El pequeño Nicolás representa a los arquetipos del Ícaro y el Pícaro en la nueva novela rosa de España.
Una serie de Netflix lo expone con las artes de la sátira y el documental de true crimen, a la forma de un juego de rol con falsos semblantes y detectives de medio pelo, convertidos en figuras de una trama absurda del realismo mágico.
Con apenas 15 años, Nicolás empezó a codearse con presidentes y políticos de la élite ibérica, hasta colarse o invitarse a la investidura del rey Felipe, donde estrechó la mano del monarca, como un “Zelig” o un “Forrest Gump” de dimensiones tragicómicas.
Nicolás tenía cara de santo, se los metió a todos en el bolsillo y logró paralizar al Estado. Servía de contacto e informante con la clase de aquellos partidos, que intentan cooptar a las bases de jóvenes con dinero, los “sifrinos” de allá.
Cualquier parecido con Venezuela no es mera coincidencia.
No por lucir cara de niño eres inocente. De hecho suele ser al contrario, y por ende, lo mejor es aplicar el método filosófico de la duda razonable ante cualquier imagen que se endiosa y glorifica, de la noche a la mañana.
Sin embargo, no se aprende. La gente pide rostros frescos, como apariencia de novedad y cambio, llevándose notables decepciones.
Otros suponen que por ser relevo, ya hicieron la tarea con existir y pontificar desde su tribuna de redes.
Pero la edad no es garantía de nada, ni de pibe, ni de veterano.
Al final, ¿Nicolás es un joven estafador que se salió con la suya, aprovechando los vacíos y las carencias de un poder enamorado de su propia imagen infantilizada?
¿Un niño que llegó alto, para confirmar que su majestad está desnuda como su corte?
¿Un bufón o un joker de la baraja española que se usó con fines de inteligencia y luego se descartó con igual fuerza?
¿La síntesis de la fractura de la democracia y de su evolución como video game de alta gama con tráfico de influencias?
El documental recolecta los datos con humor y no poca gracia audiovisual, formulando las preguntas incómodas del periodismo que luego cada quien tiene que responder en su trabajo de conciencia.
Por eso Pícaro es más que una pequeña sorpresa en la grilla del servicio de streaming.
Se trata de una disección de una época que sigue vigente y corriente en sus andanzas como de película de Torrente, reflejando las grietas y cloacas por las que penetran los fraudes de hoy en día.
Francisco Nicolás habla con jactancia delante de la cámara, mostrándose todo lo alucinado que es en su delirio de grandeza.
Es bien un retrato de los narcisos, de los selfies de la autoayuda que nos invaden con su seguridad y determinación, con su arrogancia de influencers que creen que dictan sentencia y cambian al mundo con sus poses de podcasters.
Es una generación enviciada la de Nicolás, que se cree sus propias mentiras, corrompiéndose en el camino.
Pero el golpe de realidad es duro, cuando las alas se queman en el contacto con la justicia y la verdad del periodismo documental.
Una historia con moraleja que advierte del peligro de una mala educación.
Culpa de un estado de cosas y de una familia, quizás demasiado condescendiente y embobada con su fantasía mesiánica de fabricar promesas, a su imagen y semejanza, que terminan condenadas tras las rejas.
Hermano pijo de Inventing Anna y primo de tantos pichones de dictadores que nos rodean con sus cuentos y cantos de sirena.
No sea usted su próxima víctima.