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El simulacro y el reinicio del diálogo

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El domingo 30 de junio pasado se hizo el simulacro electoral pautado por el CNE. Para el gobierno era un evento muy importante, que le permitía poner a tono la capacidad de movilización de la maquinaria y la respuesta de los círculos más allegados al PSUV. No en balde, se colocaron -violando todas las normativas- los sempiternos puntos rojos en las cercanías de los centros habilitados, con el significativo detalle de que el color de los toldos había cambiado al azul. La oposición, en cambio, decidió no distraerse en esta actividad y simplemente dio libertad a los electores y partidarios para que, si quisiesen, fueran y se familiarizaran con la rutina del voto automatizado. Según el Observatorio Electoral Venezolano, la afluencia fue bastante aceptable, verificándose pequeñas colas en muchos de los centros.

El detalle que llama poderosamente la atención es que, pasados varios días del proceso, los rectores del CNE no emitieron ninguna información sobre el número de participantes, y se limitaron a dar una referencia general sobre la fluidez del evento y detalles técnicos como la eficacia de las máquinas y la transmisión de los datos. Maduro, Cabello y demás dirigentes psuvistas prácticamente han evadido el tema. Esta circunspección de quienes están acostumbrados a la fanfarria y a la celebración anticipada, sugiere claramente que los resultados que arrojó el evento no fueron nada positivos para el candidato a la reelección, lo cual, por lo demás, ha sido revelado y confirmado por testimonios directos que han rodado por las redes sociales. Todo apunta a que Edmundo González habría obtenido, efectivamente, una contundente y amplia ventaja sobre Maduro.

Esta inferencia o especulación razonablemente fundada, adquiere más pertinencia si tomamos debida nota de lo que fue el evento noticioso del día siguiente: Maduro anunció la reanudación del diálogo con los Estados Unidos. ¿Cómo entender este cambio de velocidad, como decimos en el argot beisbolero, de quienes han desechado desde hace meses las negociaciones y juraban que están más que sobrados para los comicios del 28 de julio? Habría que ser muy despistado para no establecer una asociación entre lo que pasó el 30 de junio -que se mantiene en la más estricta reserva- y el anuncio inmediato subsiguiente.

La reanudación de las negociaciones significa, por tanto, la clara admisión por parte del régimen de que se está preparando para una eventual salida del poder, y que en este tiempo debe buscar los respectivos acomodos y garantías para sus líderes principales y establecer las condiciones mínimas para la transición que debe venir.

Hay quienes han asomado, ciertamente, una interpretación totalmente distinta, apuntando que el régimen, al contrario, lo que busca con este reinicio es convencer a Estados Unidos de la inminencia de su triunfo fraudulento y en el más crudo realismo político ofrecerle desde ya las debidas gratificaciones, particularmente en el ámbito energético.

Pero esto no cuadra para nada con lo que ha sido desde un principio la política de Biden hacia Venezuela, postulando consistentemente como punto prioritario la realización de una transición democrática, lo cual lo llevó, de hecho, a retomar las sanciones hace apenas tres meses ante las reiteradas violaciones al Acuerdo de Barbados y de las garantías electorales acordadas. Si esto no convence todavía, agreguemos lo que han asomado varios conocedores de la materia energética: es falso que para el principal productor de petróleo del mundo (por encima de Arabia Saudita y Rusia) sea una urgencia estratégica el escaso petróleo que puede aportar Venezuela en los actuales momentos.

Es difícil saber, lógicamente, cuáles son los términos de la negociación y los eventuales acuerdos. Sin embargo, puede deducirse que la primera condición de Estados Unidos es que no se produzcan nuevas inhabilitaciones o la eventual suspensión del proceso electoral, dos de las opciones que aparentemente ha venido manejando el gobierno para tratar de evitar su derrota, o en todo caso posponerla. La circunstancia de que tan pronto como este lunes 8 de julio la Oficina de Control de Activos del Departamento del Tesoro haya informado la aprobación de una licencia para las operaciones de gas sugiere que ya hay avances y concesiones concretas entre ambas partes.

Ahora bien, el hecho de que haya un acuerdo en algunos puntos básicos -como no inhabilitar al candidato de la manito- y de que por primera vez estén admitiendo la posibilidad de dar paso a una transición, no implica en forma alguna -a la vista de lo que hemos visto en los últimos días- que el régimen haya desechado, ni mucho menos, el escenario de mantenerse en el poder. Es notorio, por ejemplo, cómo se ha intensificado y multiplicado la campaña de desestimular la participación a través de la intimidación, la desinformación y el hostigamiento tanto a la dirigencia opositora como al ciudadano común que manifiesta su simpatía con María Corina y González Urrutia.

Estas estratagemas sin duda van a recrudecer en los días que faltan para los comicios, como se puede ver, por ejemplo, con la investigación anunciada por el fiscal a propósito del video de una banda paramilitar, otro de tantos montajes de mala calidad a que nos tienen acostumbrados.

Uno de los puntos culminantes en este sentido ha sido la alocución de Maduro el 5 de julio, cuando afirmó que bajo ninguna circunstancia entregará el bastón de mando a un “oligarca”. El comando rojito sabe muy bien que la única forma de tener al menos una mínima posibilidad de triunfo y materializar un fraude es aumentando la abstención. Pero las encuestas hablan muy claro: el porcentaje de intención de participar para el 28 está en torno al 70%, lo cual señala que estas campañas y pronunciamientos no han tenido ni tendrán efecto porque sencillamente -como lo ha percibido María Corina en sus giras- la gente perdió el miedo.

Maduro, Cabello, Rodríguez y compañía no parecen todavía tener conciencia de que ellos se han aislado de las grandes mayorías. En su desespero están poniendo de nuevo en primer plano la figura de Chávez, sin percatarse de que este ya fue olvidado y que el afecto hacia él se ha ido trasladando progresivamente en los últimos años hacia el liderazgo que representa María Corina Machado.

Estamos presenciando algo muy parecido a lo que pasó hace 26 años, cuando el pueblo adeco y copeyano trasladó sus afectos, sin anestesia alguna, hacia el impetuoso teniente coronel que lanzó su candidatura en las presidenciales del 98. Se ha dado un histórico proceso de reversión. Ahora la mayor parte del pueblo chavista es sencillamente mariacorinista. A Maduro y el PSUV solo lo siguen acompañando la minoría más dura y los que todavía agradecen los minúsculos bonos y subsidios. 

En este contexto, María Corina, en perfecto complemento con Edmundo González, ha hecho una campaña muy inteligente, sin interponer ni atizar elementos ideológicos y divisivos y sin apelar a insultos y descalificaciones. Ella representa de manera palpitante en este momento la liberación de un régimen autocrático y empobrecedor y, simultáneamente, la reunificación de las familias venezolanas y el país en general, poniendo fin a una etapa marcada por el odio y el antagonismo.

Si Maduro y sus socios partidistas conservaran algo de sensatez, deberían abandonar sus planes fraudulentos y apostar por el cambio democrático y el respeto a la voluntad popular. Pero todos sabemos perfectamente que no será así, y por eso el 28 hay que redoblar los esfuerzos para cubrir todas las mesas con miembros y testigos, y apoyarlos y asistirlos hasta el final, para cementar sí el comienzo pacífico de la transición.

@fidelcanelon 

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