La noticia del domingo 7 de mayo fue el éxito electoral del Partido Republicano de extrema derecha de Chile en la elección del Consejo Constitucional. Ni los mejores pronósticos auguraban una victoria tan categórica. La mayoría obtenida por los republicanos, con 22 consejeros electos que consiguieron 35,4% de los votos de una elección que contó con una participación del 84,9% del padrón, lo posiciona como la fuerza más votada. Se trata de un crecimiento electoral inédito para un partido desde el retorno a la democracia en Chile. ¿Qué explica este triunfo tan rotundo?
En primer lugar, un electorado hastiado y con un sabor amargo tras el proceso constituyente anterior. Los partidos políticos tradicionales, después del triunfo del rechazo, se desgataron aún más por el esfuerzo por mantener el proceso constituyente con vida. Esto impactó principalmente al electorado de Chile Vamos (coalición política de centroderecha a derecha), que, por el resultado que obtuvieron, no había alcanzado ningún consenso, y fue una de las fuerzas políticas más debilitadas. La suma de todos los partidos de Chile Vamos alcanza aproximadamente 21% de la votación, muy por debajo del Partido Republicano.
Además, el contexto del país contribuyó a crear un escenario favorable a los republicanos. La discusión pública ha estado marcada por la incapacidad del Gobierno de controlar los problemas de seguridad, la violencia e inmigración, tópicos que han sido las banderas de lucha de este partido. Y si a esto se añade la mala situación económica y el incremento del desempleo, es natural que el electorado haya querido dar una señal de castigo al Gobierno. Prueba de ello es que el 37,6% de los votos que suma el pacto oficialista se asemeja al 38% que obtuvo el Apruebo.
Otro asunto no menor es la sintonía discursiva del Partido Republicano con el contexto del país. Su simpleza programática, sin embargo, ha sido certera con los problemas que más preocupan a la opinión pública y ello surtió efecto. Si bien Chile Vamos también buscó posicionarse en estos aspectos, su postura más conciliadora y comprometida con el proceso constituyente le dio una posición más difusa ante una ciudadanía impaciente, lo mismo que le pasó al otro partido de la derecha, Partido de la Gente.
Nuevamente la ciudadanía privilegia a los nuevos rostros y castiga a los partidos tradicionales y a los que carecen de claridad programática. Con este resultado, los partidos políticos que dominaron la política chilena por más de treinta años tras el retorno a la democracia han quedado estupefactos. Sin embargo, algunos adjudican el resultado a la atrofia de los propios partidos políticos y sus limitaciones al ejercer la representación, a cambio de mantener las lógicas personalistas y clientelares.
Por otro lado, hay quienes plantean que este resultado no necesariamente se debe a que el Partido Republicano cuenta con un fuerte arraigo en la sociedad, sino que se trata de un voto castigo dominado por la emoción y la frustración. Según esta idea, la crisis de los partidos continuará y esta elección es un hito más en el proceso de descomposición del sistema político chileno.
Este pesimismo se basa en una perspectiva estructuralista de los partidos políticos. El argumento tiende a subestimar la capacidad regeneradora que el mismo sistema de partido podría ofrecer. De ahí que muchos abrazaron, sin cuestionamientos, el proceso constituyente abierto en 2019 y celebraron una convención muy influenciada por actores sociales e independientes, que le asignaron un significado sanador del sistema político. Esta interpretación subestima la capacidad de regeneración del sistema de partidos.
Hasta ahora los partidos tradicionales parecen ser más bien incapaces de comprender la naturaleza de los problemas de la transmutada sociedad chilena. Pero ¿acaso la propuesta constitucional de la Convención Constituyente, ofrecido por esta nueva izquierda, no fue una propuesta programática que se le hizo a la ciudadanía? El rotundo fracaso del Apruebo en el plebiscito del año pasado deja claro que las ideas contenidas en la Constitución presentada a la ciudadanía no estaban para nada en sintonía con los requerimientos de la sociedad chilena. Sin embargo, es innegable que esa fue una manifestación clara de que los partidos aún son capaces de empujar cambios desde adentro.
Por lo tanto, el resultado de estas elecciones debe ser interpretado como parte del proceso de regeneración del sistema de partidos políticos. El Partido Republicano fue capaz de esbozar una propuesta programática con base en un diagnóstico y la definición de la naturaleza de los problemas que aquejan al país. Se podrá discutir sobre la profundidad y lo acertado de su propuesta programática, pero existe un posicionamiento y una priorización claros sobre los asuntos que hoy preocupan a la ciudadanía. Esta historia aún no se cierra y más adelante veremos si sus ideas logran echar raíces.
El punto es que la “regeneración” de los partidos políticos chilenos no vendrá de gente externa. Esa receta ya no resultó. El cambio vendrá desde adentro. Acontecimientos como el acuerdo (liderado por los partidos tradicionales) que definió el marco del nuevo proceso constitucional o el surgimiento de partidos como el Partido Republicano, son parte del proceso de metamorfosis y no necesariamente de descomposición de la política del país.
Algunos partidos morirán, otros nacerán y algunos harán perdurable su poder de decisión. Desde este punto de vista, considerando la actual debilidad de los partidos y la falta de arraigo y capacidad movilizadora, la clave está en establecer diagnósticos ajustados a la realidad y articular programas coherentes a la ciudadanía. Solo así podrán crecer las tan anheladas raíces que serán el soporte necesario para la futura proyección de los partidos.
De momento, los partidos de centro derecha y centro izquierda, los más perjudicados de esta jornada, deberán aprender la lección. Pero no hay que minimizar el triunfo de los republicanos y más bien hay que examinar su alcance en este proceso de conversión del sistema político de Chile.
Juan Carlos Arellano es politólogo y director del Departamento de Sociología, Ciencia Política y Administración Pública, de la Universidad Católica de Temuco (Chile). Doctor en Historia y magíster en Ciencia Política, por la Pontificia Universidad Católica de Chile.
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