyecciones financieras, el SROI es mucho más que una simple métrica. Es una historia acerca del cambio, sobre la cual pueden perfectamente fundamentarse decisiones, como por ejemplo donar, que incluye el estudio de casos y de información cualitativa, cuantitativa y financiera.
Un análisis SROI puede adoptar formas diferentes. Puede agrupar el valor social generado por toda una organización, o enfocarse solamente en un aspecto específico de su trabajo: por ejemplo, una de sus iniciativas.
Hasta aquí hemos llegado por razones de espacio. Sin embargo, si no se nos atraviesa un tema más imperioso que la evaluación de iniciativas sociales, seguiremos hablando del SROI en el próximo artículo.