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El silencio de los cobardes

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Ya en mi país las palabras han perdido su significado, no importa lo que digas, no evidencia nada. Una frase, una oración, un párrafo, es un concepto vacío, porque hay escasez de libertad. No importa qué tanto gritemos nuestras penas y carencias como nación, en la medida que pasan los días notamos que no tienen repercusión en la sociedad, nuestras voces no son oídas, porque son portadoras de una verdad que nadie quiere escuchar, por tal motivo como venezolanos seguimos embriagados por la estupidez, aferrándonos a la ilusión de que alguien vendrá a solventar nuestros problemas, ya que nosotros estamos acostumbrados a obtener el mayor beneficio con el mínimo esfuerzo, pues tememos que hacer frente al futuro, optando por soluciones del pasado, para asegurar un presente incierto. Nos hemos esmerado en construir una existencia desenfocada, viviendo a espaldas de la realidad y de frente hacia la conveniencia. En pocas palabras, somos el resultado de lo que pensamos y actuamos.

Por otro lado, tenemos a nuestros gobernantes, a pesar de que van en la dirección contraria a los intereses del pueblo, van a paso firme hacia adelante, sin desviarse de su objetivo, que es darse buena vida a costa del hambre de todo un país, porque el socialismo que han implantado, ha declarado enemigos de esta tierra a la iniciativa privada, a la cultura que motiva a la autodeterminación, a la academia que valora el conocimiento por encima de la improvisación, a la educación formadora de ciudadanos dignos, a la sana competitividad, a la excelencia, al progreso y por sobre todo, persiguen cualquier término que signifique libertad, es decir, es peligroso tener razón cuando el gobierno está equivocado.

De la misma forma, en los últimos veinte años han enarbolado las banderas de la ignorancia y la mediocridad, prohibiendo al venezolano distinguir entre la verdad y la mentira, en el cual la violencia ha sido el método para imponer sus ideas, ya que la vulgaridad y el oscurantismo son los manantiales de la discriminación y el odio. A pesar de todo lo anterior, los venezolanos siempre hemos buscado estabilidad a la sombra de la represión, pero hemos terminado siendo las víctimas del opresor. Como ejemplo, todos nuestros presos políticos, que se han convertido en los apóstoles de la libertad y los muertos en las diferentes manifestaciones de años anteriores, que a veces parece que su sacrificio no ha servido para nada, solo para llenar con sus nombres los discursos políticos de los diferentes oportunistas de tarima.

Así mismo, a pesar de que hemos sido un pueblo capaz de liberar a cinco naciones, no hemos aprendido a hacer lo que se debe, porque nos escondemos en el silencio de los cobardes. Esto nos ha llevado a conformar una patria donde se destaca la piratería y el clientelismo, soportado por un Estado sin propósito ni sentido. Somos una cita imaginaria de democracia, viviendo en un estado de decepción, con toque de queda hamponíl, refrendada por un círculo político cómplice y apoyada por una sociedad acomodaticia.

Y así ha transcurrido el tiempo, buscando la piedra filosofal de nuestros principios y valores, hurgando en nuestra historia republicana, para encontrar las bases de nuestra democracia, pero a pesar del esfuerzo, lo que siempre ha prevalecido han sido los intereses mezquinos de la casta política, con la única finalidad de llenar con billetes verdes sus cuentas bancarias. Nadie se salva, sin importar lo virulento que han sido los discursos en contra del régimen o a favor de la revolución, al fin y al cabo, lo que desean con placer orgásmico es obtener una tajada de ese gran pastel que representa el erario público, que los ayude a solventar la vida para sus próximas cuatro generaciones.

Y en ese tira y encoge está toda una sociedad que trata de sobrevivir, pues no es solo la hiperinflación, la escasez y la devaluación; ahora hay que sumarle el coronavirus, que tiene a todo un país en vilo, debido a que el sistema hospitalario venezolano, es notorio, público y comunicacional, tiene carencias en todos los aspectos y estamos en las manos de Dios, que nos ayude a no contraer el covid-19, porque hasta ahora el Poder Ejecutivo, ante esta pandemia, se ha destacado en el arte de la improvisación, decretando con sus alocadas alocuciones un mar de incertidumbres.

De la misma forma, están esos iluminados, que son valientes detrás de un teclado, pero cuando oyen el primer triki-traki, no pueden controlar sus esfínteres, están alentando golpes militares, sin importar las consecuencias, sin darse cuenta de que esas acciones son una masacre entre personas que no se conocen, para provecho de personas que sí se conocen pero no se masacran. De uno y otro bando, para solucionar una situación, la utilización de las armas para complacer la obsesión de poder de unos insensatos es el peor camino que podemos andar como nación. Por ende, debemos ser conscientes de la realidad, porque si no transitamos por el vacío de la inexistencia y cuando se sueltan los demonios, solo regresan cuando completan su oficio.

Como consecuencia, Venezuela está en ayunas de libertad y en una dieta estricta en apatía, donde muchos se arrastran para poder sobrevivir, porque la libertad se empezó a perder cuando comenzamos a temer, a pesar de que esta revolución bolivariana se encuentra en un callejón sin salida, por eso se esmeran en engañarnos con la apariencia de la verdad, exacerbando nuestros temores para poder controlarnos, porque la democracia autoritaria usa a los pobres como rehenes.

Hay que hacerse oír por encima del ruido de la ignorancia, para poder rescatar nuestra esencia como ciudadanos; que la democracia, el liberalismo, la libertad, el pluralismo y la tolerancia formen parte de la idiosincrasia del venezolano, para así construir ese verdadero país que honraría a nuestros próceres y enaltecería al nuevo venezolano.

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