Luis Almagro, secretario general de la Organización de Estados Americanos, ha venido planteando una tesis para tratar de sacar a Venezuela del atasco en el que se encuentra desde hace unos veinte años. La propuesta, que ha generado mucho debate y todo tipo de interpretaciones, plantea una nueva forma de gobierno. Llámese cohabitación o coexistencia, llámese convivencia, se trata de la creación de un Poder Ejecutivo compartido entre las distintas fuerzas políticas para gobernar de manera colegiada, y que el mismo sea acompañado de los contrapesos necesarios expresados en poderes independientes a nivel nacional y regional.
El secretario general alude a dos ejemplos, el modelo uruguayo conocido como Consejo Nacional de Gobierno, establecido en la Constitución de 1952, y el Consejo Federal suizo. De la experiencia uruguaya conozco poco, salvo que a Uruguay se le llama la Suiza de Suramérica. En cambio, de la experiencia gubernamental suiza sí conozco bastante más.
La Confederación Suiza creó el Estado Federal y adoptó la figura del gobierno colegiado el 12 de septiembre de 1848, luego de la última guerra civil. Como buena parte de los países europeos, Suiza no escapa a sucesivas guerras con los vecinos, a las que se sumaban cruentas guerras civiles entre cantones, entre las ciudades y zonas rurales, entre el centralismo y el federalismo y entre católicos y protestantes. Arruinados y agotados, los dirigentes del país entendieron que ninguno tendría nunca el monopolio del poder, ni se podía exterminar al adversario, por lo que, como forma de convivencia pacífica y para garantizar que la democracia federal pudiese florecer, adoptaron el sistema colegiado de gobierno que en la práctica ya se realizaba en muchas comunas y cantones. Con el tiempo esta forma de gobierno se ha refinado y adaptado para atender a las necesidades de la ciudadanía, hasta llegar a la figura actual que fue adoptada en 1959, y que es conocida como la “fórmula mágica”. Con esta fórmula, se acogió la proporcionalidad en la representación del máximo órgano del ejecutivo federal, y se decidió que su composición sería de siete miembros. Así, dependiendo del resultado de las elecciones del Parlamento Federal, sobre todo de su cámara baja, se define el número de escaños que tendrán los primeros cuatro partidos entre los siete consejeros Federales. Por ejemplo, actualmente, el Consejo Federal está compuesto por dos representantes del partido originalmente representante de los agricultores, hoy considerado de derecha, dos del partido socialista, dos del partido liberal y uno del partido de Centro, antes el partido demócrata cristiano.
Cada uno de estos siete consejeros federales tiene bajo su responsabilidad un ministerio, cuyas competencias son amplias y ocupan varios temas relativos a la administración de la Confederación, sus relaciones exteriores, y su seguridad territorial interna y externa, así como de su neutralidad e independencia, entre otros asuntos. Aunado a ello, el Consejo Federal como gobierno federal debe asegurar la relación y coordinación con los cantones. Pero, además, estos siete se rotan la Presidencia de la Confederación por un año sin derecho a reelección hasta que los siete hayan asumido esa responsabilidad. Durante ese año, el presidente se ocupa de la representación del Estado, de presidir el Consejo y por lo tanto el gobierno, así como de su ministerio. No tiene un rango privilegiado, al contrario, se le considera un “primus inter paris”, es decir, que el presidente no tiene atribuciones sobre los demás. Las decisiones del Consejo se toman por consenso, o ejerciendo la concordancia, como se le suele conocer.
Los miembros del Consejo son elegidos por la Asamblea Federal por cuatro años, tomando en consideración la representatividad de todas las regiones culturales y lingüísticas del país. Además, en los últimos años ha crecido la representación de la mujer, y hoy en día tres de los siete consejeros son mujeres provenientes de distintas partes de la Confederación.
A los miembros del Consejo Federal los llaman “los siete sabios”. Y esto último denota lo que se espera de ellos: el nivel de sabiduría se manifiesta en la entrega, madurez y compromiso con el rol que han asumido.
Desde hace muchos años he comentado sobre el sistema suizo como la alternativa necesaria para superar el caudillismo venezolano y el presidencialismo. Y ahora, al leer al secretario general de la OEA haciendo este planteamiento tan serio, no puedo sino alegrarme por ello. Pienso que entiende el problema de raíz, y busca, como muchos, que Venezuela salga de esta suerte de guerra civil que vivimos desde la creación de la República en que los períodos de paz han sido la excepción. El de la democrática, por cierto, vio la luz bajo una forma de concordia como lo fue el tan desvirtuado Pacto de Punto Fijo.
Seguramente, muchos repetirán aquella célebre frase de Luis Manuel Peñalver, dirigente adeco del siglo pasado, que declaró que “nosotros no somos suizos”, o pensarán que si en Venezuela se cambiara la Constitución para establecer un órgano de gobierno colegiado, los miembros de ese ente intentarían imponerse unos a otros creando facciones y mayorías circunstanciales, o que quien obtuviera la mayoría se negaría a negociar y llegar a consenso con las demás fuerzas políticas, o se repartirían el país en cuotas, se chantajearían mutuamente, se corromperían, y se inventarían acusaciones de todo tipo para desacreditarse, porque esa es nuestra idiosincrasia. Ignoran que ya 20% de nuestra población vive en otros países y se ha sabido adaptar sin mayores problemas a sus normas, a una institucionalidad, un respeto a las leyes mayor y más arraigado que en Venezuela, por lo que ese argumento quedaría fácilmente descartado.
Pero es que, además, los uruguayos tampoco son suizos y lograron, sin embargo, desarrollar un sistema similar. Incluso, podríamos decir que tampoco los suizos “son suizos”, porque en el fondo, los suizos se hicieron la nación que es hoy en día a punta de esfuerzo y convicción de que siempre se puede aspirar a ser mejor, a buscar la excelencia. Sólo con leer el preámbulo de su Constitución, nos damos cuenta de que es así:
“En nombre del Dios Todopoderoso,
El pueblo y los cantones suizos,
Conscientes de su responsabilidad frente a la creación,
Resueltos a renovar su alianza, para fortalecer la libertad, la democracia, la independencia y la paz en un espíritu de solidaridad y apertura al mundo,
Decididos a convivir juntos con la consideración mutua y el respeto a la diversidad, y la equidad,
Conscientes de sus logros comunes y de su responsabilidad para con las generaciones futuras,
Sabiendo que solo es libre quien usa su libertad y que la fuerza de un pueblo se mide en el bienestar del más débil de sus miembros,
Adoptan la siguiente Constitución:”
¿Acaso no podemos aspirar a estos valores? ¿Acaso no somos capaces de superarnos a nosotros mismos? Yo sigo creyendo que sí, que en las calles de Venezuela y de cada uno de los países donde haya un venezolano vive intacta esta reserva moral, y que, si existe una verdadera y profunda voluntad política, podemos salir de la continuación de la nada que de la que habla Almagro cuando propone este sistema como camino.