La miseria más abyecta hecha poder es lo que nos gobierna a los venezolanos, y se pasea campante, hasta con algazara, por muchos rumbos. Es la misma desgracia que por sesenta años se ha ocupado de manera eficiente y modélica, en cuanto a lo ejemplar para algunos obtusos que se proclaman soñadores, de sembrar con escombros y pecios el territorio cubano.
Es la que ahora muestra sus quijadas desgreñadas y apestosas sobre la codiciada España, la de García Lorca y Cervantes, la de Unamuno y Pérez Reverte, la de Rosa Montero y Teresa de Ávila, la de Ana María Matute y Quevedo. Es nuestra España madre que, unos zarrapastrosos y un plagiario a todo meter, quieren volver una pocilga donde hozar a mansalva.
Es la desdicha que planea sobre el admirado México, el de Sor Juana Inés y Octavio Paz, el de Rulfo y Esquivel, el de Fuentes e Ibargüengoitia, el de Sabines y Kahlo. Es el México padrísimo que un retaco altisonante, aplaudido por una horda resentida y para nada formada, quiere sumir en sus abyectos delirios de resentido.
Esos efluvios de pestilencia imbatible se ciernen sobre la gloriosa Argentina, la de Fito Páez y Cortázar, la de Alfonsina Storni y Borges, la de Lugones y Gelman, la de Hernandez y Pizarnik, la de Macedonio Fernández y Oliverio Girondo. Es la Argentina preciosa que Perón sumió en un viaje que no parece tener destino hacia la irresponsabilidad más temeraria que se pudiera alguien imaginar.
Y como con nosotros pasa en la abandonada Nicaragua de Cardenal, Rubén Darío, Sergio Ramírez, Gioconda Belli, Azarías Pallais, Salomón de la Selva y Alfonso Cortés. Allí un sátiro y una celestina trasnochada, y de maternidad desquiciada, humillan con desenfreno a los hijos de Nicarao.
Las cuentas de semejante rosario de tribulaciones parecen inacabables, es una letanía que deja pocos lugares a los cuales mirar en busca de un consuelo que cada vez luce más lejano. Cada cual se mira su propio ombligo y de vez en cuando suelta un regüeldo, que pretenden suene a reclamo cortés, para dejar constancia en el respectivo libro de actas de la infamia de su preocupación por la integridad del ser humano.
Vivimos el siglo de las tinieblas, en medio de un derroche de energía como nunca conoció la historia. Historia que ahora es histeria y donde un grupete ha acumulado, a la sombra del ectoplasma tecnológico, el poder suficiente para marcarle al mundo lo que ha de pensar, saber y hacer. Vivimos un tiempo en que algunos, de manera descarnada, definen como un escenario donde se trata es de encontrar aquellos que quieran pagar para modificar el comportamiento de quienes les interese y convenga. Han creado una yunta en la que manierismo y supersticiones ahogan el pensamiento y lo convierten en una loa a lo correcto.
Nuestro tiempo es de pasiones, no de razones. Padecemos una dirigencia fervorosa profesante del absolutismo, esgrimen argumentos propios de escritores de telenovelas, poseen poco fundamento real en lo filosófico y por ende conceptual, se juega a complacer al público en las supuestas necesidades que ellos mismos han sembrado en la gente. Todo es parte de un laboratorio social en el que nos tratan de arrear cual cabras estabuladas. Las órdenes van al compás del ritmo demoscópico del momento. La corrección, insisto, es ama y señora. Todo esto conduce a una catástrofe inimaginable, y aquellos que la han causado, llegado el momento, tratarán de manera vil, de achacar a la ciudadanía su maternidad.
© Alfredo Cedeño
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